Esa Navidad que tú ves ahí...
Hay una suerte de
postureo antinavideño, que se encuentra por encima del bien y del mal, y
que suele mirar por encima del hombro a todo ese aborregamiento
adocenado que sigue las pautas del conservadurismo doctrinario y
acérrimo, que se ha impuesto a lo largo de siglos de tradición rancia y
obsoleta. Vale, pues entonces no juzguéis y no seréis juzgados.
En ocasiones, se
escudan en los hijos o en los sobrinos para justificar su intransigente
posición, al menos les queda ese ápice de ternura navideña. Aprovechan
el Black Friday para hacer las compras prenavideñas y regalar a
sus seres queridos, sin saber que siguen el mismo sendero que esa
retahíla de acémilas ciegas y obedientes que compran compulsivamente
aprovechando una oferta más que cuestionable, por lo que se ha invertido
hasta llegar a ella. Intentan escabullirse de las ruidosas comidas o
cenas de empresa aduciendo cualquier tipo de dolencia, y luego acuden
porque el amigo de confianza les ha insistido – tan sólo un poco- y después son los últimos que no quieren marcharse porque ya están animados.
Predicen que no van comer mazapanes, turrones o chocolates y concluyen
estas fiestas con seis kilos de más, porque como todos sabemos el
cordero engorda y el alcohol mucho más.
Siguen rajando da la
Navidad mientras mastican esas copiosas comidas que les prepara su
suegra o su abnegada esposa. No les gusta el cava – y menos si es
catalán-, prefieren la sidra bien escanciada. No saben si reivindicar
los Reyes Magos frente al avasallador Papa Noel, que va ganando terreno
como el independentismo; terminarán los Reyes Magos arrinconados y
acojonados por ese empuje foráneo y global omnipotente. No suelen
felicitar las navidades porque se alejan de ese tufo religioso que tiene
la fiesta, prefieren celebrar el año nuevo porque es más cool, sin
embargo afloran las lágrimas a sus ojos con el anuncio de El Almendro,
que vuelve a casa por Navidad. Tampoco compran la lotería porque el
gordo nunca toca y se reconcomen por dentro cuando ven por TV a los
agraciados brindando y saltando de alegría por esa lluvia de millones,
que de un tiempo a esta parte es Hacienda quien los destripa. Por
supuesto que detestan los villancicos y echan de menos aquellas
películas como Mujercitas, la del 33 que salía Khaterine Hepburn -
la mejor- y que siempre ponían por estas fechas. En aquella época no
estaba de moda estar en contra de la Navidad, era como ir contra Barrio Sésamo.
Algunos de ellos son
tan consecuentes que no se les ocurre rajar de la fiesta del cordero por
ejemplo o la del dragón, ya que esto implicaría ir contra la diversidad
cultural. Su coherencia es tan sorprendente como un pavo balando. En
efecto, acuden a todo tipo de compromisos porque no tienen más remedio,
suelen dejar caer alguna pulla, mientras tragan y tragan o beben y beben
como los peces en el río; siempre hay, por cierto, otros seguidores que
se les unen en su comparsa, sin ver que la gran mayoría de nosotros
disfrutamos de la Navidad porque es una fiesta de asueto, no hay que
madrugar y nos gusta un fiestorro más que a un tonto un lápiz. La gran
mayoría, por suerte, es una suerte de mayoría ruidosa y silenciosa que
disfruta de la vida en todo su carpe diem y esplendor, tampoco enmudecen
ante la Semana Santa, son los que aprovechan esa semana de pasión para
salir y divertirse. Nadie de mi entorno solloza ante esto, ni celebran
el Nacimiento propiamente con fe ciega y radical, ni siquiera
complaciente, ya que son muchos los que cuestionan la veracidad de la
leyenda y sitúan el legendario nacimiento en pleno mes de agosto, cuando
los supuestos reyes de oriente podrían ofrendar las mieses y no en el
gélido diciembre. Así los romanos trasladaron esa fiesta cristiana al
invierno y la paganizaron de alguna manera, pues tan sólo perseguían una
especie de Black Friday, ya que necesitaban ingresos para su incipiente
declive imperial.
Frente a otras
religiones, la cristiana, por suerte para muchos y desgracia de unos
pocos, se ha ido desacralizando y sus fiestas religiosas se han
paganizado. Pocos son los que se ponen a cantar villancicos frente al
portal de Belén, ni rezan fervorosamente ante el paso de un Cristo
cualquiera. Son tradiciones que se han preservado porque es la excusa
perfecta para reunirse con familiares y amigos, regalarnos ese perfume
que tanto nos gusta y besarnos y abrazarnos porque a nadie nos amarga
un dulce. Así que dejad ya de rajar tanto de estas fechas porque sois
los primeros que las sostenéis con vuestras compras y comilonas, que tan
mal os sienta porque no sabéis comediros. Os habéis convertido, sin
saberlo, en una réplica de Scrooge, y terminaréis comprando el pavo más
grande para enviarlo a la casa de Bob Cratchit.






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