Mirando hacia atrás
Mirando hacia atrás con ira
José Luis Raya
Es evidente que puede resultar
incómodo, doloroso, e incluso, para algunos, denigrante, tener que salir de su
país para trabajar. Pero claro, todo es
cuestión de escalas también, y de distancias, y de culturas, y de lenguas y de
etc. He conocido a alguno que sufría lo indecible por tener que trasladarse de
Málaga a Sevilla por cuestiones de trabajo. Otros en cambio, se han marchado
hasta Australia con la maleta llena de ilusiones. También hay que considerar lo
que uno deje atrás: casa, familia, hijos, esposa o marido y amigos. Es obvio
que, en determinados casos, se puede producir un profundo desarraigo.
España sabe muy bien lo que es
emigrar, y Andalucía, concretamente, mucho más. La década de los sesenta y
setenta se produjo, como todos sabemos, algo parecido a un éxodo y esos
españoles tenían que adaptarse a una nueva situación, dura y traumática, si
querían sobrevivir y sacar adelante a su familia. Alemania fue un destino
importante para nuestros ciudadanos: la adaptación debía de ser durísima. La
gente, el clima, la alimentación y, sobre todo, la lengua, ese duro y
complicado alemán. Sin embargo, al cabo de cierto tiempo reaparecían por sus lugares
de origen con lujosos automóviles y hablando un alemán casi perfecto, o
francés, o inglés. Parecía que todo ese trajín había merecido la pena, y los
sinsabores pasados se habían olvidado.
Ahora, el trabajador medio que sale a
trabajar – se debería desterrar el vocablo emigrante- suele ser joven y
muy bien preparado y cualificado. Eso es lo realmente lamentable: Que la
inversión que ha hecho un país en preparar a esa persona sea aprovechada por
otro. Tantos años de estudio, esfuerzo, sacrificios y dinero invertido para que
se beneficien otros.
No obstante, la culpa de ese
sentimiento de desarraigo, de malestar y de dolor se lo deberíamos achacar a
nuestra mala educación, la educación que hemos recibido del apego a la tierra,
las patrias y las banderas. Esto nos está haciendo mucho más daño de lo que
creemos. Sacar pecho ante nuestra patria o pueblo, y considerarlo como algo
insuperable y como el mejor sitio del mundo para vivir, puede resultar dañino
cuando se nos presente la tesitura de tener que abandonarlos. Si nos educaran
desde pequeños para ser y actuar como ciudadanos del mundo, otro gallo
cantaría. Si nos educaran para amar otras culturas, otros pueblos, otros
estilos de vida y tuviéramos el interés y la base como para desear aprender
otras lenguas otro gallo cantaría igualmente, quizá el gallinero al completo.
Pero no, estoy harto de escuchar que como en España, o en Málaga, o en
Granada... no se vive en ningún sitio. Pues toma. Hay que marcharse, es lo que
toca. Nuestro chauvinismo y nuestra patria hay que dejarlos atrás, ya que ni
nuestra sociedad, ni nuestros gobernantes, ni tampoco (quizás) tú mismo, haces
lo suficiente como para saltar el tremendo escollo del paro. Quien quiere abrir
un negocio o crear una empresa aún tiene demasiados papeleos y obstáculos,
bancos muy remisos a otorgar créditos, ayuntamientos que tardan meses en firmar
un papel o conceder un simple permiso de obras,
dueños de locales que prefieren tenerlos vacíos y son incapaces de rebajarlos
cien o doscientos euros, gastos e innumerables impuestos que desalientan a
cualquiera. Todo esto debería estar penalizado, quien tenga un local vacío que
tribute mucho más por ello. Nadie te va a sacar las castañas del fuego, olvida
tu patria y tu bandera que ya ves cómo se las gasta. Hazte ciudadano del mundo
y olvida todos los cuentos que te han contado.
Así
que, ya ves que ni tu patria, ni tu sociedad, ni los bancos, ni tu
municipio están haciendo demasiado por sacarte adelante y ayudarte. Toca
marcharse. Y quítate esa idea de la cabeza de que en España se vive muy bien,
ya que no te ayuda a vivir. Tú mismo tienes que salir adelante, y cuando
vuelvas, si vuelves, regresa con la cabeza bien alta, ya que no tendrás que
agradecerle nada a nadie: ni a tu pueblo, ni a tu patria, ni a tus gobernantes,
ni a tus banqueros, que ya nos hundieron en su momento y desde luego no
encuentran la manera de sacarnos adelante.
John Osborne, cuando escribió en 1957 Mirando
hacia atrás con ira, quiso rebelarse contra la pasividad e inacción de la
clase política de su momento. Esta obra nos viene como anillo al dedo, sin
embargo miremos nosotros hacia adelante con ilusión, y dejemos el pasado y la
ira que nos puede provocar. Es la mejor manera de salir
adelante.



No es fácil irse, pero si es la única opción que te queda, no puedes mirar atrás, solo debes pensar en el futuro que te estás jugando, que el caso de mis padres, estaban mirando por mi futuro, y se lo agradeceré eternamente. Si ellos no hubieran tomado esa decisión, jamás me habría dado clase de Lengua y Literatura.
ResponderEliminarUna vez usted comentó en uno de mis "escritos" y me gustaría devolverle el favor.
Ojalá y le vaya todo muy bien, tanto en el instituto como el su nueva aventura como escritor.
Un saludo y mucha suerte.
Claudia Gómez Guerra.