TIRAR LA TOALLA en La Opinión
Todos conocemos las connotaciones del argot pugilístico y su evidente origen. Este acto también lleva adherida a su epidermis la idea del deshonor por haber desistido, por haberte rendido y no seguir luchando por un sueño, por recuperar aquello que perdiste o por alcanzar la meta que te propusiste. Sin embargo, la liberación que ese acto supone para tu agotado corazón puede abrirte un mar de infinitas posibilidades. Desistir puede significar también un acto de rebeldía ante la tiranía de tus objetivos o lo que tu entorno te estaba imponiendo, o tú mismo ante tu joven y desbordante ambición. El descanso que promete tu liberación, después de tirar la toalla, puede ser algo incomparable a la infelicidad que te producía aquella estéril lucha. Solo hay que dejar pasar el tiempo y que todo se sedimente. Solo hay que esperar a que pase el duelo tras la pérdida, pero sin duda te alegrarás porque ya no serás esclava de una falsa promesa o de un sueño artificial, ese sueño que ha creado una sociedad deshumanizada y una familia quizás un poco altiva, que solo ha pensado en sus codiciosas aspiraciones.
Tirar la toalla ante esos años de preparación, estudio y esfuerzo porque el campo está vedado o tus cimientos quizás no son tan sólidos o existe un nepotismo soterrado, tan potente como vergonzoso. Es el momento de buscar tu camino, el camino que te conduzca a tu felicidad.
Tirar la toalla ante ese arduo trabajo que solo te produce sinsabores desde que te levantas hasta que te acuestas, pero al mismo tiempo es terrible la desazón que te produce el incierto futuro, desbordado por las dudas.
Tirar la toalla ante esas editoriales, por ejemplo, que solo atienden a los que van acompañados de un meteórico ascenso en las RRSS o de un escándalo digno de un prime time en todas las cadenas, obviando tu talento porque de eso ya no se come.
Rendirse tras una larga guerra en la que todo se ha destruido y ya no queda nada. ¿De qué ha servido? La rendición de Japón en la II Guerra Mundial o la conocida Rendición de Breda que magistralmente pintó Velázquez. ¿Por qué los persas no arrojaron antes la toalla en aquella cruenta guerra de las Termópilas? ¿No era acaso una derrota anunciada a pesar de su ingente número? ¿A dónde iba la colosal Armada Invencible luchando contra los insalvables elementos? ¿Acaso no fue un acto de generosidad la claudicación de Boabdil? Fue un verdadero respiro ante aquella lenta agonía. ¿Qué fue de aquella guerra hispano-estadounidense por defender un montón de territorios que nos asfixiaban? En ocasiones la idea de tirar la toalla debería ir acompañada de la idea de retirarse a tiempo, pues evitaría una estela de dolor y sufrimiento. Otras veces estamos ahí luchando hasta el último momento, hasta el último aliento, como los grandes guerreros que lo han dado todo. Sin embargo, nos preguntaremos cuándo es precisamente el momento justo de arrojar la toalla.
Ese instante nos lo desvelará un dato, una cuestión, una simple mirada o una palabra muda. Es el momento de frenar en seco, mirar a tu alrededor y comprobar que has sembrado en terreno baldío. A menudo nos ofuscamos por conseguir nuestro propósito y no atendemos a los vacuos resultados que vamos cosechando. Efectivamente, es el momento de recular. Un reguero de señales, que no apreciabas, te muestra el camino. Podrás considerar que todo ha sido un tiempo perdido y que tu esfuerzo se ha desmembrado completamente. En absoluto, habrás aprendido a luchar y a tener fe en tus posibilidades, pero al mismo tiempo estás en disposición de saborear no la derrota en sí, sino el alivio de quitarte el yugo que te oprimía.
La guerra y el amor van de la mano.
Es posible que usted sea esa persona que sigue luchando por un amor imposible, puesto que ella/él ha caído ante los encantos de otra persona. Es posible que aún viva con la esperanza de recuperarlo. A usted le han contado casos de aquellos maridos que vuelven con sus esposas, después de haber amado a otra mujer, o viceversa. De su cabreo inicial, de su indignación de aquel momento, ha ido paulatinamente, casi arrastrándose, hasta tolerar y perdonar todo el daño que le han hecho. Y sigue poniéndose a la altura del betún, rebajándose más de lo que cualquier ser humano pudiera en principio admitir. Hasta triturar su dignidad y ponerla al nivel de la mismísima mierda. Se le pasó el tiempo de haber arrojado la toalla. Han pasado incluso años, mientras usted sigue pendiente de ese hombre o mujer, esperando a que vuelva y que se canse de su amante. Ya todo le da igual. Su enfermiza paciencia es capaz de malgastar una vida entera por volver a acariciar a ese hombre que ya no la ama. A pesar de ello, a pesar de la inutilidad de la espera, usted sigue viviendo agarrada a ese sueño absurdo y vacío.
Quizás no sepa cuál es el momento exacto
de tirar la toalla, pero mírese al espejo, quiérase un poquito y rompa la
toalla en mil trozos antes de tirarla a la basura. Sálvese usted mismo, pues siempre
estará a tiempo.


Gracias
ResponderEliminarLa reconciliación con uno mismo inmiscuye a la ética con el acto; el ardor de un ideal descarta las opacidades abisales; la mar en calma necesita del timón... Interpretar las coyunturas emotivas en el ámbito de cada instante reviste de continua avanzadilla el libre albedrío.
ResponderEliminarBuen artículo, yo no suelo tirar la toalla, salvo en los hoteles y no el primer día
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