EDITORIALES
Editoriales
Pepe Raya
Infortunadamente no he tenido la suerte de ser tocado por la varita
mágica de una editorial grande o poderosa. Como la gran mayoría de los
escritores, nos desenvolvemos en empresas de edición intermedias o bajas,
entendiendo por esto “modestas”. Exceptuando las de autoedición, asumen costes
y se dedican a realizar el sueño de muchos autores que ya se ven estampados en
todas las librerías o a la entrada de las cadenas de supermercados más
renombrados. Y ya puestos, algunos se vislumbran como la señora del niño-mago,
sepultada bajo una montaña de millones de dólares. Soñar es gratis. Y acudes a
presentaciones y se llenan normalmente los aforos, muchas veces gracias a los
familiares o amigos, puede que acuda algún renombrado político o algún escritor
consagrado. Esto con suerte. Algunos nos paseamos por televisiones locales o
radios y aparecen reseñas y críticas en la prensa. Normalmente uno se implica
para difundir su obra acarreando libros y firmando ejemplares de los que no
verás ni un solo céntimo, eso sí, seguirás soñando con las mieles del triunfo.
Te conviertes en un juglar que va de pueblo en pueblo difundiendo cultura,
cargado de libros e ilusiones, impelido también por los encomios de tus
lectores habituales; algunos te comentan que les gusta mucho más que los de la
Navarro o el Jurado. Y te alientan y te impulsan. Y crees que merece la pena
seguir porque te explican detalladamente que no pueden parar de leer. Pero
llega el momento en que uno empieza a sentirse ridículo, precisamente cuando
descubres que estás trabajando para una empresa que no te paga nada. Algunas se
estiran más que otras; pero la mayoría soslaya el trasiego emocional que se
instala en el territorio de la creatividad.
Todas estas desavenencias las he percibido en su rotundidad cuando he
ido entrevistando, viajando, invitando y pagando incluso a diferentes testigos
para configurar, a lo Capote y “A sangre fría”, una biografía novelada o novela
testimonial. Y luego aguanta las
críticas de los que han salido malparados. No entienden aquello de “yo soy el
mensajero”. Me he metido en camisas de once varas, he intentado entrevistar al
presunto asesino, no precisamente en la línea de Luisgé, ya que en mi caso
hubiera sido un testimonio más, pero el susodicho se encontraba carcomido por
la droga. Después de todo este lóbrego recorrido, asaltado por amargos
contratiempos, esperaba alguna
recompensa, algún trato de favor, olvidando que las pequeñas editoriales son
frías empresas que no van a regalarte nada, ni tan siquiera un billete de avión
a Melilla donde se me requería, habiéndoles pagado con creces la inversión
inicial con todas sus ganancias incluidas en un tiempo record. Como otras
veces, yo hubiera estado dispuesto a sufragar estas menudencias, pero el
sentido del ridículo y el amor propio han empezado a hacer mella en mi
trayectoria. Es cierto que en dichas empresas hay muchos gastos y empleados a
los que hay que pagarles una nómina, pero olvidan verdaderamente que viven de
nosotros. Algunas de ellas sí que tienen ciertos detalles que, sin duda, ayudan
a sentirte querido o valorado. Otras, no te dan ni agua. Esto es un claro
menosprecio a toda tu labor. Se escudan, con o sin razones, en sus gastos y su
trabajo; pero obvian el nuestro. Muchos
autores entienden esta dialéctica desde el minuto uno; otros, en cambio, los
más torpes, necesitamos darnos varios cabezazos seguidos para asumir que eres
un cero a la izquierda en estas micro empresas, de las que no dudo de sus
excelsas y loables intenciones, pero se atascan en las regalías o atenciones
que deberían profesar a esos trabajadores/creadores anónimos de los que se
nutren.
Después de esta sucesión de fracasos amorosos, el autor toma conciencia
lentamente de su valía y se hace valer. Entonces, ante la continua dejadez de
las empresas editoriales inaccesibles, evalúa el camino de la autoedición o en
ser bendecido por Amazon y sus secuaces. Quizás no obtengas la repercusión que
debieras, pero obtendrás los beneficios pecuniarios que realmente mereces. Has
pasado de ser un trabajador asalariado sin salario a ser dueño de tu propio
destino y de tu labor. Es algo parecido al trabajador que desea abrir un
negocio y ser su propio jefe, pero sin los nervios por las posibles pérdidas.
El autor seguirá escribiendo porque esa es su ilusión, lo mismo que el pintor o
el compositor. Es un acto en soledad, casi místico, donde tu conciencia escapa
de las frívolas ataduras de la cotidianeidad y entras a formar parte de otros
universos ajenos al resto de los mortales. Los escritores noveles y no tan
noveles deberían empezar revalorizarse en este sentido. Sobre todo si habéis
superado con creces las expectativas.
Sin duda, hay que agradecer la confianza que depositan en un texto y
todo el proceso que conlleva la elaboración, corrección, impresión o
maquetación, pero no olvidemos que lo cortés no quita lo valiente y no podemos
rebajarnos tanto. El último bofetón ha sido determinante para abrir lo ojos.



Yo podría contar bastante sobre la editorial que me publicó mi primer libro, pero aún lo tengo reciente y me da cierta pereza. Algún día lo haré, aunque daré un pequeño dato: la primera tripa era mucho peor que el work que les envíe, pues ni siquieran estaban físicamente cuadrados los poemas de igual manera en cada página... después siguió el despropósito durante tres años hasta la resolución del contrato.
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