Acerca de EL DOCENTE INDECENTE


ACERCA DE EL DOCENTE INDECENTE
Para mis escasos y fieles lectores: la crèm de la crèm.
Muchas gracias.


La polémica y suspicacia que han levantado el título y la portada hay que explicarlas para poder entenderlas. Algunos compañeros me lo han insinuado y no quiero dejar escapar la oportunidad de explicarles que los prejuicios, a veces, nos pueden ocultar el sol, es decir, tenemos que dar ejemplo y ser autocríticos, debemos cuestionarlo todo y transmitir una serie de valores que ayuden a prosperar y conseguir un mundo más igualitario y mucho mejor para todos (y todas). “El docente decente”, como título, hubiera sido una perogrullada si acaso o incurriría en una contradicción para todos aquellos que no quieren ver el sol –metáfora de la verdad-, puesto que el determinante o artículo determinado (el) nos señala un ser particular, que se destaca o se rotula sobre el resto. Así pues, se enmarca dentro de la coherencia y la ironía que perseguía como autor (escritor) de la criatura, por lo que el adjetivo pospuesto o especificativo especifica (valga la redundancia) un ser concreto que piensa, siente y existe de forma individual.


Cuando ya he moldeado/modelado al personaje, empieza a adquirir vida propia, tras el soplo. Ya no me puedo responsabilizar de lo que piense, haga o diga. ¡Viva la libertad de expresión! También para los personajes de ficción. Unamuno lo plasmó de manera excepcional al crear a Augusto Pérez, el protagonista de Niebla (1914). Pirandello lo corroboró en 1925. No es que mi personaje, Braulio, escape de su rol y se enfrente a su autor, sino  que lo dejo libre para que pueda expresarse como le venga en gana. En este sentido, recuerdo cuánto sufrí en el momento que ha de morir Adelita en Por la carne estremecida (2016), parecía que me gritara que la dejase vivir. Tan solo los locos podemos entender este instante.

En otros momentos puedo coincidir con él o con Sandra, el lado opuesto, y es que el ser humano está impregnado de muchos estímulos que lo van configurando a lo largo de su existencia. La opinión y la formación intelectual o ideológica se van estructurando conforme uno va madurando. Esto es tan libre como el que se mantiene férreo en sus convicciones durante siglos.  La frase de Kant “el sabio puedo cambiar de opinión, el necio nunca” puede ilustrar un poco mi corpus idiomático e ideológico. De hecho, Sancho se quijotiza y don Quijote se sanchifica. He aquí la riqueza de esta obra maestra de la Literatura Universal (1605 y 1615). Cuando contemplas el mundo y “lo piensas” puedes evolucionar, e incluso involucionar, dependiendo de los estímulos recibidos, lo lamentable puede ser estancarse. Y digo “puede ser” porque lo último que deseo es pontificar. El ser humano debe de ser libre para posicionarse donde le parezca. Los docentes debemos estar ahí para indicarles el camino de las verdades absolutas como el respeto  a la vida o a la diversidad  o la igualdad. Las verdades relativas que se las busque cada cual como pueda (libremente).

La célula madre se remonta al año 539 a.c. por Ciro El Grande. Después, los grandes hitos han sido la Carta de Derechos (1791) de EEUU y la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948). Sin destripar la novela en exceso, Braulio alude a Doce hombres sin piedad (1957) -gracias a Reginald Rose por ese excelente guion y a Sidney Lumet por esa obra maestra concebida, sin obviar a ese irrepetible y perfecto elenco de actores-  para reclamar su inocencia. Es posible que la historia levante ampollas en determinados sectores, pero ahí deben estar los escritores, no solo para entretener al personal, sino también para remover conciencias en todas las direcciones y aunar criterios.


Al llegar a una edad, uno ya necesita paz. Prefiero callar, y escuchar el Adagio de Samuel Barber, que intentar convencer a un necio.
Incluso el necio tiene sus razones para serlo.
                                                            JLRaya





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