Amor romántico


 

 

Amor romántico

José Luis Raya

 

Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía, nos decía Gustavito, el vate de Sevilla. Y tenía toda la razón del mundo. La poesía existe en la tierra y en el cielo, en las estrellas, el reflejo de la luna en el mar o el pájaro que trina al amanecer. Otra cosa diferente es que esto sea advertido y plasmado en un papel cuajado de versos. Con el tiempo, esto está quedando desfasado, puesto que muy pocos son los que miran al cielo o se estremecen ante un esplendoroso atardecer. Ahora prefieren quedarse pegados a las pantallas de sus móviles, en tanto su cerebro languidece como ese atardecer que pasa de largo.

El amor romántico discurre por la misma senda de la perdición, aunque, como la poesía, siempre existirá. Pero vamos a desmembrarlo un poco, que quizás lo tengamos sobrevalorado o se esté convirtiendo en una leyenda urbana.

Me pregunto qué pensarían Bécquer o Novalis, Rilke o Rosalía de Castro. Que sería de los caballeros andantes de los tiempos del Quijote o de aquel polvo enamorado de Quevedo. O del mismísimo Roberto Carlos cuando cantaba aquello de Yo soy de esos amantes a la antigua que suelen todavía mandar flores, como excusándose o pidiendo permiso.

Pues sí, ya está demodé. Si bien, el amor romántico se esconde en los mismos recovecos y discurre por los mismos meandros que la poesía. No hay que culpar a nadie, ni a la sociedad, ni a las maléficas redes sociales. El amor romántico ha ido sucumbiendo para dejar paso a otras formas de amar, ni mejores, ni peores: diferentes. He visto que se aman las parejas del mismo sexo con el mismo amor romántico que hemos ido absorbiendo desde nuestra cuna: en la música, en las canciones, en las películas o en la poesía. Nos han inculcado, quizás, el amor romántico. Estas personas, incluso, han ido mucho más allá y han transformado sus relaciones amorosas en abiertas, en poligamias varias, poliamorosas, en trimonios o tetramonios. Incluso están los que se aman a sí mismos o fluyen entre lo binario o lo terciario. El caso es que algunas parejas del sexo opuesto concluyen que es la mejor elección, ya que, si la relación es abierta, no existe el engaño. Seguramente el amor romántico siga existiendo en el momento exacto en que se ama, sea con quien sea. Se va perdiendo la idea o el sentimiento de entregarse a la otra persona en cuerpo y alma, hasta que la muerte nos separe. Suena todo ya como muy arcaico.

También he escuchado a todos estos adelantados a su tiempo cómo admiran a sus padres y madres que se conocieron siendo unos adolescentes y se amaron hasta el momento de morir. ¡Qué bonito!, concluyen. Pero siguen con esos devaneos y fluctuaciones sin centrarse en una persona concreta.

Seguramente lleven razón en aquello de que la persona es libre y no nos pertenece. Amar y sentirse amado es algo precioso, pero caminando por senderos diferentes, o mejor por caminos paralelos. Tú deja a la paloma volar, que si vuelve es porque realmente te amará.

El amor romántico, en algunas ocasiones, ha sido todo un despropósito y la maté porque era mía. Se ha llevado al extremo de los extremos. Me pregunto si todo esto es genético, cultural o social. Me refiero a eso de lo mío es mío y no lo comparto con nadie, sin tener en cuenta si la otra persona siente y piensa lo mismo. Ha sido, pues, la culminación del horror. Es por lo que estas nuevas generaciones, como siempre, hundiendo sus pies en el brioso fango de la rebeldía, se hayan decantado por otras formas de amar. Más abiertas y sin ataduras.

No voy a ser yo el que opine que están equivocados, puesto que, seguramente, nosotros mismos nos hayamos estado engañando durante siglos y el amor romántico sea algo más abierto y pleno que amar a una mujer o a un hombre hasta que la muerte los separe.

Hay que aceptar y asumir que los tiempos cambian y que muchos de nosotros, los que ya peinamos canas, no estamos preparados para digerir tanta modernidad. Pero debemos dejar que todo fluya. Las modas van y vienen. Y si el amor romántico, tal y como lo entendemos, no regresa jamás, es que definitivamente estábamos equivocados, aunque por lo que a mí respecta, podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía.

Me he atrevido a lanzar la cuestión a todos esos insignes portavoces del amor romántico: “¿Puede el amor que llamamos romántico sobrevivir en un sistema que fomenta descaradamente el individualismo?”.

No sé si ha sido Keats o Espronceda el que se ha llevado las manos a la cabeza y ha asentido. Después, Gustavo Adolfo agregó: “¿Y tú me lo preguntas?”. No pude oír lo que argumentó a continuación, ya que el rugido de la tormenta que se avecinaba ensordeció nuestra conversación. Entonces, se puso a llover torrencialmente hasta que quedamos disueltos en un mismo suspiro. Todos fuimos arrastrados por las aguas negras y procelosas del temporal. Desde la lejanía, hundiéndome casi en el olvido, pude atisbar un siniestro y romántico rayo de luna que se abría paso entre los cielos borrascosos.

 

 

Comentarios

  1. Como siempre con un sentido ensordecedor,yo opino que el amor romántico no morirá,pero romántico no significa eterno,antes que románticos somos humanos y no,no somos perfectos.

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