El Espejo de Nostradamus, según el poeta David Hidalgo
EL ESPEJO DE NOSTRADAMUS, según
David Hidalgo
Hace unos años llegó a mí por
primera vez un texto escrito por Pepe Raya. Aunque era un cuento de esos de
ocasión para conmemorar el acto que nos reunía, ya estaban allí los
ingredientes que lo hacen un autor con personalidad propia, con una voz
original y única en la que conviven lo cotidiano y lo sublime, lo trágico y lo
cómico; esos polos opuestos que construyen, en definitiva, la vida.
Aquella tarde, la risa y el
llanto confluían por igual en las caras del auditorio. Y es que una de las
muchas virtudes de la literatura de Pepe es precisamente la búsqueda de la
emoción en el contraste. En su narrativa se funden y se confunden los aspectos
más cotidianos de la existencia con los más extravagantes; se mezcla el
realismo con la hipérbole, y la situación más trágica puede convertirse en algo
hilarante. En esta suerte de caramelo envenenado que constituye El espejo de Nostradamus, el
funambulista Pepe Raya camina entre el culturalismo y lo irreverente con paso
firme, acercándose al concepto de posmodernidad.
Como Alicia, al otro lado del
espejo que constituye esta novela, encontramos un mundo peculiar, en el que
Eric Satie o Guillén de Castro pueden convivir con la vulgaridad de los más
bajos fondos, en el que la vida diaria está sembrada de anécdotas dantescas, en
el que cada sonrisa esconde una lágrima, en el que cada lágrima tiene tras sí
una carcajada.
Accitano de nacimiento, pero
residente en tierras malagueñas, José Luis Raya es autor además de la novela Pluma de ángel blanca, así como de los
relatos reunidos bajo el título de La
cadena del dolor.
Su experiencia como cuentista se
hace evidente en esta historia de historias que constituye El espejo de Nostradamus. El autor ha conseguido con gran maestría
dotar a cada capítulo de un carácter autónomo sin abandonar en ningún momento
el trazo firme del argumento general de la obra, incluso en episodios como “El
niño de la burbuja”, una historia inserta en la trama principal al modo de la
primera parte del Quijote, aparentemente ajena a la línea argumental pero cargada de simbolismos que terminan dando
sentido a la novela.
Pero, si hay algo que marque esta
obra, es el humor: a veces sutil ironía cervantina; otras, brutal escatología
quevedesca, y, casi siempre, su poquito
de mala follá granaína: un humor negro que permite el distanciamiento de una
sociedad cruel, poblada por una serie de personajes grotescos, tan irrisorios
como a menudo detestables, que ponen en duda los valores del mundo occidental
de las últimas décadas.
Personajes como el gitano Mohamed
o el psiquiatra religioso, ocultistas de Nueva
Acrópolis, gurús de la telebasura, madames
de puticlub, bibliotecarias , dragqueens,
programadores informáticos del futuro, … se ponen de pie entre las páginas de
este libro, conformando una fauna tan hiperbólica y excesiva que podría ser
real. En la línea que va desde Berlanga a Almodóvar, los personajes de esta
novela muestran una España entrañable y ruin, agresiva y cercana, madre y
madrastra.
En este universo desigual
destacan los personajes principales, universales pero no arquetípicos, dotados
de una personalidad propia, entre el realismo y la sátira. La hiperbólica
racanería del cobarde Pepe, la malhumorada ordinariez de Carmen se instalan
desde un primer momento en el exceso, en el que el lector identifica sus
propios defectos, que son, sin duda, los de esta sociedad cruel y desnortada, a
caballo entre dos siglos, abocada a la crisis que hoy nos subyuga, que nos
adormece y enerva a partes iguales.
Como en los espejos cóncavos del
callejón del Gato en los que Max Estrella descubría la realidad grotesca de su
época, El espejo de Nostradamus
refleja una España actual, más esperpéntica si cabe. Como decía el personaje de
Valle-Inclán, “el sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una
estética sistemáticamente deformada”. En estas páginas, la deformación satírica
que se hace de la historia reciente de nuestro país va más allá del humorismo
complaciente, convirtiéndose en un artefacto crítico y en un análisis sobre las
consecuencias del comportamiento humano sobre nuestro destino, que no depende
de artes adivinatorias, sino de nuestra actitud ética ante la vida.
Las páginas de esta novela
constituyen una reflexión sobre el tiempo, desde la rabiosa actualidad en la
que se enmarca el argumento hasta un futuro apocalíptico, ya vaticinado desde
el pasado por Nostradamus.
Nostradamus veía el futuro en un
espejo. Pero al mirarnos en el espejo, estamos nosotros mismos. Somos los únicos dueños de nuestro destino.
David Hidalgo



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