Las tribus de Facebook
En primer lugar, quisiera aludir al narcisista, en general casi todos giran en torno a esta particularidad, o mejor dicho, todos participan de esta suerte de egolatría máxima. El narcisista propiamente dicho desparrama constantemente fotografías para despertar admiración, si bien, proliferan por Instagram, que parece estar ideada para este fin. Obviamente nadie cuelga una foto donde esté más feo que Picio. Lo malo es que se repite la misma pose docenas de veces y se convierte en algo cargante. Casi siempre aquel tipo cachas o aquella chica sexi se transforman, por arte de magia, en seres mucho más vulgares y accesibles en el mundo real.
Hay otro tipo de narcisistas que, quizá a falta de un físico atractivo, despliegan todo su plumaje intelectual por aquí y allá; raras veces impresionan puesto que todo se halla en Santa Google de la Concepción. Suelen ser también opinadores, esto es, gracias a ellos, cual reporteros del telediario, nos ponen al corriente de todo lo que acontece en el mundo. Lo que ocurre es que aprovechan para meter sus cuñas políticas y empiezan a largar y a largar de este o aquel politicucho, sin darse cuenta de que existen los opinadores contrarios y que, como se crucen, la hecatombe está servida. Por esa criba/diatriba pasan las Ayuso, las Montero, los Sánchez y los Feijóo, entre otros. Todos son malvadísimos y conducirán este país a la ruina, incluso nos podemos precipitar a otra guerra. Entre tanto, los opinadores empiezan a soltar mierda y luego ponen el ventilador para que se disperse bien y a todos nos salpique. Unos y otros opinan lo mismo de sus contrarios, lo cual se convierte en una suerte de derbi Madrid/Barça: todos son corruptos, ladrones y traidores básicamente. Nunca termina uno de asimilar en esta pugna quién gana. Bueno sí, suele ganar el que insulta más. Aquí entran los odiadores, otro subgrupo muy amplio, suelen parecerse a las hienas (con perdón) pues se acercan donde hay carroña. El opinador suelta un trozo de carne putrefacta referente a un determinado personaje público, entonces aparece un odiador y lanza su pulla particular, después empiezan a florecer como setas y se inicia la lapidación general. Todos se relamen y se turnan para insultar o vejar a este presentador, a aquella alcaldesa, al presidente o a aquel que supuestamente ha sido denunciado por acoso: a priori, para los odiadores cualquier infundio es cierto. Estos, en su momento, cuando no había redes sociales, condenaron por ejemplo a Jesús Vázquez o a Los Morancos. Como alguien suelte una fake news para desprestigiar la honorabilidad de este señor o señora, los odiadores se ponen en pie para empezar a lapidar, es su estado natural, es lo que les produce más placer: la pura e inmaculada lapidación. Para ellos no existe la presunción de inocencia.
Estos opinadores de raza prefieren ser cabeza de ratón que cola de león. La mayoría de las veces no contestan a sus fieles seguidores, prefieren permanecer en su trono. Nunca se equivocan y todo lo que opinan es sagrado. Son verdaderos pontificadores. Es imposible llevarles la contraria, ya que si alguno lo hace, normalmente disponen de un ejército de odiadores para lapidarte, mientras ellos, desde su trono, observaban indolentes tu merecido descuartizamiento.
También nos encontramos al graciosillo-a de turno: suelen ser humoristas frustrados. Normalmente son chistes chabacanos, llenos de vulgaridades, dejes machistas o pasados de rosca. A veces, las altas instancias les bloquean la cuenta, lo mismo que en un GH.
Algunos odiadores suelen ir, como lobos esteparios, en solitario. Permanecen vigilantes, desde su atalaya, con el hacha de guerra preparada para abalanzarse contra lo que sea. Siempre están con los brazos en jarras desde que se levantan. Si alabas la década de los ochenta, ellos prefieren nuestro presente, pero sucedería al contrario si realizaras una apología de estos lamentables últimos años.
Los monotemáticos se mueven normalmente en torno a un mismo contenido: cocina, libros, cine, arte, moda, política. Suelen ser muy interesantes, sobre todo los últimos mencionados, pues constantemente dejan al descubierto su personal y particular manera de ver el mundo. No conciben otra diferente. No entienden que haya otras personas que opinen lo contrario.
También nos encontramos con los calimeros o las casandras, que solo ven desgracias y malos augurios. Casi siempre se quejan de lo mala que es la gente y suelen dispersar montones de citas de dudosa autoría donde se pone de manifiesto la innata maldad del ser humano. Como siempre, ellos son las víctimas de este mundo cruel. Normalmente son angelitos indefensos que han sido atropellados sin contemplaciones.




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