Las ángelas de Goya y sus críticas
LAS ÁNGELAS DE GOYA.
Por Antonio Figueroa Sabio
Lo
primero que quiero afirmar con rotundidad es que ya no recuerdo cuándo fue la
última vez que me resultó tan placentera y adictiva la lectura de una novela.
Quizás hayan pasado décadas, y no es una exageración. Si como se afirma en la
tapa del libro por su cara interior, uno de los cuatro propósitos de su autor
es entretener, creo que, al menos para la subjetividad de este lector, la
consecución de dicho objetivo merece la calificación de “cum laude”.
Entrando
en materia, lo primero que se me ocurre decir, es que se trata de una novela
coral, en la que incluso personajes levemente perfilados, casi reales sombras
sin nombre propio, que son referidos de manera genérica o incluso colectiva: familiares
de los protagonistas tratados de manera global, generalmente ausentes pero que
influyen en la trama, los vecinos ocultos detrás de sus puertas espiando (quizá
expiando también) temerosamente el devenir de los acontecimientos, adquieren un
protagonismo poco común. Se dan distintos niveles de protagonismo: alguien lo
es porque narra una historia, que va a incidir sobre su propia vida, sobre un
suceso verídico que le ha sido contado por tercera persona que fue testigo y también protagonista, aunque en
segundo plano, de un horrendo crimen, no exento de cierta justicia, sobre el
que gira toda la novela y del que son varias (serían las protagonistas
principales) las atormentadas ejecutoras y encubridoras. Para entender, o mejor
explicar, lo sucedido, se elabora un entramado de sucesos precedentes,
coetáneos, posteriores y concomitantes, distintos para cada personaje, que
explican el demencial desencadenamiento de los acontecimientos. Por lo que la
novela está continuamente dando saltos en el tiempo rompiendo con la típica
narración lineal que pudiese resultar tediosa, obligando al lector a permanecer
a la expectativa sobre hechos ya narrados a los que aún no encuentra clara
explicación y que pudieran parecerle en un principio rocambolescos. Esa
explicación se irá satisfaciendo conforme se va encontrando de una manera
desperdigada en el tiempo las distintas piezas que componen el puzle. Muchos de estos personajes darían con sus
perfiles suficiente juego como para elucubrar otras novelas (o historia)
propias (las vicisitudes del que huye de la guerra y después de la represión,
del que oculta su perseguida homosexualidad asumiendo los alienantes valores de
un régimen que lo estigmatiza, la esposa ciega de amor ultrajada por los
engaños del marido infiel y machista, la mujer perseguida por el acosador
sentimental, la mujer violentada, la mujer despojada del fruto de su vientre
para ocultar el escándalo, el antiguo activista reformado perseguido por su
pasado en un mundo donde el arrepentimiento se consigue por medio de la tortura
y el perdón es una quimera, el marido cornudo que acepta por mera supervivencia
el derecho de pernada del poderoso etc.). Porque es UNA la historia que se
cuenta, pero muchas otras las que también se cuentan que coadyuvan para que los
hechos se encadenen de una determinada manera. Con esto se da una visión global
de una época (la posguerra) describiendo a través de los sueños, las
esperanzas, las ambiciones, los vicios, las debilidades, las taras sicológicas
producto de las experiencias traumáticas que se viven y los temores de los
personajes, sometidos a una presión intolerable (todos tremendamente humanos en
sus miserias y en sus pequeñas heroicidades), la viciada atmósfera de una época
llena de rencores, conspiraciones, revanchismo, desconfianzas, en la que bajo
una apariencia artificial de paz (impuesta por la represión general y la
persecución y el exterminio de los perdedores, casi la paz de los sepulcros) y
progresiva prosperidad (durante muchos años solo propagandística), de limpieza
moral y elevados valores (también propagandística y ocultando hipócritamente
los propios vicios y denunciando a los ajenos), todos (vencedores y vencidos)
se sintieron vigilados. En esa densa e irrespirable atmósfera, donde también
existen marcadas diferencias entre las clases sociales (tan aguzadas como las
que se daban entre ganadores y perdedores), algunos de los personajes, víctimas
de sus sueños y de las represiones impuestas (o autoimpuestas por el miedo y la
desconfianza o para no hacer frente al desengaño) pierden el sentido de la
realidad, aunque a distintos niveles (de la ficticia creada por un régimen
totalitario y de la propia personal), de la que huyen para encerrarse en
sórdidas quimeras que los llevan a un
abismo que no es otro que la infelicidad permanente o la ficticia
felicidad que aporta la locura que indefectiblemente les lleva al desencanto.
Retratando, a través de hechos y personajes concretos, una época, se explican
muchas claves de lo que se encierra en el alma humana. Queda también claramente
evidenciada la alienación a que la mujer, y otros colectivos, como los
homosexuales, fueron sometidos, también los pobres. Y es bueno advertir que en los tiempos actuales determinadas
posturas políticas, de una manera más o menos subrepticia, abogan por la vuelta
a esos intolerables comportamientos que denigran a la especie humana. Si
tuviese que extraer una moraleja diría que sin libertad (para aspirar a ser
quien quieres, para buscar o renunciar a sueños, para defenderte de las
agresiones, para decir, para hacer, para amar, para asentir o disentir etc.) la
vida se convierte en una insoportable cadena de dolor. Esta novela también nos
muestra que en los peores momentos de la historia también el amor, la
solidaridad, el instinto de protección al más débil, la entrega al prójimo y la
amistad sincera, en definitiva la empatía, sobreviven.
Me
he conmovido con la frase pronunciada por “la Paca” uno de los personajes que
tras una larga vida de penosas y escabrosas vicisitudes logra (no siempre es
así) encontrar un remanso de paz a una edad avanzada, cuando dice: “qué pena
que tengamos que morir cuando todo resplandece”. No me cabe duda de que es el
propio ser humano el que oculta con sus deleznables actos ese glorioso
resplandor que a todos pertenece.
Por
último decir que las últimas decenas de las páginas de esta novela me
mantuvieron expectante e impactado y conmovido como no recuerdo cuándo. Fueron
el colofón a una historia tremendamente intensa, que sin embargo se pudo leer
fácilmente por su lenguaje inteligentemente ágil que ha conseguido un loable
equilibrio entre lo simple y lo excesivamente hermético.
Antonio
Figueroa.
Pintor
y poeta granadino, autor de la inquietante portada de la novela.
Lás angelas de Goya, por José María Moreno



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