LA MUERTA de Guy de Maupassant: crítica, tertulia y lectura. Colaboración Diario Sur.
La muerta de Guy de
Maupassant
José Luis Raya Pérez
Pasados tan sólo unos días
del IV Centenario dual Cervantes/Shakespeare y tratar también a
otros autores, no tan célebres, pero sí distinguidos, en el IES Santa Bárbara
se ha vuelto a hablar de literatura y de creatividad, partiendo de los textos
propuestos. Se realiza mensualmente, cuando nuestro calendario nos lo permite.
Atraído por lo mistagógico y lo
escabroso – como buen romanticista, mejor que romántico- vuelvo a releer el
texto “La muerta” de Guy de Maupassant y me retrotraigo a mi adolescencia,
cuando mis lecturas predilectas discurrían entre Poe, Hoffman, Lovercraft o los
impactantes cómics de Dossier Negro, repletos de resucitados, vampiros,
monstruos y hombres lobo – en aquel tiempo no se usaba el término “zombi” tan
alegremente como ahora- si bien ya permanecían en nuestra mente las clásicas
“Yo anduve con un zombi” o toda la saga del fabuloso George A. Romero que se
inició con “La noche de los muertos vivientes”. He de citar, como no iba a ser
menos, a la Hammer que tanto hizo por las películas de vampiros y resucitados
junto a los inigualables Cristopher Lee o Peter Cushing.
El argumento de “La muerta” de
Guy de Maupassant no es un tema novedoso, ni mucho menos. Por remontarnos a sus
fuentes o antecedentes, diremos que ya en la Edad Media existió “La Danza
General de la Muerte” en la que todos somos iguales ante la misma y no hay
distingos, como comprueba el narrador-protagonista del perturbador relato.
Se le atribuye a Lope de Vega la
leyenda en verso de “La difunta pleiteada”, podría decirse que se trata de la
historia más lejana sobre el tema precisamente de la resucitada, sin embargo es
“A Night piece on Death” el que inaugura realmente este género, de Thomas
Phirnell. Luego vendría “The Grave 23” y los llamados “Poetas de cementerio” o
“Graveyard poets”, donde los sepulcros, la luna y la noche abastecen
absolutamente al género, especialmente “Night Thoughts”, mal traducido en algunas
ediciones como “Meditaciones sobre las tumbas”. Nuestro José Cadalso leerá y creará
sus famosas “Noches lúgubres”, que tanto influjo ha producido en nuestro
Romanticismo, especialmente en Bécquer y sus leyendas, y creo yo que especialmente
en “Rayo de luna”. También en Zorrilla – no sólo por la colosal escena del
cementerio de don Juan Tenorio, o el infravalorado Espronceda en este aspecto.
Me refería a su “Canto a Teresa”.
El influjo de los Poetas de
Cementerio mutuo lo percibimos claramente en
Teophile Gautier con “La muerta enamorada”, donde se confunden realidad
y sueño, como sucede precisamente en el de Guy de Maupassant, de hecho se
intituló “¿Fue un sueño?”
El relato que se va a analizar es
aquel que sirve para engatusar al lector rebelde o reacio, a ese señor o señora
que nunca lee o al adolescente que no es capaz de olvidar su móvil o su play, ya que su estructura es muy clara
y el lenguaje utilizado es asequible y adecuado a todo tipo de lector. La
atmósfera espectral y lóbrega que se crea desde el principio permite que el
lector no parpadee y espere ese desenlace tan espectral e increíble. Parece ser
que el autor – del que se dice que fue prisionero de sus pesadillas y
alucinaciones hasta el día de su muerte- no pudo escapar al didactismo dieciochesco
y concluye con una moralina que no desmerece el desarrollo del texto, que ya
desde su planteamiento o introducción clásica de “Voy a contarles nuestra
historia” o “la había amado desesperadamente” nos sumerge en un mundo
fantasmagórico desde las primeras pinceladas.
He de admitir mi seducción por
este género que abracé en mi juventud y que sospecho que aún no he soltado.
Recuerdo que uno de mis relatos de pubertad o casi de infancia fue “Marta le
muerta”, cuyo título me permite esbozar una tierna sonrisa, o “El manuscrito
del viejo Lhur” que quedó finalista en un concurso de relatos de mi colegio. A
saber por dónde andarán esas historias de miedo. Recuerdo perfectamente que
cuando escribí éste último estuve varias noches sin dormir, asustado y embebido
por los siniestros personajes que había creado y que me vigilaban desde el más
allá.
Reírnos y sentir miedo (¿por qué
no?) pueden resultar dos sensaciones saludables y con ello podemos saber que,
al menos, estamos vivos. No como “La muerta” de Guy de Mauppasant. Al que yo
hubiera titulado “La difunta pecadora”, pero ya hubiera revelado ese inesperado
y a la vez actualísimo final, en el que todo el mundo tiene alguna falta,
alguna culpa que debe ocultar y que se lleva a la tumba, a pesar de ser
recordados en vida como nobles y excelentes caballeros o señoras. Es también
una crítica a esa sociedad hipócrita que se ablanda en el momento de la muerte
y el sanguinario, el corrupto o el inmoral se convierte en buena y ejemplar
persona. Pues no. Guy de Maupassant los condena en su relato y nos alienta a
que los sigamos señalando después de muertos. Y que no los liberemos a los 12
de meses sin haber cumplido su condena, como tantos y tantos ladrones están
saliendo de sus cárceles. Hay que recordarles que de donde no se sale es de las
tumbas donde yacerán: Un texto clásico que sigue siendo actual.
Quisiera agradecer la estupenda
labor por la difusión de la cultura y la literatura que está realizando la profesora Catalina Herrera en la Biblioteca “Salvador
Gil”, seguidora y heredera de la insigne doña Carmen Guillén
y que llevó a dicha Biblioteca, diseñada
por don Abel Trigueros, a un segundo
puesto a nivel nacional. Felicitaciones.




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