Karla Sofía Gascón (SUR)
Karla Sofía Gascón
En una anterior columna me dejé llevar por las hordas justicieras y me uní miserablemente a la lapidación social y viral de KSG, traicionando uno de mis principios que defiende una segunda oportunidad incluso para el más abyecto. Todos podemos equivocarnos. Tan solo los soberbios y los arrogantes carecen de esta humana cualidad. La protagonista de Emilia Pérez deambuló por todos los medios de comunicación exhibiendo su arrepentimiento y sus lágrimas. Sin embargo, los haters y las RRSS no la han perdonado, ni siquiera las altivas academias del cine. En la entrega de los Goya brilló por su ausencia y la han apartado como si fuera una apestada. La cancelación de la cancelación se ha legitimado y ha emergido una siniestra justicia social que condena a las profundidades del averno a cualquiera que haya cometido un tropiezo.
Por ello del algoritmo y mi afición por el séptimo arte, me aparecían todas las películas nominadas a diferentes premios cinematográficos y por ende la susodicha actriz. Los odiadores escupían su veneno al amortajarla con los calificativos más insidiosos. La crueldad humana emergía de la manera más violenta. La sombra de Hobbes se deslizaba irónicamente en la pantalla del portátil con el signo de la vitoria. Ya no voy a caer de nuevo en la trampa. Igual que en la escuela, cuando el líder elegía a su víctima el resto lo seguía hasta el final. Existe una especie de salivación malvada que nos acompaña a lo largo de nuestra vida cuando se trata de ajusticiar públicamente. Cogemos la piedra y la lanzamos al unísono en una suerte de aquelarre sanguinario. Estoy casi seguro de que en nuestro fuero interno la estamos lanzando contra nosotros mismos, contra nuestras propias miserias que no afrontamos.
Resulta sencillamente denigrante para nuestra especie que no practiquemos el perdón y no se impulsen las segundas oportunidades; sin embargo, para otras cuestiones mucho más relevantes se hace la vista gorda. A ello, por consiguiente, hay que añadirle nuestra innata hipocresía y nuestras diferentes varas de medir: a unos les reímos las gracias y a otros, por lo mismo, los relegamos al ignominioso ostracismo.
Si no aprendemos a perdonar y no nos perdonamos a nosotros mismos iremos completamente a la deriva. Y, sobre todo, deberíamos de ir revisando aquello de “tolerancia cero” porque le cerramos las puertas al arrepentimiento, a la paz y a la reinserción. Cualquiera puede equivocarse en unas manifestaciones y está en su derecho poder recular. El linchamiento social es totalmente reprobable. Resulta que afianzamos lo contrario de lo que teóricamente combatimos, esto es, el odio.
Karla
y Sandra
José Luis Raya
Estoy viendo por las demoníacas RRSS el alud de insultos y vejaciones que está recibiendo Karla Sofía Gascón. No puedo creer que siga habiendo tanto odio comprimido en la mayoría de los mensajes que leo por aquí y por allá. Acoso y derribo. No es que posea un palmarés espectacular, pero parece ser que la crítica se ha rendido a su interpretación en una de las películas más nominadas de la historia del cine. También mantuvo un litigio contra la líder de la extrema derecha francesa Marion Maréchal por un comentario transfobo. Por ahí la he visto enfrentarse a un conocido presentador en una entrevista porque este le preguntó si podía dirigirse a ella como una mujer trans, a lo que esta respondió que es una mujer sin más. Hubo cierta tensión. Lo que no puede ser es que ella quiera ir dando lecciones de moralidad y saquen a relucir los trapos sucios que escondía bajo la alfombra. Se trataba de unos comentarios racistas e islamófobos que había dispersado por su cuenta de Twitter. Hija mía, no puedes pedir respeto si no predicas con el ejemplo. Al enterarme de esto, dejé de apoyarla en su cruzada contra la intolerancia. No obstante, ha reculado y ha pedido perdón; pero sigue estando en cuarentena, ya que se ha disculpado cuando la Academia ha amenazado con retirarle su nominación. La has cagado, querida Karla. Finalmente la ha retirado. Cada cual puede expresar su opinión, pero debe apechugar después.
En mi centro de trabajo había una adolescente trans, que iba cambiándose el nombre de chico a chica a su antojo, dependiendo del trimestre. En el recreo observaba cómo empujaba y amenazaba a otros niños para que estos la atacaran y poder victimizarse. Supongo que karlas hay por muchos sitios. Sin embargo, ni podemos, ni debemos usar esto como vara de medir. Tengo en mente a la única e irrepetible Sandra Almodóvar, cuya manera de ser y actuar era sencillamente angelical. En la novela que próximamente verá la luz, aparece una Sandra maltratada y golpeada desde que tenía uso de razón. Odiada y repudiada por su familia y apaleada por sus parejas.
Me sorprendía enormemente que, después de tanto odio acumulado a lo largo de su vida y de tantas patadas y puñetazos recibidos, ella siguiera desprendiendo amor y felicidad. Y confiando en la bondad del ser humano.
Sandra debería ser un ejemplo de superación y de amor al prójimo. Incluso apoyó y ayudó a todos aquellos que la maltrataron. Si de mí dependiera, yo la canonizaba. Ella tenía un corazón enorme. A las personas hay que valorarlas por esto. Todo lo demás es secundario.




Creo que te refieres a las entrevistas de El Hormiguero, y cierto es que en la primera me pareció que el personaje se había tragado a la persona (más allá de que, con su personalidad y dobles sentidos, eclipsó a Pablo), y en la segunda, el personaje, definitivamente, se había tragado a la persona, y su posición de "esto es la extrema derecha" era un constructo creado por sus asesores de imagen. Por cierto, Karla, no les pagues, porque te han confundido: la extrema izquierda no te perdonará jamás que seas trans y digas lo que piensas fuera del guion.
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