III Congreso LGTBI Torremolinos SUR/EL MUNDO

 

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José Luis Raya Pérez

Recientemente se ha celebrado en Torremolinos el III Congreso LGTBI con el intitular de Sandra Almodóvar que, por cierto, brilló poco por su doble ausencia. Después lo explicaré. El acto fue conducido magistralmente por Iván Galibter y los actuantes estuvieron a una gran altura oratoria, así que mis felicitaciones a los organizadores, desde la Junta hasta el Ayuntamiento de Torremolinos.

Loles López Gabarro, Consejera de Inclusión Social, le dio un toque desenfadado y fresco que me recordaba a María del Monte o a su tocaya Loles León. María Buckley, procedente de Florida y experta en temas de violencia y odio al colectivo, generó un momento de confusión ideológica por ciertos encomios referentes a los sacerdotes, pastores y al Papa Francisco. Después aludiré a ello. El Inspector de Policía Daniel Sanabria dejó un buen sabor de boca al dejar muy claro que deberíamos desterrar definitivamente la rancia y caduca idea de que la policía es un cuerpo represor. Efectivamente, están para socorrer al ciudadano, sin distingos. Fue su intervención muy cercana y rotunda en estos temas: cómo combatir los delitos de odio. El criminólogo Daniel Suárez nos informó estadísticamente cómo los delitos de odio se esconden en el macabro engranaje de las Redes Sociales y aludió al artículo 150 del Código Penal 34/2002 donde esto ya está tipificado. Las denuncias han de ser el primer paso para combatir dichos delitos. Lo mismo que en la violencia de género. Si bien, subrayó, las RRSS no se han adecuado a los países más avanzados como España. No obstante, añado, como antaño indiqué en “Violencia protocolaria”, nos perdemos muchas veces en los protocolos y cuando queremos actuar la víctima se ha suicidado o ha sido asesinada. Mar Cambrollé arrolló con su personalidad y nos hizo un didáctico recorrido por el amargo periodo del franquismo y la transición. Esta señora trans ha sido un referente y merecería una estatua por su valentía y su compromiso con la defensa de los derechos LGTBI. Jesús Tomillero es otro activista y primer árbitro europeo en reconocer abiertamente su homosexualidad —Y en sufrir la homofobia que, junto con el racismo y el machismo, parecen campar a sus anchas por el deporte en general y el fútbol en particular—. Esta sería una escueta crónica de lo acaecido. He de felicitar también a la alcaldesa Margarita del Cid por su compromiso y su valentía en estos asuntos y por haber superado esa mala racha que con solo nombrarla nos enerva a todos y a todas, sobre todo a todas. Ana Carmen Mata, concejala de Mijas, es otro ejemplo más de dedicación, honestidad y compromiso.

Todo discurrió por el camino de la concordia y el compromiso social. El acto fue verdaderamente solidario y necesario. En él se expuso una realidad que necesita ser escuchada y apoyada en todos los sentidos. Los delitos de odio al colectivo y al no colectivo siguen incrementándose y todos coincidíamos en que la educación y la enseñanza es la principal vía para encauzar y darle forma a esta complicada ecuación. Incluso se debería empezar por los padres y familias. Hay que mostrar especialmente a esas personas ultraconservadoras que esto no se aprende ni se contagia. Esto existe. Punto. Y por ello hay que respetarlo. Así de sencillo. Y que, de ningún modo, su concepción de familia tiene que alterarse por conocer y reconocer otras realidades y maneras de amar o sentir. Esto no es adoctrinar, simplemente mostrar y respetar. A nadie se obliga. Amar a alguien de tu propio sexo no es una obligación.

Cuando María Buckley aludió a las esferas religiosas hubo un momento de estupor. Mi humilde opinión es que el ser humano sigue evolucionando y no podemos recrearnos en los fundamentos religiosos de hace más de 3500 años. Es por lo que se debe tender una mano a todos aquellos que deseen participar de las reivindicaciones del colectivo, las cuales benefician sí o sí a todos aquellos que no desean ser identificados con este movimiento, están en su derecho, lo mismo que el que quiera seguir inmerso en lo más profundo de su armario. Seguramente, a su manera, sean felices. No se debe obligar a nadie a salir o a entrar, pero sí que es cierto que la visibilidad ayuda a combatir los estresantes y vejatorios delitos homofóbicos o trasnfóbicos. Y sobre todo, la denuncia y la concienciación social.

Por último, las etiquetas no son malas si sirven para ayudar y comprender una diversidad cultural y afectiva que necesita manifestarse y vivir según su manera de sentir. Hay realidades tan evidentes que negarlas es mucho peor que etiquetarlas. Creo que este sencillo argumento debería mermar la polémica. Pero claro, como en aquellas ominosas décadas, lo que no se nombra no existe.

Hubiera gritado a los cuatro vientos el nombre de Sandra Almodóvar, su tortuosa vida, el maltrato al que fue sometida desde que era una niña y esa forma de morir a manos de un indeseable. Nadie aludió a ello, de esta manera no existe. Yo le prometí en vida que escribiría su biografía, a pesar de las reticencias u obstáculos con los que me voy encontrando, empezando por la productora El Deseo S.A.

 


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