La frustración en El Mundo
La
frustración
A algunos se les ve venir, con esos andares de zares omnipotentes o quizás pasan más desapercibidos, ocultos en sus propios traumas confeccionados a golpe de bofetadas en su amarga infancia. Otros, más ambiciosos, nunca ven colmadas sus ansias de prosperidad y viven en la constante insatisfacción de no vivir de la manera a la que aspiran. Y, cuando, se aproximan a ese sueño, su misma avaricia les sirve de impulso por seguir acaparando más y más. Otros (y otras) no se han emparejado con esa persona ideal a la que aspiraban y han de conformarse con ese mentecato que les acompaña. Para colmo de males, lo ven demasiado grueso o un tanto canijo y no tiene clase, ni don de gentes. Esas personas de manera habitual son antropocentristas, mejo dicho, egocentristas, quizás egocéntricos mejor. El diccionario no engaña pero impone: Yo, yo y mil veces yo. Son los más listos, los más guapos, los más admirados. Sus parejas son auténticos peleles que no les llegan ni a la altura del tobillo. Son los que manejan todos los tejemanejes sin aprehensión alguna. Son los que deciden cómo, dónde, qué y cuándo. Miran por encima del hombro a todo el mundo porque nadie da la talla. Tras toda esta fachada se ocultan personalidades muy complejas, frustradas, infelices, siempre al acecho de provocar y de causar dolor o malestar. Suelen transmitir su propia insatisfacción a los que les rodean. Cuando comprueban que ese desasosiego que sienten o ese continuo malestar lo han transmitido al ser más vulnerable que hallan en su derredor, empiezan a respirar satisfechos, pero esto les dura poco pues tienen que estar permanentemente al acecho para satisfacer precisamente sus propias insatisfacciones. Si comprueban que te han causado daño, pueden sonreír (maliciosamente, irónicamente, con complacencia tal vez) ya que han inoculado ese veneno que los zahiere noche y día. La frustración que sienten puede ser algo consustancial a su propia genética. Hay que alejarse y saludarlos en la distancia, o mejor ni mirarlos, pues como vean un atisbo de cierta humanidad o empatía por los demás, cierto gracejo o don de gentes, cierto equilibrio o el éxito que ellos anhelan, pueden aproximarse sigilosos como esa cascabel que te muerde en el desierto antes de que la intuyas. Y te inoculan todo el veneno que han generado sus vidas tormentosas. A menudo, se las han creado ellos solitos con su congénita infelicidad y amargura. Precisamente empiezan a ser medianamente felices cuando comprueban que han inoculado el bicho de la desdicha o del malestar.
Yago, seguramente, se dejó llevar por la envidia y también por los celos. Muchos de estos seres intentan transmitir lo que ellos padecen. Otelo cayó en sus trampas y fue arrastrado por la propia insatisfacción de Yago. ¿Quién si no produjo semejante tragedia en La Celestina sino los criados de Calixto y de la propia alcahueta con sus chismes y sus envidias y, en definitiva, con su propias insatisfacciones o frustraciones? Los más felices devolvían su felicidad a don Quijote, en tanto los frustrados estaban siempre dispuestos a apalear al pobre Alonso Quijano. ¿No condenó la frustrada clase media francesa a Madame Bovary, una mujer adelantada a su tiempo? ¿Acaso no fue Edmundo Dantés de El conde de Montecristo una víctima de todo esto que se está pergeñando? Los frustrados pueden hacer mucho daño. ¿La propia frustración o envidia de Salieri hacia Mozart no fue acaso el origen del fatal desenlace? Y no me refiero tanto a la película de Milos Forman como al drama de Pushkin titulado precisamente La envidia. Por qué murió Séneca. ¿Por qué se quemó vivo a Giordano Bruno? ¿Qué movió, sin duda, al Sanedrín a dictaminar lo que dictaminó lo mismo que la Santa Inquisición más adelante en otro sentido?
La frustración es un fantasma doloroso que recorre la historia de la humanidad desde sus inicios. Bajo su esclerodermia subyace la envidia, el rencor, la insatisfacción, el malestar, la altivez y el dolor, mucho dolor se puede hallar a menos que rasquemos en esa piel tan dura como un caparazón, mejor perforemos.
En el fondo, son seres dolientes que sufren y anhelan contagiar precisamente la frustración que los devora. Una vez detectados, no se muestre nunca ante ellos como individuos frágiles. Hay que ser, en todo caso, perseverantes y comprensivos con estos seres si hubiere un ápice de admiración, pero si no quiere usted meterse en camisas de once varas manténgase alejado o lo pasará mal, muy mal.


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