HATERS

 

ODIADORES


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El término “haters”, traducido como odiadores, se está imponiendo en todos los campos de nuestra vida, especialmente en las Redes Sociales, el parapeto de los cobardes, ya que es el terreno donde cada cual dice lo que quiere sin mirar a la cara, incluso el insulto vil y estremecedor. La mayoría de las veces se esconden bajo falsos perfiles, sedientos de odio. Algunos de estos odiadores han arremetido contra el hijo del político enfermo de cáncer, o espurreaban una sarta de vomitivas amenazas de muerte contra esposa o hijos, o insultaban sobre la honorabilidad de este o aquel personaje público. 

El odio, como concepto estricto y unívoco, se pierde en la memoria de los tiempos y nos hace confirmar aquella célebre cita de “Homo homini lupus est”. Si es que cuesta mucho aceptar hoy en día la cita opuesta de Rousseau: “El hombre es bueno por naturaleza”. Si volvemos la vista a los clásicos, El Cid fue desterrado por el odio que genera la envidia, El Lazarillo era golpeado por la inquina de sus amos, La Celestina fue ajusticiada por el odio que genera la avaricia; Don Quijote era vapuleado y apedreado por ser un ser tan ridículo como absurdo. Otelo fue otro ejecutor más del odio irracional. Podríamos ir rastreando cientos de grandes obras literarias y comprobaríamos que el odio es el eje que las vertebra, especialmente cuando hay o falta amor, ya que ambos sentimientos se complementan y se repelen al mismo tiempo. Como aquello de que del amor al odio solo hay un paso, o viceversa. Precisamente muchos de estos haters u odiadores son, a su vez, las consecuencias de esa ausencia de amor en sus vidas. Tampoco debemos olvidar el odio, casi poético, que suscitó la envidia de Salieri hacia Mozart, símbolo de los rencores que genera la mediocridad ante el genio.




El odio puede ir precedido por una serie de sentimientos negativos, como ya hemos visto en el panorama literario, a saber, la envidia, los celos, el egoísmo, la abulia o sencillamente el placer mismo que para algunos supone odiar y causar dolor. Cuando se odia a una persona, tu objetivo es causarle daño. Aunque, por suerte o por desgracia, esa inquina regresa a ti como un boomerang. No siempre el odiador permanece ante sí mismo contemplando sus destrozos, sino que también suelen salpicarles, aunque solo sea por pura ley física, aunque algunos lo atribuyan a la ley divina.

La mayoría de las veces la sociedad está predispuesta a generar odio. Justamente ocurre cuando todo se polariza. Si existe la riqueza es porque la pobreza está ahí. Hay justicia porque también existen resoluciones injustas. Unos disponen de una vida ostentosa y otros apenas llegan a fin de mes. Unos se desenvuelven en la pura felicidad y otros, amargados, observan de reojo cómo su vecino triunfa, incluso su propio amigo,  a quien verá con otros ojos. Unos (o unas) mirarán con deseo a las apetecibles parejas ajenas, mientras rechazan a las suyas propias, por su desagradable físico o su vulgar manera de ser. En principio, es la envidia el motor que mueve al odio. Después podrá haber otros sentimientos adláteres.

Raros son los famosos que no despiertan sentimientos de inquina a través de Facebook o Twitter. Suelen ser fracasados o amargados de la vida que no se aguantan ni a sí mismos. Cuando no había redes sociales, antaño, se acudía al fútbol y allí, en los atestados estadios, como en los tiempos de los gladiadores, los hinchas de uno u otro bando se insultaban entre ellos o el árbitro se convertía literalmente en el saco de boxeo de sus frustraciones. En muchas ocasiones el odiador está mucho más pendiente de la vida de los demás que de la suya propia y el hecho de odiar sin medida se ha convertido en su manera de vivir. Son capaces de atormentar incluso a sus seres queridos o en casos extremos pueden llegar a matar, simplemente por ser cristiano, negro, musulmán u homosexual. El odio no entiende de religiones, ni de razas. Lo genera la propia persona desde los recovecos más escabrosos de su cerebro, quizás se remonten a su más dura infancia. Pero otros muchos han vivido terribles infancias y no van matando a nadie, ni agrediendo.

Otras tantas veces, ese odio es generado por discrepancias políticas o ideológicas. Hay personas que no han aprendido a aceptar la diversidad, ni que haya gente que aspire a su particular modus vivendi. Son los que ni viven ni dejan vivir. Los estoy viendo pulular a diestro y siniestro, intentando imponer su particular punto de vista, muchas veces basado exclusivamente en el puro y mezquino odio. El mismo odio que generó un millón de muertos, aludiendo a Gironella o a Dámaso Alonso: "Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres". Efectivamente, el odio es la cara opuesta del amor y puede ser el único que conciba muerte en su derredor.

Así pues, ya que poco se puede hacer contra ellos, hay que mantenerse alejado de esos odiadores que solo saben producir daño y dolor.



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