Made In Japan
Made in Japan
José Luis Raya
El desarrollo de un país dependerá de las posibilidades de recuperar su billetera, su pasaporte o su móvil extraviados en el metro o en la calle. Piense si esto le sucede en España, si no le han robado antes. En Japón puede transitar tranquilo. No le van a atracar y va a recuperar fácilmente lo que extravíe. Es tal el grado de civismo, es tal el grado de educación y empatía y respeto por la propiedad privada que a nadie se le pasará por la cabeza la peregrina idea de apropiarse lo que ha encontrado. Piense en cualquier país occidental.
En Tokyo, Kyoto u Osaka la gente se coloca en fila de dos, tres o cuatro ante un paso de cebra, exceptuando Shibuya, que por allí circulan demasiados turistas. También se ponen en cola para entrar en los restaurantes o a ambos extremos de las puertas del metro. Las colas pueden exasperarnos, sobre todo si tratan de colarse.
Japón está atestado de máquinas dispensadoras de bebidas frías y calientes, distribuidas por las calles y avenidas, incluso por los callejones más oscuros. A nadie se le ocurre romperlas y robar lo recaudado. Piense si en España se distribuyera por doquier este tipo de máquinas. Los ladrones no tendrían que romper previamente las puertas de los comercios. Se lo pondríamos en bandeja.
La limpieza allí es exagerada. Jamás he visto unas calles o avenidas tan impolutas. Y lo más curioso es que allí no hay papeleras. No hay ninguna distribuida por las calles. Si usted necesita desprenderse de un papel o un desperdicio, se espera a que llegue a su casa y lo deposita en el cubo de su basura. A dos metros aprecié a un señor recogiendo con unas pinzas una colilla que había bajo el pilar de una carretera elevada. Cuando visitabas los templos podías hallar a otro señor o señora raspando los rincones de los escalones, limpiando la inmundicia o el musgo que se queda adherido. Algunas aceras parecen como recién fregadas. Y se le da un apretón, tan humanamente posible, hallará inodoros por doquier higienizados, con música de cascadas y trinos de pajaritos para amenizar la ignominia. Y finalmente lo agasajan con un chorro de agua calentita que sale como un geiser desde los confines del sanitario.
Esa inabarcable megalópolis llamada Tokyo es la ciudad del silencio. Nunca podría haber imaginado que entre tantísimos habitantes se respirara tanta paz. El metro, atestado de ciudadanos, parece un velatorio y los autos circulan con sus leves aleteos de mariposa. Allí todo es eléctrico o híbrido por lo que parece que deambulas a las cuatro de la mañana cuando todo está desierto. Es como si hubieras ingresado en un mundo distópico donde todo está milimétricamente controlado y ordenado. Si procedes del país de los gritos y los berridos -léase Spain- todo esto puede llegar mágicamente a apabullarte.
Todo viaje ha de ir acompañado de un buen libro o autor. Murakami es perfecto. En el epicentro de la narración de “Kafka en la orilla”, uno de los personajes se pierde en los oscuros y sobrenaturales bosques japoneses. Los mismos bosques que rodean los enigmáticos y emblemáticos templos, donde el sintoísmo y el budismo se abrazan en una suerte de único e irrepetible sincretismo. Recordemos que en Occidente nos hemos matado los propios cristianos por liderar los meandros religiosos que han generado nuestras vergonzosas contradicciones.
El respeto a las normas es fundamental para que una sociedad funcione. Las normas se han generado por el deseo implícito de una población ávida de prosperidad. El orden y la disciplina son básicos para que se genere un armónico mundo de confort y bienestar. Todo discurre con la serenidad y la puntualidad de un reloj japonés.
Sin embargo, toda perfección esconde un lado oscuro. La misma oscuridad en el que quedó sumido el Imperio del Sol tras su cronometrado ataque a Pearl Harbor y la desproporcionada y genocida respuesta de EEUU. Ese trauma permanece inmerso en su genética y ha determinado su peculiar manera de ser. Los japoneses son muy amables y atentos, pero al mismo tiempo desconfiados. Los pocos occidentales que por allí deambulamos nos saludamos cordialmente y nos miramos al cruzarnos por las calles: en silencio y en orden.
Las políticas de migración son muy restrictivas. Apenas se ven migrantes. Los letreros obviamente son en japonés y no todos en inglés, de hecho casi nadie habla la lengua universal, por ello es muy difícil comunicarse.
Hay dos ciudades paralelas. La exterior y la interior. Enjambres de japoneses viven en las ciudades subterráneas creadas bajo las estaciones de metro y tren. Existen cientos, quizás miles de tiendas y restaurantes. Incluso moteles con habitaciones encapsuladas.
Los japoneses son muy celosos de su intimidad y no se tocan ni se palpan cuando se conocen. No como aquí, que nos abrazamos y nos besuqueamos con suma facilidad. Ello ha contribuido a que sean seres aislados afectiva y emocionalmente. En las gigantescas tiendas de “Don Quijote”, junto a los calcetines para niños con dibujitos, podemos encontrar todo tipo de aparatos onanistas para él y para ella. El paraíso del sexo individualizado. Es imposible contraer enfermedades venéreas. Ni Covid. Casi todo el mundo sigue con su mascarilla. Esto no es nuevo de todas formas.
El lado oscuro puede vislumbrarse también en ese tipo de locales que hacen las delicias de los pedófilos: los Maid Café o café de sirvientas. Ver, pero no tocar. Jovencitas de aspecto muy aniñado hablan y actúan para esta suerte de pedófilos que pulula silenciosamente por las calles de Japón. Seguramente, sea una manera de mantenerlos inactivos. Después, en la aplastante soledad de sus diminutas viviendas, puedan utilizar los mejores aparatos onanistas de Don Quijote. Así no delinquen.
Seguimos indagando y la primera impresión de incomparable asombro sigue perforando mi mente: legiones de hombres y mujeres muy mayores se dispersan por las calles atendiendo las necesidades de la circulación ciudadana y del tráfico o custodiando los edificios públicos y culturales. Aquel anciano que recogía las colillas de la carretera con un bastón-pinza era uno de ellos. Han de complementar sus exiguas pensiones con ciertos ingresos adicionales. Esos abuelitos y abuelitas estarían mejor en sus casas sentaditos en su butaca con una mantita por encima, y no con esos adustos uniformes soportando el frío de la noche nipona.
El naturismo parece que se ha instaurado en la sociedad y en las familias. Es llamativo que sean tan tímidos y vergonzosos y que las familias acudan a estos espacios naturistas y nudistas sin ningún pudor. Son los onsen o baños públicos de aguas termales. Después, puedes encontrar inmensos espacios para dormir, multitud de comedores, restaurantes y zonas recreativas.
Yo considero que si fusionáramos lo mejor de España y Japón crearíamos el país perfecto. De él deberíamos adoptar su orden, su disciplina, su laboriosidad y respeto por las normas y las leyes. Y su sentido de la productividad dentro de un marco energético ecológico y sostenible. De España me quedo con su atmósfera mediterránea, su besuqueo y su alegría. No puedo olvidar a aquel anciano que iba sentado en el metro con su maletín, su gabardina, su paraguas, sus arrugas y la mirada perdida y más triste que he visto en mi vida. Un servidor, que puede ser tan ultrasensible como vehemente, salió del vagón con los ojos empapados en lágrimas.
Así pues, si viaja al país del Sol Naciente, recuerde que ese viaje va a ser sobre todo sociológico. Si usted es observador, comprobará que ha entrado en otra dimensión. Al regresar no será el mismo de siempre.



Recuerda que no es oro todo lo que reluce.
ResponderEliminarMe ha encantado primo... espero poder comprovar algún día, junto a mi familia, el peculiar día a día de la cuidad del silencio.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu crónica de Japón. La vida que retratas me parece más triste de lo que pensaba. Ese trato a los ancianos es muy duro, un país tan rico y que no sea capaz de garantizar una vejez digna a sus ancianos!!! El maldito capitalismo. De todas formas me gustaría visitarlo. Gracias.
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