CONFINAMIENTO
El primer día de confinamiento nos debería servir para calibrar y valorar
el alcance de esta crisis, al final deberíamos haber madurado lo suficiente
como para saber enfrentarnos a nuevas crisis de este calibre, pues me temo que,
sin ser agorero, nos reiremos de lo laxa que fue esta, puesto que, sin abrazar
del todo las teorías conspiranoicas
–con ese matiz tan peyorativo que posee el adjetivo – algunos podemos sospechar
que hay gato encerrado, pues los interrogantes que suscita la situación son tan
incoherentes y contradictorios que algunos descerebrados consideramos que
pueden estar experimentando con todos nosotros o a lo sumo que sea el trasfondo
de una guerra económica/hegemónica/bacteriológica/demográfica y un sinfín de
designaciones absurdas, que muchos sostienen
a pie juntillas y otros las rechazan absolutamente. Mi lema, como todo
en la vida, es la moderación y, aunque lo veamos improbable, tampoco hay que descartar nada con rotundidad, puesto
que, y esto es una postura muy personal, el mundo no es tan transparente e
ingenuo como nos lo quieren pintar. Hay un enjambre de intereses
interconectados que al ciudadano corriente se le escapa, muchos de ellos pueden
ir encaminados a nuestro propio aniquilamiento-selectivo. ¿O acaso el ser
humano ha cambiado desde que concluyó la Segunda Guerra Mundial? Echemos la
vista atrás y comprobemos que la historia de la humanidad ha sido la historia
de su propia autodestrucción. La próxima guerra no se hará con misiles sino con
microbios – Bill Gates dixit-.
Dejando la paranoia a un lado, hay que actuar, siempre utilizando la
cabeza. La reclusión no es un capricho, sino que debemos tomarlo como un acto
de solidaridad y de humanidad hacia los grupos de riesgo y más vulnerables, es
decir, nuestros padres y abuelos, aunque solo sea por respeto.
Antes de que los alumnos se fuesen a casa con sus dos semanas forzosas,
tanto colectiva como individualmente, fui concienciándolos ante el panorama que
nos espera. Ellos ya saben que teóricamente no lo padecerían de forma severa (en
caso de), pero había que avivarles su responsabilidad para que sigan las
recomendaciones higiénicas sobre el lavado de manos continuamente, no tocarse
la cara, y, sobre todo, quedarse en casa y no visitar a los abuelos. Una de mis
alumnas me comentó que su madre tenía una fiesta preparada para el fin de
semana con sus amigos y que no la iba a posponer. Pues bien, los alumnos
también pueden educar a sus congéneres en caso de insensatez.
La misma insensatez y estulticia que uno aprecia, estupefacto, ante la
avalancha de consumidores que obstruyen “los Mercadonas”, sobre todo con esas
montañas de arroz o papel higiénico que rebosan sus carros de la compra. Se
nota que no tienen problemas de estreñimiento, pero sí de estupidez y de
insensatez, lo mismo que la susodicha anteriormente citada, puesto que el
desatino y el desvarío se manifiesta en el seno de la misma situación: compran
provisiones para eludir una enfermedad que se pilla principalmente rodeado de
gente y en aglomeraciones. Esto me hace pensar que debería ser,
definitivamente, la educación, la cultura y la formación cuestiones
prioritarias de Estado.
Debemos demostrar al mundo y, sobre todo a nosotros mismos, que podemos
ser un país serio y responsable, a pesar de los cuatro energúmenos. Tenemos la
oportunidad, servida en bandeja, de superar esta inconcebible crisis, años
atrás, con unidad y valor. Es el momento de desterrar la imagen, entre otras
cosas, de jarana y pandereta que llevamos colgada desde siempre, y que si somos
uno de los países más solidarios del mundo en donaciones
de órganos también podremos serlo en bloquear virus, pero claro, hay que
quedarse en casa y el español medio parece que nació en la calle alternando de
bar en bar. No entiende que existen innumerables formas de ocio dentro de casa:
leer, escribir, ver una serie o una película, juegos de mesa, charlar, escuchar
música, meditar, limpiar y desinfectar la casa, ordenar… etcétera, esto es,
confinamiento constructivo.
II) Crónica de una hernia:
He de admitir un pequeño error que cometí en Semana Blanca, última semana
de febrero: dudé muy mucho la noche
anterior si volar a Sicilia para pasar unos días de asueto. El problema residía
en que había que esperar tres horas en el aeropuerto de Milán, por lo que me
puede desautorizar el hecho de estar impartiendo lecciones sobre esto. Pero en
ese momento no sólo NO estaba prohibido sino que ni siquiera estaba en la línea
de no-recomendable. En esos días digo. No obstante nos atiborramos de
mascarillas de alta calidad y alcohol para protegernos durante ese intervalo.
Muy pocos eran los que íbamos dando la nota ataviados con nuestras mascarillas,
algunos nos miraban sorprendidos. Al llegar a la isla respiramos aliviados. Al
día siguiente hube de quedarme en el hotel por unos fuertes dolores de vientre.
Eran unos pinchazos insoportables que se agudizaban al estar de pie o caminar.
Pensaba que podría ser una indigestión, una gastroenteritis, la hernia
umbilical que se habría salido, o también una apendicitis, pues el malestar se
concentraba a veces en esa zona. El resto de la semana la pasé renqueante,
siguiendo una dieta blanda, a la espera de volver a Málaga y que me auscultara
el doctor. Hube de estar una semana de baja por el dolor que en ocasiones se
hacía insoportable, ello me sirvió para realizar la supuesta cuarentena de
catorce días. En absoluto me acordaba del puto COVID. El especialista me diagnóstico
una severa diverticulosis/diverticulitis, pues cuando palpó la parte
baja-izquierda del vientre aquello restalló en un sonoro quejío. Así que un tratamiento con antibióticos + Duspatalin + Plantaben
corregirían el eje del mal. Las molestias mejoraron, pero no del todo.
A la semana siguiente, cuando terminé el tratamiento, al volver del cine
y ver la genial El hombre invisible (remake
muy libre), empezaron las molestias nuevamente. En la ducha comprobé dónde se
encontraba el verdadero desarreglo. Me tumbé en la cama, prácticamente mojado,
para mitigar el dolor e introducir en su interior una hernia inguinal que
deseaba salir al exterior en busca de aventuras. Sentí un inquietante ¡Plop! que me indicó que la hernia
díscola había vuelto a su lugar. Ya me han realizado un TAC para valorar todo
lo anterior y ahora sí que no voy a ir a recoger los resultados por el PCV.
Esperaré lógicamente a que pase la Quarantine,
puesto que no necesito estar de pie o caminar y desearé que, entre todos,
superemos el PCV que nos permita volver a la vida normal y a mí que me taponen
esa hernia que me está dando la vida mártir. Si se sale, pues bueno, recurriré
al PLOP.
JLRAYA





Comentarios
Publicar un comentario