PERDÓN



PERDÓN




José Luis Raya
Al agravio se le puede añadir si acaso, amén de otros sentimientos nobles e innobles, el de la soberbia. Cuando alguien se siente agraviado – con o sin motivos objetivos, reales o palpables-  suele responder con desdén, indiferencia – quizás pueda ser la postura más inteligente-, la altanería o arrogancia, o incluso la venganza, en ocasiones desmesurada.

Las personas que han sido agraviadas pueden responder motu proprio, defendiendo su más estricto amor propio. Eso que dicen que para querer a los demás tiene uno que empezar a quererse a sí mismo. Puede ser cierto, siempre y cuando no te quieras demasiado y revientes todo lo que tienes a tu alrededor.

Los agravios pueden ser reales o inventados o creados, como los intereses (nunca mejor dicho, recordando a don Jacinto Benavente): “Mejor que crear afectos es crear intereses”. Nunca lo espiritual ha estado tan supeditado a lo material. Y es que la burguesía hacía acto de presencia, si bien nunca se había apreciado su ausencia desde siglos inmemoriales, aunque sea disfrazada de mecenazgo. Por otro lado, recordemos los desmesurados avisos de Yago, que hacían retorcerse a Otelo al escuchar a Casio y ver el pañuelo de Desdémona.

Ya disponemos de casi todos los ingredientes: agravio, soberbia, arrogancia, intereses, burguesía, egoísmo y mentiras que suenan a verdades.

Son muchos los agravios y ulteriores desagravios que se posponen para rehacer la ignominia. Algunos se remontan a la Edad de Piedra y bucean por doquier para encontrar lo que se anda buscando, pero cuando no se encuentra se puede crear, como quien crea una obra de ficción: teatro, película o novela. El desagravio se produce porque previamente ha existido un agravio, desde ahí tenemos que partir. Con el desagravio se restituye el honor mancillado. ¿Pero por qué se persigue ese desagravio que huele a revanchismo en muchos casos indocumentados o con versiones contradictorias? Pues sencillamente para desviar la atención, ni más ni menos. Se desvía la atención  como el prestidigitador te embelesa con una artimaña para conseguir un objetivo diferente.

Algunos se sospechan de inmediato, como el dictador al desviar nuestra atención a Gibraltar para ocultar otras muchas carencias -e injusticias-; otras son visibles, al colocar Napoleón a su Pepe Botella para insuflar aún más la afrenta o el agravio y desviar la atención de los franceses, que ya se estaban impacientando. Tampoco vamos a hacer un recorrido cinematográfico, como si esto fuera Días de Cine, sino que podemos centrarnos en nuestra inmediatez.

La supuesta afrenta del Estado a Cataluña ha sido urdida por los prestidigitadores del Procés, para desviar la atención de los ciudadanos y que no vean la usurpación realizada por sus propios políticos, su manifiesto nepotismo pujolesco, sus sardanas y aquelarres para repartirse el pastel que pertenece al erario público, sus ansias de perpetuidad nacionalista que recuerda a ciertos estados totalitarios y supremacistas. Por ello, para que todo cuele, han de crear el agravio utilizando cualquier artimaña que engatuse a sus ciudadanos. Eso se ha ido urdiendo durante décadas, en connivencia con el propio Estado, que ha dejado hacer y deshacer según sus intereses. Podría ser que se ha criado a una niña mimada y consentida y ahora es imposible reeducarla, puesto que los padres han participado de esa mal-crianza.

Luego aparece, desde el otro lado del charco un señor, López y además Obrador, que como su segundo apellido,   lo ha ido forjando desde su taller, como un vulnerable Vulcano, todo el agravio cometido hace más de quinientos años. Hay tantas versiones tan contradictorias, desde Fray Bartolomé hasta Elvira Roca o Apocalypto. Todas ellas y muchas más son susceptibles de replantearse el agravio para que surja el desagravio. 


El Obrador no ve cómo malvive su pueblo – un servidor mismo lo ha comprobado-: el indígena, que es un ciudadano de segunda o tercera, al mismo tiempo se puede muy bien desviar la atención, como el prestidigitador, para tapar descaradamente los problemas de tráfico de drogas, los feminicidios  de Ciudad Juárez, es escalofriante que se cuenten por miles. En cambio, no se dirige clara y abiertamente al muro que le van a levantar  delante de sus propias narices. Es probable que sea más accesible crear discordia con los españoles que con sus vecinos norteamericanos. Manda güevos que ante tantos asuntos internos, tenga que  retrotraerse cientos de siglos atrás. Por si éramos pocos parió la abuela, el último agravio procede de un Imán, y ahora toca pedir perdón por aquella sangrienta Reconquista, como si ellos entraran en el 711 a conquistar un territorio, que no les pertenecía, repartiendo caramelos y piruletas. 



Para pedir perdón por lo que fuere, habría que cerrar las cicatrices, aún abiertas, que dejó el Franquismo y el terrorismo de ETA, eso para empezar, puesto que aún están frescas. La Iglesia debería pedir perdón oficialmente por los agravios y abusos cometidos por algunos o muchos sacerdotes -en cualquier caso demasiados- contra cientos de menores indefensos. Y las grandes multinacionales, usureras y leoninas, que deterioran a diario el planeta y el medio ambiente...
      
     Y para los más adeptos, se podría hacer un caldito con los restos de la momia por si les sirve de venero - no he dicho veneno-



Incluso, el alumno o alumna de sobresaliente casi ha de pedir perdón ante la  mediocridad que se está imponiendo en esta mediocre sociedad, donde lo soez es la marca distintiva. Parece que también se le exige  al deportista, que ha ganado limpia y claramente docenas de trofeos, y al multimillonario cuyo generoso altruismo ayuda a miles de personas a recuperarse y a vivir. De esta guisa son descuartizados por la misma mediocridad imperante en este país donde la inquina, la envidia y la mezquindad son sus marcas distintivas.

 


Después podemos remontarnos hasta el Paleolítico y empezar a pedir perdón por riguroso orden cronológico. Formemos una proclamación desenfrenada del perdón, donde confluyan agravios, desagravios y gilipollas, con perdón.







* Para los chismosos del politiqueo: uno ya no sabe si seguir votando a esta nueva izquierda absurda e incongruente, que ha olvidado, entre otros, los principios clásicos de  "la unión hace la fuerza" y los  básicos de "igualdad y fraternidad", ni mucho menos a esa derechona retrógrada, que parece un escupitajo verdoso lanzado por la Santa Inquisición. Es mucho mejor "no casarse con nadie" y crear tu propio criterio, sin dejarte llevar por esos líderes  y políticos "buscavotos", mesías que rezuman  inquina e ignorancia. Sólo así podrás preservar tu integridad y sobre todo que no te tomen el pelo. Lo malo es que en ocasiones vas a recibir hostias a diestro y siniestro, pero da igual: podrás ser tú mismo-a. Libre.

Comentarios

Entradas populares