SOBRES GUSTOS

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SOBRE GUSTOS
José Luis Raya

No es cierto que sobre gustos “no hay nada escrito”. Todo lo contrario, existen centenares, miles de tratados sobre el buen gusto y el mal gusto, como ya hizo (a mi entender) Juan Ruiz con el buen y el mal amor.  Podemos remontarnos a los tratados de Luigi Moratori, pero lo suyo derivaba a los asuntos religiosos. Fue Ignacio de Luzán quien más profundizó en las reglas del buen gusto (esto era vital en la ideología del XVIII) y se extendía a la poesía básicamente, pero también a la novela, la pintura o la música. Todos podemos discernir, básicamente, cuándo nos encontramos ante una buena composición musical, una novela extraordinaria o una excelente película, que tarde o temprano acapara premios y nominaciones. Grandes filósofos escribieron también sobre el buen gusto: Voltaire, Hume o Montesquieu por nombrar tan sólo a los más conocidos; sin embargo Kant se distanciaba de estos al deducir que la experiencia de la belleza  como puro placer se produce después de un “juicio a posteriori”, no obstante creo que ya la estaba intelectualizando de alguna manera, a pesar de que insista en que es una mera experiencia subjetiva. Ahora bien, ¿esa experiencia subjetiva ha sido producida por nuestra propia sensibilidad o no es cierto que ha sido tele-dirigida durante décadas, siglos, e incluso milenios?, ¿no es cierto que la norma se alimenta de excepciones o flecos que no hacen más que afianzarse a sí misma? ¿No es cierto que existe un amplísimo número de personas que se escandaliza ante los desafíos del arte contemporáneo y combaten esa fealdad que anida en esas caprichosas manchas o trazos abstractos de la pintura actual, en los chirriantes sonidos que adopta la música clásica o en esa escultura amorfa que agrede a nuestros ojos y por consiguiente a nuestro canon de belleza, que durante siglos y generaciones hemos mamado? Hay una élite que – por suerte o desgracia – sustenta esas desviaciones de la norma, a pesar de “su mal gusto” (ideológico). Recuerdo , hace ya más de dos décadas, cómo miraba impresionado en el Moma de Nueva York una amplia vitrina que ocupaba el centro de una sala y que contenía una ristra de chorizos, morcillas y tocino enmohecidos. La gran mayoría de los mortales aceptamos que esto no puede ser arte porque va en contra no sólo del buen gusto, sino de las normas de la estética, a pesar de que el objetivo primordial se ha conseguido: escandalizar. Un excelente crítico de arte me confirmó que ése era único leit motiv del arte actual – que ya supera al contemporáneo-, es decir: la provocación. Si un espectador pasa por delante de una obra con absoluta indiferencia, el artista ha fracasado. En ese sentido y no en otro hay que entender y considerar el arte actual (y la estética). Es casi imposible innovar. Ser original es quimérico. Siempre hay alguien que te ha pisado los talones, por lo tanto la única salida es la provocación.



Fueron los griegos, sin duda, quienes impusieron sus gustos y han pervivido hasta nuestros días, porque la cuna de nuestra civilización nadie pone en duda que surgió en la Península Helénica y desde entonces, con mayor o menor variación, nuestra civilización se ha inclinado por los cuerpos apolíneos, bien perfilados y fibrados. Las mujeres igualmente han de ser esbeltas y delgadas, a ser posible de tez blanca, aunque es cierto que desde hace tiempo se está imponiendo las pieles bronceadas, sólo hay que darse un paseo por la Costa del Sol; empero en otras culturas o países como Tailandia, China, Japón o incluso México, se tiende a la tez blanca, como ya se impuso claramente en el Renacimiento o el Romanticismo. Hubo otras excepciones temporales,  como comprobamos con las regordetas señoras de Rubens, sin llegar a la obesidad del Paleolítico – tomemos a la Venus de Willendorf-, empero Botticelli puso a su Venus nuevamente en la órbita que le correspondía.



Por tanto, nuestros gustos han sido diseñados culturalmente a lo largo de siglos, es algo cultural o ideológico. Sabemos apreciar la curva praxiteliana, todos deseamos reencarnarnos en el Doríforo de Policleto, en la Venus de Milo – pero con brazos- o en el Discóbolo de Mirón. Es la televisión, el cine o la publicidad los medios que alientan el buen y el mal gusto, el buen y el mal cuerpo. Todos sabemos distinguir a la mujer bella y esbelta, y al galán joven- apolíneo del rollizo madurón secundario. Todos hemos pronunciado en alguna ocasión “¡qué mal gusto tienes!” y cuando muchos-as pasamos del medio siglo tenemos que entender que ya nos estamos quedando fuera de mercado, aunque siempre haya flecos y excepciones que confirmen la regla, puesto que desafortunadamente sobre gustos hay mucho escrito, y, para nuestra desgracia (los gorditos) todos siguen la misma línea desde la Antigua Grecia.



He de agradecer cuando alguien dice “para gustos los colores”, pero al segundo mascullo con cierto enojo... 

Comentarios

  1. Sin duda debería, este artículo, suscitar un buen número de comentarios tanto por el tema (el gusto, bueno o malo), cómo por su implicación estética (lo bello o no), así como por su dimensión moral, o por su connotación cultural o de este lo de vida o costumbre.

    En cualquier caso, una sociedad q lleva años liada con la necesidad de ampliar el género al sexo (ellos, ellas, monjos y monjas, entre otras) al objeto de definir claramente las cuestiones semanticas y sociales q implica,, deberia dedicar algún tiempo a definir correctamente la belleza estética, moral, cultural o de costumbre o estilo de vida, en la tesis de intentar "no mezclar churras con merinas"., aunque todo el mundo sepa diferenciarlas, pues unas son mochas y las otras no.

    Al fin y al cabo tomamos decisiones importantes, basadas en la belleza, cómo para no tener claro que es, (mentalmente claro, claro)

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  2. Eso de tener el mismo nombre nos puede acarrear algún malentendido.... jjjjj

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