VENI, VIDI, VINICIUS

 




VENI, VIDI, VINICIUS


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Ante todo, disculpen esta reordenación de la célebre cita de Julio César, pero los tiempos están cambiando, discurren en continua ebullición y, afortunadamente, debemos evolucionar y condenar todo aquello que ataque la dignidad humana; pero también se puede involucionar: no tentemos al maligno. Si la defensa de ciertas reivindicaciones justas la realizamos con acritud y atacando a su vez, si pretendemos canalizar el discurso humanista por la senda del bien, no imitemos los deleznables patrones de conducta que intentamos reconducir.

Recuerdo, cuando era un infante y los colegios funcionaban por las tardes, que mi maestro nos explicaba que lo de acudir los domingos al fútbol y atacar e insultar al árbitro – en aquellos tiempos no había negros- era algo habitual y servía para descargar las tensiones, incluso las frustraciones, de la extenuante semana laboral. Cuando fui creciendo, alguno afirmaba que las visitas a los serrallos o lupanares servían para mantener vivo el matrimonio y que el macho alfa descargara todo aquello que lo aprisionaba. Muchos, o algunos, añoran aquellas gloriosas décadas.

Si nos anquilosáramos en los tiempos pretéritos, la mujer seguiría sin tener voz ni voto. Mucho después llegó la aprobación de la unión de parejas del mismo sexo. Hubo un momento, en ambos casos, en que se consideraría una auténtica aberración.

Desde hace años se ha ido normalizando la agresión y el insulto al diferente. Las vejaciones a las que se somete Vinicius, lo mismo que otros futbolistas negros, son absolutamente intolerables. Los energúmenos se agarran a la imagen que tiene de provocador y a sus actos desafiantes, por lo tanto merece ser insultado: ha de ser un negro dócil y debe aguantar el chaparrón. Además, los socios pagan una cuota y les da derecho a ello. Los asistentes al evento también pueden insultar, menospreciar o lanzarles plátanos como si fueran simios. Viva la raza blanca. Esta podría ser una lectura. ¿No les parece una actitud realmente nazi en el fondo y en la forma?

Como docente, he asistido a las vejaciones que algunos alumnos disparaban contra “los diferentes”. En algunos casos, igualmente, habíamos comprobado que estos, ya sea el niño negro, como el trans, utilizaban su condición para insultar o agredir previamente a otros niños, con lo cual se amparaban en su sustancial protección. A mí no me temblaba el pulso para sancionarlos a todos. A ello hay que ir. Tolerancia cero contra actitudes racistas, machistas u homófobas, pero hay que vigilar a esos pocos que utilizan su condición para irse de rositas, después de haberla liado previamente. El niño de color, o el mismo chico trans, se acercaba por detrás y arreaba un mamporro a otro niño o niña. Este era el inicio del lío. ¿Cómo podía castigar solamente al niño que insultaba? No podía.

Efectivamente, el símil viene como anillo al dedo, pues todo lo que sucede en el campo de fútbol – por cierto, en otros deportes no ocurre- es similar a lo que ocurre en un patio de recreo, con la diferencia de que hablamos de adultos y críos.

Una de las fotos que circulaban por las redes me dejó un poco sobrecogido. En ella se apreciaba a un montón de gente insultando y vociferando a un futbolista negro que se hallaba sentado en el suelo, después de haber sido objeto de una falta. Supuestamente el jugador había fingido más de lo debido. Por lo que la gente se desinflaba en gritos e insultos. En la parte inferior de la instantánea se aprecia a una niña de siete u ocho años estremecida por el espanto, en tanto su padre se encuentra de pie vociferando como un salvaje. Esta foto merecería el premio Pulitzer. ¡Que la busquen!

Yo ya me retiré de las polémicas que tratan de politizarlo todo y sacar rédito de cualquier frivolidad o de cualquier tema. Pero más me enerva que se cuestione o se justifique lo injustificable, que se ponga en duda la coherencia y el sentido común en aras de una ideología. No me gusta el deleznable extremismo que entiende que todo esto ocurra porque es, incluso, merecido, ni esa otra postura que es capaz de apagar al Cristo Redentor sin mirarse el tremendo racismo que habita en su país, donde no hay ni un solo ministro negro en su cámara de gobierno, bueno, creo que hay uno. Los negros allí siguen siendo ciudadanos de segunda categoría, se agolpan en infernales favelas y, como en todas partes, son el blanco de la policía simplemente por su color negro, a no ser que seas un adinerado y afamado personaje, con lo cual se podría hablar, en primer lugar, de clasismo. Esas manifestaciones populistas=cínicas me ponen de los nervios y de las nervias, pues alimentan de alguna manera a ese monstruo que se pretende combatir.

Señor Vinicius, sé que usted tiene veinte años más o menos y que, a menudo, se comporta con la inmadurez de un niño malcriado, pero insisto, ello no da derecho a que lo maltraten y lo insulten de esa manera tan cavernícola. Los violentos se retratan solos. Particularmente, agradezco que con sus aspavientos haya puesto en el punto de mira un problema que debería erradicarse ya mediante duras sanciones, puesto que los energúmenos actúan sin pudor y habría que aislarlos de una sociedad civilizada.

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