Placer y Gloria
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PLACER Y GLORIA
José Luis Raya
Cuando en 1909 Marinetti publica
en Le Figaro su Manifiesto Futurista ya se estaba desmarcando de la tradición
que le precedía, dejándolo patente al afirmar que prefería la belleza de un
automóvil a La Victoria de Samotracia, incluso manifestaba que había que quemar
museos y bibliotecas – espero que simbólicamente-. Lo que está claro es su
pretendido distanciamiento de lo clásico y academicista. Es el inicio más
contundente de las Vanguardias: Algunas de ellas fueron flor de un día. Sin
embargo, conforme se aproximaba la II Guerra Mundial, casi todas habían
fenecido. Cuando alguien no conecta con
la sensibilidad que manifiestamente expone un artista, podría ser que el
creador no lo haya transmitido de forma correcta o que el espectador o receptor
le declare manifiestamente -como Marinetti- la guerra a todo lo que conmueva,
desde un punto de vista clásico.
En ocasiones el espectador no
conecta con el artista y culpabiliza a éste, pero casi nunca uno se
responsabiliza de su propia falta de empatía. Acudir al cine por ejemplo, el
Séptimo Arte, con la cabeza aturullada de migrañas, problemas transversales, obsesiones
recurrentes y apuros acuciantes impedirán que conectes claramente con el
cineasta. Sólo así puedo entender a los detractores de la reciente Roma o la oscarizada La, La, Land, por ejemplificarlo con dos
películas muy conocidas. Otras veces pudiera deberse a la inane cultura
bibliófila y cinéfila, pues de esta guisa condenarían a la colosal Dies Israe de Dreyer, porque es en
blanco y negro y lenta y aburrida, o a West
Side Story porque no transmite nada, o a “Esplendor en la hierba” porque
ídem de ídem. A veces, el espectador,
independientemente de su estado emocional, se ha criado con Chuck Norris o
Charles Bronson, siendo todas ellas sus películas de culto, y actualmente se
mueve claramente en lo facilón y comercial, y no hay quien los saque de los
súper héroes de la Marvel o de Fast and
Furious, que también pueden ser muy divertidas pero totalmente incomparables
con la grandeza de un clásico bien hecho y construido.
Por último, el espectador, cargado
de prejuicios ideológicos o partidistas, rechace taxativamente a un cineasta. No
me cabe duda que es el caso de Carlos Boyero. También conozco a lectores,
instalados en su preocupante y sedentaria posición ideológica que no leen a
García Márquez o Muñoz Molina, los unos, y los otros a Juan Manuel de Prada o
Vargas Llosa. En ambos casos y en cualquier caso, se están perdiendo verdaderos
monumentos de las letras y de la literatura.
Así puedo entender que Boyero
siga con su obstinado rechazo a las películas de Almodóvar, serio referente de
nuestra cultura, donde se ha ganado un hueco indiscutible en la historia del
Séptimo Arte, junto a Buñuel, por ejemplo. Cada cual en su estilo. Es cierto
que Pedro Almodóvar sólo se mueve en dos géneros, esto es, drama y comedia,
pero esto mismo le ocurre a Woody Allen. Es por lo que aparentemente siempre
hacen lo mismo, sin embargo más vale destacar en los géneros que dominas que aventurarse
en otros diferentes. No me imagino a Pedro Almodóvar dirigiendo otra secuela de
La Guerra de las Galaxias, si bien se
agradece la versatilidad de otros grandes como Kubrick.
Pues bien, señor Boyero, incluso
las peores de Almodóvar como Kika o Los amantes pasajeros – todo creador
tiene sus luces y sus sombras- son tremendamente entretenidas. Sus
despropósitos a muchos nos siguen divirtiendo. Si usted, don Carlos, no ha
conectado con ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, si usted no ha
reído a carcajadas con Entre tinieblas
o no se ha emocionado con Todo sobre mi
madre, La flor de mi secreto, Volver o la envolvente y magnífica Dolor y Gloria tiene un serio problema
que debería hacérselo mirar. Puede ser ideológico, empático, iba a decir
cultural (espero que no), o como Marinetti, que esté permanentemente enfadado
con el mundo.
Reflexiva, sobria, ocurrente,
metacinematogáfica, emotiva: la proyección de Dolor y Gloria ha sido un regalo para los sentidos, sólo hay que
tener un mínimo de sensibilidad para emocionarse y conmoverse con su dramática
historia – imbricando ficción y biografía-, su maravillosa puesta en escena y
su estimulante ambientación, su música y su color, todo ello agitado repta por
los recónditos recovecos de nuestro inconsciente colectivo. Si a ello le
sumamos las grandiosas interpretaciones de Antonio Banderas – merecería una
nominación al óscar-, la siempre infalible Penélope Cruz, o incluso, la breve
intervención de Eva Martín, espléndida y desaprovechada actriz, que bien podría
ser la nueva Victoria Abril, o esa aparición de Pedro Casablanc, que llena la pantalla con su presencia, hacen que Dolor
y Gloria se convierta en una obra maestra desde este momento; para mí ha
supuesto, sin duda, Placer y Gloria.
En el estreno
*Esas cuevas y chimeneas encaladas
bien podrían situarse en Guadix, junto a los niños cantores y esas mujeres
lavando y cantando en el río. Todo rezumaba pura y auténtica nostalgia por este
pueblo tan amado, aunque a veces tan aborrecido. Tan sólo el amor puede
redimirnos de lo que fuimos y abrirnos un camino despejado a lo que seremos. ES mucho mejor saber controlarse las lágrimas.







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