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Uno ha de aprovechar las ventajas que te brinda el paso de los años, si bien es cierto que muchos o algunos siguen anquilosados en los mismos padecimientos, revolcándose en la misma inmundicia que les produce malestar.

Muchos de nosotros, cuando vamos cumpliendo años, no sé si por evolución natural, todo nos la va sudando a dimensiones interestelares. Es triste al mismo tiempo tener que llegar a cierta edad para que todo te la sude. Más vale tarde que nunca. Pero es cuando se empieza a filtrar y a seleccionar y cuando te das cuenta de que tu tiempo y tu vida han de estar por encima de las sandeces que hasta hace poco te comían el coco. Algunas personas tienen la suerte de madurar a los treinta o los cuarenta. Es lo que se conoce también como inteligencia emocional. Madurar es también tener la capacidad de relativizarlo todo y tragar ciertas cápsulas de amor propio. Se trata también de alejarte de los gilipollas, de la gente tóxica y de todos aquellos que tratan de polarizarte y enfrentarte. Cuando uno (una evidentemente) empieza a quererse y a respetarse a sí mismo y se distancia de todo aquello que lo daña, con o sin intención, estás madurando. Relativizar las cosas es también purificar la realidad e impedir que el veneno se cuele en tu día a día. Tu familia más cercana, tu perro y tus cinco o seis amigos leales son suficientes para ir tirando en Haec vallis lachrimorum. Está en tu mano transformarlo en un valle de sonrisas.

Al llegar a una edad todo te resbala. El desplante ya no te afecta. El mal gesto o la mala educación, propia del niñato consentido, te produce incluso hilaridad. Los hay que se han distanciado porque eres demasiado rojo/facha, ya que sus vidas giran en torno a la política, y van girando sin avanzar como el hámster en su ruleta. O a aquel que mantiene la misma actitud que hace veinte años. Decía Oscar Wilde que no era la misma persona que el año anterior. Hay un momento en que empiezas a darte cuenta de la importancia que tiene perdonar y sobre todo perdonarse uno a sí mismo.

Y llega un momento en que la hilaridad y el sentido del humor se apoderan del epicentro de tu vida. Observas, como desde otra galaxia, las majaderías que van distanciando a tu país y las estériles polémicas en las que se sumerge y converge para distanciarse de otros problemas. Es como si no hubiese filtro y hubiera desaparecido una sensata escala de valores.

En España todo se politiza y se polariza. Muy pronto habrá alguna forma de cagar según votes a la izquierda o a la derecha. Has de ser del Madrid o del Barsa.

Todo empezó con un beso: para unos, banal, para otros, agresión sexual. Todos opinaban y sentenciaban sin escuchar a las partes. Esto se manoseó hasta lo indecible. Sin ponderación alguna. Las hordas extremistas arremetían y acusaban enfrentando a la población. Nadie consideraba lo mal que pudo llegar a sentirse la señorita del atropello. Si bien, mirado fríamente, tampoco fue para tanto. Pero no fue para tanto para usted. En primer lugar debe expresarse ella. Recientemente, un artista pintó un cuadro precioso sobre el Resucitado. Y aparecieron las hordas de la Inquisición, que siguen latiendo, para crucificar a dicho artista. Ignorancia y fanatismo se daban la mano. Esto hubiera seguido estirándose si una zorra no hubiera ganado el pase para Eurovisión, donde nuevamente haremos alarde de nuestro narcisismo y seguiremos estando a la cola de la calidad musical. Eso sí, somos los más progres. A mí personalmente me gusta pero para una verbena. Y así sucesivamente. Estoy expectante por conocer cuál será la siguiente gilipollez que nos dividirá, en tanto parte España y Andalucía Oriental siguen sumergidas en una inhumana sequía y los hombres del campo alzan su voz para seguir sobreviviendo. Y de fondo, hay un señor que es capaz de vender su alma al diablo para seguir ejerciendo el poder, pero al mismo tiempo está impidiendo que ciertos fanáticos quemen al Resucitado o prohíban la canción de la discordia como se hacía en aquellos gloriosos tiempos. No solo de pan vive el hombre.

Al llegar a una cierta edad, lo observas todo desde la distancia como un extraterrestre en su nave espacial. Y empiezas a decir lo que realmente piensas sin que nadie te manipule. Y te das cuenta de lo estúpido que puede llegar a ser el ser humano. Ya no te afecta tanto. Ya no te indigna tanto. La madurez también tiene sus ventajas.


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