Debatientes
DEBATIENTES
José Luis Raya
José Luis Raya
Durante los estruendosos y expectantes
prolegómenos de la lucha de gladiadores, fagocitado el respetable entre
escudos, banderolas e insignias partidistas, pensé que aquellos se
parecería más a un debate merdellón del Sálvame que a una porfía clásica, entre
dóricos y corintios. Sin duda me equivoqué, lamentablemente. Ya que de los
nervios que todos manifestaban atenazados, como si fueran neófitos, pasaron a
un sombrío estado de laxitud y desidia que se asemejaba aquello a un diálogo de
carmelitas. Las pláticas estaban medidas, a veces sin medida, y fue el
comedimiento de todos lo que me descomedía y me enervaba, hasta el punto
de soltar algún exabrupto a cada uno por igual, a sabiendas de que no llegaría
hasta sus oídos deleitosos.
Seguro que fueron esos nervios impropios
de aspirantes a gobernantes de un país, los que impedían que cada aspirante se
manifestara con la gracia y soltura a las que nos tienen acostumbrados.
Tampoco esperaba que alguien se pareciera a un Pericles o un Demóstenes, sino
que nos recordaran un poco, al menos, a Felipe González, a un Guerra, o incluso
a algún Aznar, ya que Cánovas o Castelar nos pilla muy lejos. Las filípicas
brillaron por su ausencia, así como la vehemencia y la credibilidad de lo que
sostenían.
Los moderadores moderaron en exceso el respeto al
tiempo, todo había que condensarse en unos angostos segundos, con lo que
cualquier idea se quedaba irrisiblemente pergeñada y otras brillaron por su
ausencia y demencia, como la Sanidad y la Cultura, entre tanto la Educación
pasó tan de soslayo como un meteoro. Los docentes estábamos pendientes de estas
eminencias para ver cómo defendían el pilar fundamental de cualquier sociedad
que aspire a ser libre y avanzada. Sí es cierto que hay muchos temas que
quedaron flotando o ni tan siquiera se sombrearon, pero es que la Educación
debería haber sido tratada con cierta profundidad y probablemente en primer
lugar. No sé el tiempo que España tardará en asumir y reconocer que es la
Educación, la Cultura y la Formación lo que conformará la médula central
de toda la sociedad. De ello dependerá todo lo demás. Muchos nos congratulamos
al comprobar que hubo consenso en asuntos tan delicados como la violencia de
género. Otros se sonrojaron al escuchar citas tan tremendamente intelectuales
como “Ocho apellidos catalanes”, como si fuera la panacea para dilucidar la
situación actual, como el amigo que se la recomienda a otro en la barra de una
bar mientras degustan unas cañas y unas tapitas de pescaíto. O esa pueril
indicación acerca del origen de Camus, como el nene sabiondo que corrige al más
inepto y eso lo dejara en un elevado escalafón. O las recomendaciones acerca de
los móviles para incidir en un asunto tan grave y delicado. Menuda talla tan
reflexiva y acreditada, así como las repetidas alusiones a los lares andaluces
donde se refugian los incompetentes. O aquel señor que se movía con frenesí y
se atropellaba a sí mismo.
Por otra parte, es de agradecer el sumo respeto con el
que se trataron los contrincantes – No sé cómo la RAE no admite “debatientes” y
sí “asín”- Esto es la parte positiva, dentro de lo que cabe. A pesar de sus
diferencias, se saludaron y se felicitaron al concluir ese anodino debate, que
pareciera se hubiere pactado con antelación. Es digno de elogio que, a pesar de
sus diferencias manifiestas, no transmitieron la imagen de enemigos, sino la de
rivales políticos. Muchos españoles, familiares o amigos de toda la vida, dejan
de hablarse por discrepancias políticas, mientras que sus “líderes”
probablemente terminaron tomando juntos un café, o me temo que una tila.
Concluyeron con un mensaje perfectamente diseñado y
memorizado que repitió cada uno cual colegiales que recitan la lección,
bien aprendida pero desprovista de emoción y sinceridad, preocupados más por no
excederse en los segundos que en aprovecharlos.
Así pues, no calaron ni transmitieron, se instalaron
en una vaguedad impropia de sus rangos, por lo que muchos ciudadanos nos
quedamos en la superficie del problema, aunque alguno propusiera una tierna
sonrisa como única vía de escape ante tanto despropósito.



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