Operación quirúrgica

 



Hoy quería tratar lo que supone someterse a una operación quirúrgica, no en lo referente a la parte técnica, sino emocional, algo de lo que mucha gente no es consciente porque, realmente quien lo probó, lo sabe,-Lope de Vega dixit-, sobre todo si ello llega cuando se vislumbra el arrabal distante y amenazante de la senectud, e intuyes que esto tan solo puede ser el comienzo, o el final.

Cuando te avisan de que has de pasar por el quirófano, a más de uno se le ponen los pelos como escarpias. Imagina a los más aprensivos. Las semanas previas suponen una etapa de mentalización, a veces de angustia, a poco que dejes en libertad tu imaginación turbadora las imágenes resultantes pueden ser verdaderamente escabrosas. De ahí a los ataques de pánico o a la ansiedad puede haber un paso. Es cierto que todo dependerá del grado de gravedad o de complicación que entrañe dicha operación. Hablemos, por ejemplo, de una operación intermedia. Pero, si no te sometes a ella, los cálculos biliares, dado su diminuto tamaño, pueden discurrir por determinados conductos hasta llegar a un órgano esencial y derivar en una pancreatitis. Hay que decir de paso que no es recomendable ir más allá y consultar por internet, pues el óbito está asegurado. Si bien, una pancreatitis puede ser letal, llegando, según su severidad, a un 50%. O sea, que nos hallamos ante una operación necesaria, no se trata de unos retoques estéticos. No quiero ni imaginar el pavor del que se va a someter a algo relacionado con el corazón o con el mismo páncreas. Creo humildemente que todos nosotros, los que pasamos por este trance, nos encontramos en otra categoría en la que se empieza a valorar lo que importa realmente y te aferras a la vida. Cuando eres joven, un adolescente, se piensa en la vida como algo eterno, inmarcesible. Por eso empiezo a ver a los de mi quinta con tanto respeto que me dan ganas de abrazarlos a todos, por la calle, por los bares, por las avenidas, por el colegio, por los centros comerciales. Dirían: este señor está loco.

El momento en que empiezas a firmar consentimientos y lees (por encima) las posibles dificultades y problemas que pueden derivar de la intervención, uno (yo mismo) inicia un tembloroso estado de sudoración y decides dejar de leer aquel macabro anticipo de la muerte. Y terminas firmando porque has de someterte a ello sí o sí, inevitablemente, cuanto antes mejor. Más adelante, llega el día del obligatorio e imprescindible preoperatorio. Un aperitivo amargo de lo que está por llegar. Ya empiezas a contar los días y las horas. Los escritores, o los que tienen una imaginación perversamente desbocada, podemos rememorar al pobre reo estadounidense o chino que se encuentra en el corredor de la muerte. ¿Qué sentirá? Quizá alivio por poner punto final a tanta desesperación. El día anterior te realizan la PCR y ya sabes que muy poco acompañado podrás estar. Es una nueva época. De todas formas nos iremos solos como los hijos de la mar –Machado dixit-

Llega el esperado y desesperado día.

Ingresas en una confortable y desolada habitación. Recuerdas que has ido en ayunas, pero no importa, los nervios te hubieran impedido tragar una miga de pan. Lo que sí necesito es un sorbo de agua, breve pero intenso y reparador. Me contengo, pues deseo llegar sin un ápice de lo que sea en mi estómago, no vaya a ser que colisione con la anestesia, ese líquido que te lleva mucho más allá de los brazos de Morfeo, porque te internas en un mundo negro donde no hay nada. Solo vacío. Ni tiempo, ni espacio. ¿Hay algo más parecido a estar muerto?, pensamos los que no deberíamos pensar tanto. A veces me gustaría ser un mendrugo con ojos, que ni siente ni padece. Y entonces deambulas por los escasos metros cuadrados de la habitación como un perro enjaulado, solitario y meditabundo.

El celador llega a recogerte a la hora indicada. Es la primera sonrisa que recibes. Se nota que es un gran profesional y conoce esos momentos de angustia. Te calma un poco. Estás en la camilla y observas boca arriba el discurrir del techo, de luces y fogonazos. Voces al fondo, voces lejanas. Lo has visto en las películas y ahora lo estás viviendo en carne propia. Recalas en una nueva sala donde te realizan una nueva entrevista, distendida, para rematar los últimos detalles sobre alergias y otras posibles adversidades.

Llegó el momento X

Sobre ti hay una lámpara alienígena que te deslumbra. Como si fuera la luz al final del túnel. ¿Por qué no seré más mendrugo? Las enfermeras me preparan y me dan conversación. ¿Serán ángeles? Ahuyento de mi mente las funestas imágenes que vi en Youtube, donde se abren las vísceras y se van cortando o quemando como en una discreta bacanal gore. Parece que voy a despedirme de este mundo y voy a entrar en el más allá. Voy sintiendo un ligero sopor, luego todo se hace evanescente, hasta que te conviertes en vapor o en nada.

Despiertas sin saber dónde estás, ni cómo has llegado hasta ahí. Recuerdas todo lo anterior, es lo más parecido al despertar después del óbito. El tiempo transcurrido ha sido inexistente pues no hay ni una imagen onírica atrapada. Tan solo la nada. Al menos, el susto ya pasó. Te sientes a continuación agradecido. Muy agradecido por el personal que te ha atendido y por el trabajo del doctor que hace honor a su apellido y se ha comportado como un León.

A la gente le preocupa mucho más el postoperatorio, pero las molestias, los dolores, los sinsabores de una estricta alimentación, la medicación o la soledad para mí es lo de menos. Hasta inyectarme la heparina resulta un juego. Tengo que recuperarme, no solo para seguir viviendo, sino para lograr una cierta calidad de vida, ahora que se acerca la jubilación.

Y llegan las  agradecidas llamadas o los mensajes y las visitas que te alientan.

Este artículo está especialmente dirigido a todos aquellos que han estado o esperan entrar en un quirófano, a todos aquellos que son sensibles y empáticos con esta cuestión. Al excelente personal que te atiende, desde el celador, hasta llegar a las enfermeras y el cirujano. A toro pasado, os puedo decir que tenemos muy buenos profesionales y que todo sale bien. Eso sí, ponedle freno a la imaginación, si la tenéis un tanto maleducada. Muchos de nosotros lo vivimos como algo traumático que no se olvida. Después puede quedar una suerte de estrés postraumático, incluso. Lo peor ya pasó.

Muchas gracias.

                                                                                                                    JlRaya

 

Operación quirúrgica - La Opinión de Málaga (laopiniondemalaga.es)

 

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