El secreto del voto SUR

 



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El secreto del voto

José Luis Raya

 

Añoro aquel tiempo en que el voto era secreto y el mismo acto de votar se convertía en una liturgia íntima y personal. Casi oculto, uno escogía las papeletas que simbolizaban tus ilusiones y el modus vivendi que deseabas durante los próximos cuatro años. Hay quien aún se oculta tras una cortinilla para que nadie vea su elección, a pesar de haberlo proclamado a los cuatro vientos públicamente en los bares, en las tiendas, en las consultas o en las Redes Sociales. En Facebook o Twitter han destapado sus tendencias y se han desnudado políticamente, han realizado sus propias campañas particulares con más agresividad o ahínco que sus propios representantes políticos. Me preguntaba si no estarían realmente subvencionados para ello, pues sus obsesivos comentarios sobre la política no dejaban duda al respecto. Los muy insensatos no han sido conscientes de que, muchas veces, los mensajes provocan el efecto contrario. Paradójicamente, sus ataques a la extrema derecha servían para promocionarla. Publicidad gratuita. Atacaban con odio desmedido e incitaban, sin saberlo, al mismo odio, el cual se esparcía como la misma mierda que es enfocada por un gigantesco ventilador.

He visto rojos que prohibían prohibir, excepto lo que les interesaba. He visto fachas que prohibían prohibir: el delirio de la paradoja. Y después, al unísono se empecinaban en ello. Si sumáramos todas esas prohibiciones tan solo podríamos respirar. La desorientación era total.

El fracaso de una clase política consiste en polarizar a sus ciudadanos en sus extremos. Efectivamente el centro se ha quedado vacío y todo el mundo se encuentra posicionado en los extremos de los extremos: es un decir. Si no eres rojo, eres facha, y viceversa. Esto es el principio de la decadencia de un país o de una sociedad, al menos de cierta decadencia social. Podremos avanzar tecnológicamente o incrementar nuestro bienestar, pero moralmente retrocederemos si no respetamos ciertos valores universales que se están cuestionando como nunca. Valores que no deberían ser debatidos como la intocable libertad individual. Sin embargo, ni esto es así, pues para unos perteneces al Estado y para otros a Dios. Cada vez veo más cerca un mundo distópico donde el individuo se diluya en pos de una libertad colectiva dirigida desde arriba. Tampoco sabremos quién o quiénes habrá ahí arriba realmente, solo habrá un cabeza visible y los poderes fácticos se encargarán de que creamos que decidimos.

Hemos llegado a una suerte de callejón sin salida. Qué mala suerte. La verdad es descuartizada por el déspota dogma de la relatividad, auspiciada por el “donde dije digo, digo Diego”. Cada vez hay más ciudadanos que se desentienden de la política porque esta se ha desentendido de ellos, ya que los principios se transforman en finales o en medias tintas. ¡Ah de aquellos doctos viris, íntegros e incorruptos que mantenían su palabra hasta el final! Lo más curioso es que el ciudadano no cambia ni un atisbo su opinión, en tanto que sus líderes van y vienen por aquí o por allá, ya que más da. Eso sí, los siguen ciegos, entonces sí que cambian de parecer.

Es cierto que hay un reguero de derechos y libertades fundamentales que se han conseguido sudando sangre y que ni tan siquiera deberían cuestionarse; no obstante hay otra serie de principios que se han ido moldeando al gusto del consumidor, mejor dicho, de los intereses ególatras de algún dirigente, puesto que los principios del principio pueden desaparecer o transformarse según los vientos que soplen. Los designios del poder ya no los dirige uno mismo.

La mayoría de los ciudadanos desconocía la existencia de un artículo cuyos dígitos suman 11. En numerología simboliza la luz y la oscuridad al mismo tiempo. Vaya tela. El 155 parecía un severo correctivo para aquellos que ponen en peligro la integridad nacional. El traidor huyó despavorido dejando a sus camaradas solos ante la lucha y enjaulados. Como la vida misma es una tómbola o un extraño sarcasmo, resulta que aquel prófugo tiene la llave del destino de todos aquellos que lo repudiaron. El perdón nos hará tan libres como estúpidos. E incongruentes.

Repetir los sufragios sin que nadie se cuestione el devenir de un país o una sociedad supone aproximarnos al abismo, pues seguiríamos expuestos al albur de un futuro muy incierto. Por otro lado, si usted se encasilla en su anquilosada y pétrea forma de contemplar el mundo comprobará que, aunque lo desee, al final no podrá avanzar y sentirá que sus pies estarán hundidos en cemento armado.

Es el momento de recapacitar y decidir si deseamos un modelo de sociedad caóticamente hiper-diversificada (por mucho que nos entusiasme) o por el contrario deseamos regresar al moderado y centrado bipartidismo: el único garante de estabilidad. Le guste o no. Usted decide con su voto secreto. Ese es el secreto del voto. No es necesario que lo proclame a los cuatro vientos: así no tendrá que mencionar más adelante a Diego.

 

Comentarios

  1. Tienes toda la razón, parece que no avanzamos adecuadamente. Se me hace difícil de entender que en democracia haya tantos vetos cruzados que impiden dialogar. Cuando el diálogo es la base de la democracia (o debería serlo). También parece tener poco sentido democrático el ciego seguidismo al líder o a las siglas. ¿Alguien se lee los programas electorales?.

    Tenemos libertades. Pero estoy de acuerdo contigo, no sé si sabemos ejercerlas.

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