Indignación
INDIGNACIÓN
Pepe Raya
Tenía en mente una columna donde iba a relatar la indignación que
sentía por esa persona, a la que tanto apreciaba, que te da la espalda porque
el favor número veintiuno no has podido hacérselo; sin embargo, un sofoco mucho
mayor me ha producido la trágica noticia del suicidio de la preadolescente
Sandra Peña. Hace bastantes años edité en prensa un meticuloso artículo
exponiendo la problemática del acoso escolar. La detección a tiempo era el quid
de la cuestión. Luego venía el obligado protocolo de acción, dictado por leyes
y normativas varias cuyo objetivo esencial era la protección del menor. Como
siempre, y en este caso, las verdugas se convierten en víctimas y son el
objetivo principal de dicha protección. En tanto, el cuerpecito de un ángel
empieza a marchitarse. Nuestra hipócrita sociedad es así. Soslayan la
responsabilidad de las otras menores para centrarla exclusivamente en el centro
educativo. Ni siquiera los padres son señalados. Hay que empezar diciendo, para
los neófitos, que los docentes se hallan saturados de alumnos. La ratio es cada
vez más amplia. Es casi imposible vigilar fuera del aula los casos de acoso.
Los alumnos acosadores saben perfectamente cuándo y dónde vejar al compañero o
compañera, esto es, pasillos o servicios a donde la visión del profesorado no
llega. Los padres y madres de las acosadoras seguramente no se enteren porque
estas chicas vean este tipo de actitudes en casa. El padre y la madre de la
víctima denunciaron los hechos en repetidas ocasiones. Ni el centro, ni la
administración estuvieron acertados. Normalmente se hallan atados de pies y
manos para poder actuar con celeridad por los lentos protocolos. Como cuando
sucede un nuevo asesinato por violencia de género. Solo hay unión para la foto
protocolaria. Nuestra sociedad se pudre lentamente entre los empaques de los
bárbaros, entre las leyes que se desentienden de los deberes y exprimen tan
solo los derechos. Los que consideran que están exclusivamente para ser
servidos. Los que exigen y no ofrecen. Ingratitud, barbarie y acoso parece que
fueran de la mano en esta agria reflexión. Las verdugas sufrirán unos días la
reprimenda de los padres o las madres. Y dirán que no era para tanto. Que solo
bromeaban. Y la ley mansa caerá sobre sus cabezas cabizbajas y mostrarán o fingirán
arrepentimiento. Pasarán una temporadita alicaídas y seguramente dejen de
acudir al colegio un trimestre, quizás repitan curso. Y, quizás, ya le hayan
echado el ojo a otra víctima porque es un poco gordita o un poco hombruna o un
poco empollona.




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