PACTO EDUCATIVO
Urge pacto por la
educación
José Luis Raya Pérez
Pues claro que se necesita un pacto por la
educación ya, pero que sea sólido, contundente y eficaz, y cuando decimos “ya”
quiere decir ahora, esto es algo que se viene insinuando desde hace tiempo y
nadie se pone manos a la obra, porque se trata de una obra integral, desde los
cimientos. Lo único que se ha hecho es poner parches, blanquear paredes
enmohecidas, forrar vigas de madera carcomida, repellar desconchones y, en
definitiva, escurrir el bulto y dejar la casa renqueante.
Nadie comprende las criptográficas
directrices que nos encomiendan para fortalecer las estructuras anteriores que, por lo visto, se
han quedado obsoletas en unos meses. Si hubimos de habituarnos a las
competencias – competencias clave, logros y marcadores-, y otros términos que
nombraban cuestiones ambiguas y difusas, ahora nos invade otra retahíla de
palabros como “ludificación” como nuevo concepto que surge de no sé qué
diccionario caótico, sin embargo la supernova radica en la nueva
transversalidad, que aparece como una segregación y materialización de los
antiguos criterios de evaluación. No los confundamos con los criterios de
calificación. Hay que añadirle a lo anterior el diseño de pruebas
estandarizadas y comparables.
Ya tenemos el edificio pintado y reluciente
con magníficos proyectos (programaciones) que no responden realmente a las
necesidades educativas actuales de los alumnos, ni del profesorado. Mientras
tanto, nos hacinan las aulas con alumnos y alumnas de lo más variopinto,
procedencias, formaciones e incluso con un deficiente dominio del castellano.
Nos tenemos que ramificar y multiplicar para poder sobrellevar toda esta
bendita diversidad, que nos sobrepasa porque con más de treinta alumnos por
clase es imposible atender toda esta pluralidad. Éste sería el quid de la cuestión: reducir
drásticamente la ratio. Para ello
habría que invertir mucho más en la contratación de nuevos profesores y
pedagogos que atiendan estas diferentes necesidades, de lo contrario no se
puede avanzar. Especialmente porque en muchas ocasiones los padres y madres no
colaboran: algunos son sobreprotectores y otros ni se preocupan por las
calificaciones de su hijo-a; los hay que les compran el último modelo del Iphone y otros que no pueden – en otros
casos ni quieren- comprarles un libro de lectura, ya que se supone que la
educación es completamente gratuita. Son padres y madres que miman y aplauden
todas las decisiones y actitudes de sus hijos-as y algunos, son pocos
afortunadamente, ven al profesor como el enemigo a batir que va a hacerle la
vida imposible a su hijo, pues le ha cogido manía. Como si el profesor no
tuviera otros menesteres en la cabeza como para tener que cogerle manía a su
niño. Son padres y madres que en vez de colaborar lo único que hacen es
molestar y entorpecer el desarrollo de su hijo. Más vale que se hicieran a un
lado. A los alumnos-as que alborotan, molestan e incordian diariamente en clase
se les ha de llamar eufemísticamente “disruptivos”, en algunos casos se les
suman los padres y madres. Afortunadamente son casos contados -o no
tanto-, pero la presencia de estos puede
entorpecer considerablemente el desarrollo y bienestar de una inmensa mayoría
que ha adquirido hábitos de estudio y
sobre todo de educación que sus padres y madres se han preocupado por
inculcarles. Lo cual es de agradecer enormemente, viendo como/cómo está el
patio.
Junto a este infecundo panorama nos topamos
con otras incongruencias varias que se vienen arrastrando de cursos anteriores,
como la ilógica “promoción por imperativo legal”, en la que el niño o la niña
perdían un curso sin hacer nada porque sabían que pasaban al siguiente – esto
es promocionar- . Lo peor de todo es que también se lo hacían perder al resto y
al profesor o maestro, molestando o incordiando continuamente. Para rizar el
rizo se propugna una serie de pruebas – reválidas- para calibrar el grado de
competencias y sapiencia que el alumno ha adquirido. ¿Qué capacidad tendrá ese
niño o niña que ha pasado de curso por imperativo legal sin hacer absolutamente
nada a lo largo del año? ¿A qué viene eso de la diversidad en bachillerato con
adaptaciones incluidas? ¿No se supone que tras la reválida – que nadie sabe cómo
será- el alumno está preparado para cursar estos niveles? En fin, hay una serie
de insensateces que hacen que este tinglado se tambalee y haga aguas por todas
partes, en el que se emplea mucho más tiempo en cómo en enseñar que en el enseñar
mismo, condimentado, a su vez, con un interminable y angustioso papeleo.
Ahora nos endosan la ardua tarea de
reestructurar una serie de programaciones didácticas con nuevos términos y
mensajes que podrían ser factibles en clases de quince alumnos, pero, como todo
el mundo sabe, un maestro lo mismo vale para un roto que para un “descosío” y
disponemos del don de la ubicuidad, la infalibilidad y cómo no, podemos,
incluso, multiplicarnos por diez.
Se necesita urgentemente un pacto de estado
por la educación en la que se impliquen todas las instituciones del estado,
autonomías, diputaciones, ayuntamientos y familias evidentemente. Que sea
duradero y por supuesto que esté libre de cualquier tufo político.



Comentarios
Publicar un comentario