De la crisis y el arte
José Luis Raya Pérez
En los períodos de
crisis se agudiza el ingenio y se crean excelsas, variadas y originales obras
de arte. Si nos remontamos al siglo XVII, la Edad de Oro de nuestras letras,
descubrimos que Europa y España en particular atravesaron, seguramente, la peor
crisis de la historia moderna reciente. Ríamosnos de la que estamos viviendo en
estos momentos, cualquier tiempo pasado fue mucho peor. En las páginas del
Lazarillo descubrimos una sociedad desarraigada, hambrienta y moribunda.
Truculentas epidemias asolaban Europa y la negra guadaña podía sesgar al más
cristiano, nadie se libraba de la DanÇa Xeneral. Mordaz y mortal de
solemnidad fue la que se inició en Sevilla y se extendió por la Península
causando la muerte de miles y miles de personas. Entre tanta devastación y
laceria surgieron genios irrepetibles como Velázquez, Góngora, Quevedo o Lope
de Vega. Hemos de saltar un par de siglos para que vuelva a brotar una nueva
generación de ilustres escritores, todos ellos acompañados por otra de las
crisis más recientes, hay quien sostiene que aún colea. Hablamos de la crisis
del 98 que, a su vez, nombra a otra simpar nómina de genios de la literatura, desde
Unamuno o Baroja, hasta Machado o Juan Ramón, estos últimos más jóvenes no se
encuandran en la misma. Por último, si nos centramos en la gran crisis del 29,
nos encontramos con la llamada Edad de Plata que se configuró alrededor de los
autores de 1927, a cuya cabeza estaría, sin duda, García Lorca.
Si consideramos que estamos atravesando una
de las crisis más graves de la historia reciente – incomparable con las más
lejanas-, tendríamos que estar atentos a toda una pléyade de autores y artistas
que están naciendo y que están llamando a las puertas de managers, representantes
o editores, que vendrían a ser los mecenas actuales. Lo que ocurre es que en
estos tiempos no siempre edita o publica el que destaca, sino el que tiene
mejores relaciones, el que se rodea del círculo apropiado, el que tiene un buen
padrino. Por fortuna, en los tiempos pasados el que despuntaba era reconocido
públicamente y adonde fuere se le requería por su arte o sus maneras de
componer. También es cierto que muchos autores o artistas eran consagrados
postumamente, pero al menos eran reconocidos y ahora podemos disfrutar de su
arte. Sin embargo, en muchas parcelas, sea la literatura, música o pintura, no
están todos los que son y por desgracia se alaba y se glorifica a determinados
artistas, y uno no sabe muy bien porqué.
Cinematográficamente hablando esto ocurre a la par, incluso se aprecia mucho más,
mientras que, los que indagan y van por otros derroteros, hallan directores de
cine malditos, novelistas que no publican cuya obra es de una calidad
exquisita, pintores o escultores arriesgados e innovadores cuyas obras las
disfrutamos en galerías perdidas en ignotos y oscuros puebluchos. Están ahí,
denostados y olvidados porque no han tenido una buena oportunidad o porque el
crítico de arte al uso no aguanta su forma de ser o su ideología política,
opuesta al“régimen“. Asistimos a la recogida de premios del cineasta o del
actor que se mueve en determinados círculos ideológicos, se homenajean
mutuamente y se turnan sistemáticamente y de forma alternativa para adularse y
encumbrarse como los más grandes, de su parte está una cierta corriente crítica
tan compulsiva como predecible, que nos inunda con sus connotativas
consideraciones y extreman sus apologías. En otro orden de cosas, no siempre
consumimos lo que queremos sino lo que nos ofrecen y resulta que, esta crisis
tan lamentable parece que va acompañada, por primera vez en la historia, de un
dirigismo cultural equiparable a la misma penuria que nos mengua. Siempre los
mismos autores en las librerías, los mismos actores, los cantantes de siempre,
los todopoderosos directores de cine que nos llevan y nos traen como quieren de
la mano de asentadas productoras en la autocomplacencia, alabadas por la
estulticia.
El ciudadano de a pie, lo mismo que se
levanta contra muchos de los atropellos que estamos viviendo, debe rebelarse de
igual manera contra esa caterva de críticos, artistas y demás aduladores
discípulos que cierran su círculo para que nadie entre. Tenemos que exigir
también una cierta calidad y originalidad en el arte y atender a otros aires de
creatividad y talento que soplan pero no los sentimos porque seguramente no les
conviene, no hay tanto pastel.



Comentarios
Publicar un comentario