El Billete
El
billete
Nos
apeamos los viajeros del tren atropelladamente, salí despedido a presión por la
multitud apresurada, cargada de bultos, embutidos todos en pesados abrigos de
invierno y bufandas de lana, deseosos de
llegar a sus destinos cuanto antes para guarecerse del frío polar que había
invadido la ciudad. Choqué, como si de un muro se tratara, con un orondo señor,
cubierto por un sombrero de hongo y un abrigo largo de visón o de chinchilla, o
de algún que otro pobre animal de cotizada piel, el puro inmenso y sus largos
mostachos de morsa dibujan a este personaje que me miró con desconsideración
mientras recogía la ropa amontonada de mi maleta de cartón, que se había
abierto por la caída. Me alejé de ese malévolo ser unos metros y me dediqué a
observarlo mejor una vez que los envolventes vapores de la locomotora se habían
disipado. Entonces no tuve la menor duda, aquél era el famoso banquero, amasaba
una de las fortunas más grandes del país. Fue su banco el que se encargó de
arruinar a mi abuelo y más tarde a mi padre, a base de préstamos con intereses
de lo más usureros. Cuando el negocio familiar entró en crisis, y no pudieron
afrontar los pagos bancarios, se les echaron encima como aves de rapiña y les
embargaron hasta los ojos. ¡Qué falta de humanidad¡ Mi pobre abuelo terminó enfermando por el
disgusto y murió mucho antes que la mayoría de los abuelos de mis amigos.
Ahora, con escasos ahorros, he podido llegar a esta bulliciosa capital de
provincias, para estudiar en su prestigiosa universidad. No quiero acabar aplastado
por un cerdo banquero capitalista. Los estudios, me decía mi madre, me
aportaran las herramientas para luchar por una vida más justa.
¡Cuánto
me gustaría aplastar a esa despiadada bola de sebo¡ Justo al experimentar este
inalcanzable deseo aprecié que el orondo señor estaba pisando con su tacón
derecho el vértice de un billete de cincuenta libras. ¡Cincuenta libras¡ Bien
administradas podrían servirme para medio trimestre. Debe llevar tanto dinero
encima que se le va cayendo por cualquier parte. Permanecía erguido, atisbando
entre los viajeros algún posible contacto. Se movió unos pasitos mientras
intentaba empinar su grasiento cuello. Me acerqué muy lentamente, el billete
quedaba a una distancia de unos veinte centímetros de sus puntiagudos zapatos.
A medida que yo me aproximaba al billete, la morsa y sus secuaces se
distanciaban del mismo. Me incliné para recogerlo, me sentía realmente
emocionado, en estos tiempos cincuenta libras es mucho dinero. Lo tenía entre
mis dedos cuando sus matones me rodearon, permanecía inclinado, como un orante,
el seboso señor giró sobre sí, soltó una humareda de su inmenso puro y extendió
su mano derecha. “Se le había caído” – le exclamé con cierto nerviosismo- Lo
agarró con brío y se marcharon todos juntos ante la llegada de su cita, otro
señor, diríase casi gemelo del anterior. Si hubiese esperado un poco me habría
quedado con el billete.
Quise
reconfortarme un poco y acudí a la cafetería de la estación. Después de
merendar un café con leche y unos bollos de crema, me largaron de allí
prácticamente a patadas. Quise pagar con el único billete que llevaba, todos
mis ahorros, cincuenta libras, busqué y rebusqué en todos mis bolsillos, revisé
el interior de mi maleta de cartón piedra, no lo hallé. Ese mamífero seboso y carnicero
había expoliado a toda una generación.

Pobre chaval¡¡¡
ResponderEliminarHola donde puedo leer bsus relatos?
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