Alimentando al ogro

 


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Echo de menos ese olor intenso que impregnaba las aulas a final de curso, ese olor a tiza y borrador, a cuaderno garabateado, a lápiz, a libros y anaqueles. La brisa fresca de las mañanas de junio se colaba por las ventanas hasta transformarse en la calidez que anuncia el tórrido verano a mitad del día. Poco a poco, las aulas se iban despoblando y nos quedábamos ausentes en nuestros departamentos, confeccionando las memorias del curso agonizante. Las voces de los alumnos pasean ingrávidas por los pasillos recorriendo cada rincón del instituto. Giras la cabeza porque alguien te requiere. “¿Profesor?” No es nadie. Solo ha sido el viento que se ha colado por las ventanas y ha agitado los átomos de las dudas, que siguen agazapados en las paredes y en los pupitres: el saber no ocupa lugar, solo aporta beneficios.

Ese nostálgico olor se ha ido difuminando hasta convertirse en un vago recuerdo. La digitalización ha cubierto con su manto eléctrico aquellos años de escuela de pizarra y tiza. Ya no todo huele igual, se han ido perdiendo algunas  imágenes que parecían impertérritas. Las ideas también, se han volatilizado en la nueva era de la globalización, la impersonalidad y le deshumanización. Ortega y Gasset quizá se adelantara a la nueva era que nos ha tocado vivir, es decir, se ha ido emborronando, igual que un cuaderno garabateado, la parte humana de la docencia y de la vida.

En nuestro afán por crear un mundo nuevo, hemos tiroteado una serie de valores que jamás debieron desaparecer. Nuestra precipitación en la empresa ha dilapidado lo que habíamos conseguido.

En aquel tiempo yo fui alumno:

Las aulas se encontraban atestadas, algunas rondaban los cuarenta pupilos. No se necesitaban, por suerte o por desgracia, desdobles, tampoco existía la palabra ratio con la acepción pedagógica que ahora tiene. En todo caso tenía declinación: ratio, rationis (3ª declinación: nominativo, genitivo; razón). Cuando entraba el profesor (o la profesora) los chicos se callaban y atendían. Casi todos tenían hecha la tarea para ser corregida y, cuando se explicaban los contenidos del temario, los alumnos atendían y preguntaban las dudas al final. Normalmente esa explicación iba acompañada de ciertos ejercicios que todos en silencio realizaban.

Ahora:

La profesora (o el profesor) debe emplear mucho tiempo en mantener el orden y el silencio para que pueda explicar unos determinados puntos. Muchas veces los sesenta minutos se convierten en diez o quince porque el resto del tiempo se pierde en mantener el orden y la disciplina, sobre todo las últimas horas de la jornada. Hay grupos de la ESO que se convierten en un auténtico calvario. Muchos compañeros me lo comentan. Es el virus de la mala educación, el desinterés y la pereza. Este virus se ha extendido por toda España, por todo el mundo. La globalización es lo que tiene. La vacuna debería inyectar respeto, interés y disciplina. Dicha vacuna tendría que fabricarse en cada casa, desde la cuna prácticamente; pero los progenitores se han desentendido de esta parte y la mayoría delega en los docentes lo que ellos no han hecho. Ahora no solo se trasmiten conocimientos, sino que tenemos que educar en valores y enseñar formas de comportamiento, tan simples como dar las gracias, pedir las cosas por favor o no gritar, entre otras aparentes menudencias que las madres y los padres no han transmitido, bien por dejadez o porque ellos también carecen de estos valores. Hasta ahí muchos de nosotros llegamos y cumplimos con esta tarea. Luego, enseñamos a desligar y a aclarar la confusión que existe entre deberes y derechos. En muchos casos, desandamos lo andado, pues algunos padres vienen a protestar porque a su hijo se le ha requisado el móvil o se le ha castigado por su comportamiento. Hay padres y madres que tendrían que ser educados a su vez.

De hecho:

En ocasiones, no hay que enseñar o educar, sino —es muy duro lo que voy a decir— domesticar. Algunos llegan completamente asilvestrados —asalvajados no lo recoge la RAE—, por lo que la tarea del profesor o el maestro se complica en grado sumo, pues muchas veces no sabemos cómo tratar con estos perfiles que se encuentran cerca del apoyo psicológico o la terapia. Aún así, la Administración se obstina en que estos perfiles de alumnos absolutamente disruptivos (antes se decía conflictivos) permanezcan en el aula, haciendo uso de su tiránica situación de menor, desentendiéndose a su vez de todas sus obligaciones, que son inexistentes. Así pues, atender a este perfil de alumno implica desatender las necesidades de la mayoría. Son las contradicciones implícitas.

Llegó la diversidad y la igualdad:

Era algo que muchos esperábamos porque ello implicaba tolerancia, respeto, avance social y, en definitiva, democracia.

Sin embargo:

Lamentablemente, se ha ido deteriorando, pues en nuestro afán por atender a una minoría hemos descuidado a la mayoría. Y esto no solo sucede en la escuela sino en todos los ámbitos de la sociedad.

Lo peor de todo es que estas contradicciones internas están siendo utilizadas por la extrema derecha para sus reivindicaciones. Se nos ha ido de las manos. Lo siento. Estamos combatiendo al ogro alimentándolo al mismo tiempo.



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