La novela biográfica
La
novela biográfica
José Luis Raya
Cuando
el
personaje al que deseas biografiar no se encuentra desgraciadamente en este
mundo, has de recurrir a un género que pasa desapercibido para la mayoría de la
gente. La confusión entre estricta biografía y novela biográfica queda patente
en las opiniones o manifestaciones de ciertos individuos que abren la boca para
opinar libremente, partiendo desde la ignorancia como a continuación
demostraré.
Escribir la biografía de Sandra
Almodóvar ha sido lo más parecido a una odisea kafkiana, cuyos efectos
secundarios aún aletean en mi mente conturbada. Ha habido anécdotas tan
hilarantes en unos casos, como humillantes o sencillamente curiosas en otros.
Cuando Sandra me propuso escribir su biografía aquella plácida tarde de enero,
recortados por un sol lánguido y tibio, no supuse que la empresa me iba a
acarrear tantos quebraderos de cabeza. Empezando por ella misma, que se fue de
este mundo prácticamente sin despedirse, víctima de sus propios excesos y de un
supuesto maltratador y no tan supuesto. Hube de hacer de tripas corazón y
travestirme de Sandra para poder comprender su inescrutable mundo, repleto de
confusos testimonios en algunos casos o contradictorios en otros. Ella ya no
estaba entre nosotros para corroborar lo que me confirmaban o negaban.
Por otra parte, he de agradecer la
predisposición de muchos amigos o conocidos de sus diferentes etapas
biográficas. A los que me buscaban y se emocionaban con sus testimonios, les
ofrezco toda mi gratitud y credibilidad. Luego estaban los que me daban largas
o se encontraban sumamente ocupados; los que me dejaban plantado y luego iban
diciendo que yo no acudí a la cita; los que tenía que pillar prácticamente
desprevenidos y sin escapatoria; los que nunca cogían el teléfono; los-las que
no te contestaban por ninguna de las RRSS; los que te citaban para tal día y
luego no podían porque les había salido un viaje imprevisto. El primer
testimonio y acercamiento humano partió de la amable dueña de la Librería
Berkana en Madrid. Creí que todo iba a ser pan comido. No obstante, me sentí
absolutamente desorientado y con pocas ganas de iniciar una biografía sobre una
estrella rota que había partido antes de tiempo. Entonces apareció Miguel Ángel
Rodríguez y me ofreció un inestimable documento donde se relataba, a modo de
diario, la dura infancia de Sandra Almodóvar y sus primeros pasos artísticos
por Torremolinos. Ya solo tenía que tirar del hilo como en el mito de Ariadna.
Entre otras anécdotas, la más
relevante ocurrió cuando solicité información a la productora de la película
donde ella actuó para completar el episodio o capítulo sobre su efímero paso
por el mundo almodovariano. El mutismo fue total hasta que les envié el
capítulo donde ella interviene en la película. El tono que le di al mismo no
fue del gusto de la secretaria que, desde el otro lado de la línea, me gritaba
y me amenazaba con demandarme por injurias o calumnias. Tan solo le di un matiz
jocoso y glamuroso a la par, quizá un tanto irónico, encajando de alguna manera
en ese universo que tanto admiro: el de uno de los directores más
sobresalientes de nuestra historia. Desconocía obviamente que aquello era una
recreación por la falta de información a la que se negaban en rotundo a ofrecerme.
Era algo tan kafkiano como el perro del hortelano. Desconocía igualmente los
artículos, casi panegíricos, que escribí sobre algunas de las películas del
director manchego, desmintiendo sus infundadas sospechas sobre un supuesto y
calculado desprestigio de la productora o del director. Estaba completamente a
la defensiva afilándose las uñas. No sabía cómo explicarle a ese remedo de
rottweiller que, dadas las lagunas que me encontraba en mi camino, debía
recurrir a la recreación y convertir una biografía estricta en biografía
novelada, con las consustanciales partes ficticias que ello entraña, sobre todo
al hilvanar los acontecimientos. Hay una escena en la excelente “La habitación de al lado” en que,
precisamente, esto mismo se lo explica el personaje de Julianne Moore a Tilda
Swinton. Me removí en el asiento del cine y pensé: “¡Eureka! Lo han comprendido”.
He de agradecer el cable que me echó alguien de la productora en este asunto.
Tener cultura ayuda normalmente.
Después de aquellas tensas
conversaciones y de los bochornosos correos electrónicos, auspiciados por ese
amor propio que hay que mantener siempre a flote, cambié los nombres propios de
ese universo al que siempre he admirado por su genialidad. Así pues, hallaremos
a Pedro Calatrava, El Anhelo S.A. o La mitad del corazón. En la novela
biográfica hay una sucesión de personajes que aparecen con su nombre alterado,
bien porque ellos mismos me lo solicitaron o porque no he tenido la oportunidad
de hablar directamente con ellos. Otros personajes (reales) mantienen sus
nombres o apelativos porque verdaderamente son positivos o ayudaron a
consolidar el respeto o la dignidad de Sandra.
Seamos francos, no es que fuera Sandra
una artista de la talla de Liza Minnelli, pero sí que simboliza algo que pocas
personas o artistas pueden decir: se trata de un icono o emblema de la
intolerancia del Régimen con estas personas. Intolerancia y odio que aún se
transpira en muchas capas sociales. “La turbulenta vida de Sandra Almodóvar” es
una novela biográfica donde se retrata unas veces con ternura y otras con
horror el verdadero calvario que fue la vida de esta artista. Es un fresco
irrepetible donde aparece la sociedad torremolinense del franquismo y la
transición hasta llegar a nuestros días. Como siempre, escribo para informar,
entretener y agitar conciencias.





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