Fútbol y expolio
Nunca me he considerado un hincha del fútbol,
he visto algún partido por la televisión, cuando jugaba uno de los grandes,
léase Madrid, BarÇa o la selección española. Sé de pasada cómo va la liga (casi
siempre los mismos van por delante y no me interesa demasiado) y lo que me
comentan mis alumnos, muchos de ellos juegan en equipos juveniles e infantiles y considero que realizan una
estupenda labor que se puede simultanear perfectamente con los estudios. Les va
muy bien para su autoestima, su capacidad de disciplina y trabajo, su
compenetración y cooperación en equipo, esto es muy importante en una sociedad.
Cualquier deporte es fundamental para el desarrollo y el crecimiento sano y
equilibrado de un niño o una niña. Incluso, les ayuda a concentrarse y rinden
más en sus estudios. También aprenden del respeto y la autoridad que representa
un árbitro y ven en su entrenador una figura a la que hay que respetar y
obedecer, émulo del padre y del profesor. Por lo tanto, practicar algún deporte
es sano para el cuerpo y la mente. No es necesario recordar mesn sana in corpore sano.
Dicho lo cual – expresión que se está utilizando demasiado y espero que
no prospere su uso- , me dispuse a asistir a la retransmisión del partido con unos
amigos que se retransmitía- valga el pleonasmo- en un conocido centro comercial
de Fuengirola. Sin ser excesivo forofo del fútbol, ni de nada, pude disfrutar
de un estupendo y memorable partido del FC Málaga. Sin ser demasiado entendido
en tácticas, cambios, ni estrategias, observé un cuidado e inteligente partido
planteado por el Málaga y por ese magnífico entrenador que es Pellegrini, una
persona digna, sabia y muy respetable donde los haya. Merecida calle o avenida
creo que le van a poner en la ciudad. Ya me suenan nombres como Joaquín,
Wellington, Duda o Baptista. Comprobé cómo trazaban las jugadas hasta completar
una victoria de 1-2 al término del partido. También sé que suelen añadirle un
tiempo adicional dependiendo del que estimen que se ha perdido. Cuando vi que
añadían 4 minutos supe que era excesivo y que tanto tiempo no se había “traspapelado”.
No hubo parones, ni historias raras. Intuí que algo extraño se estaba cociendo.
Sin ser demasiado listo en estos temas.
En esos cuatro angustiosos y lacerantes
minutos añadidos incomprensiblemente, aprecié, en esa pantalla gigantesca de
dicho centro comercial que se vislumbraban hasta las gotas de sudor, una
cantidad de faltas, codazos, entradas y jugadas sucias, tipo melé, en el área
pequeña que, les decía a mis compañeros de batalla, algo sucio se estaba
fraguando. Pisotones, hombres por el suelo, empujones, manos de los delanteros
del Borussia. Sólo veía una batiburrillo anárquico y desmesurado en el que no
existían las faltas ni los fueras de juego, como los niños de parvulitos en el
patio del cole y, que por
consiguiente, el balón tenía que entrar sí o sí – otra expresión que también me
disgusta-. Como si las altas esferas del fútbol dijeran, “Métela ya, que te lo
estoy poniendo a huevo. Tiene que pasar el Borussia, que tiene mucha más fama”.
Esto leía yo entrelíneas.
Efectivamente, se produjo el expolio que
todos hemos visto. Dos goles precedidos de fueras de juego con faltas
incluidas. Si esto es el fútbol, prefiero seguir viendo el tenis donde la bola,
cuando sale fuera, ponen el ojo de halcón
y se aclara todo. Y es que las injusticias cuesta superarlas.
Ahora no me atrevo a explicarles a mis alumnos
que a veces te roban un partido, lo mismo que te pueden robar la cartera o te
dejan sin trabajo o sin casa, porque hay unos intereses superiores que siempre
tratan de aplastar al más débil (teóricamente). El Málaga ha demostrado estar a
la altura de los grandes. Esto es inamovible pese a los dañinos errores
arbitrales, a los intereses de un tal Michel Platini, la contaminada UEFA o la
locomotora alemana que no sólo quiere aplastarnos económicamente sino también
deportivamente. Pues bien, a pesar de todas estas incongruencias e injusticias
hay que levantarse y seguir



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