Antes de
Nostradamus estuvo el adivino Tiresias: “Narciso vivirá hasta ser muy viejo con
tal que nunca se conozca a sí mismo”, tal fue la profecía que le hizo Tiresias
a Liríope, la madre de Narciso. Este, ciertamente, acabó dándose muerte cuando
las mansas y claras aguas de un arroyo le sirvieron de espejo en el que poder
conocerse. El Espejo de Nostradamus,
la novela de José Luis Raya, actuaría como espejo en el que la España de los
últimos treinta años podría tomar conciencia de sí y realizar una catarsis que,
tras enterrar el cadáver de su delirante y soez pasado reciente, le permita
orientarse lúcidamente hacia la construcción de una novedosa y esperanzadora
ética pública. Pepe, el héroe anónimo que protagoniza la sorprendente novela, o
rapsódico cuento de cuentos, de José Luis Raya, también se ve impelido a una
catarsis personal cuando, ayudado del espejo de Nostradamus, procede a matar
definitivamente al vulgar e incapaz varón y padre que fue para así cambiar el
trágico destino al que irremediablemente estaban condenados sus dos hijos como
consecuencia de su “malcasamiento” con Carmen y de la ineptitud de ambos como
padres.
Pepe y
Carmen son dos vulgares, estrafalarias y descerebradas figuras de la enajenada
España reciente que, tras ser retratados con impío sarcasmo por la cómica y
febril imaginación de José Luis Raya, sin embargo, acabarán sirviendo para algo
humano y trascendente debido a que en el último átomo de recta conciencia que
les queda muestran la universal inquietud humana por el futuro de la humanidad
representado inmediatamente en el futuro los propios hijos. Algo tan simple
como esto, manifestar una mínima preocupación por el futuro de sus hijos, aun
cuando sean ellos quienes con zafiedad y torpeza les pueden estar cerrando la
posibilidad de futuro, va a propiciar que Pepe y Carmen se disputen
frenéticamente la posesión del libro “El Espejo de Nostradamus” que, tras su
heroico robo por Carmen a una no muy eficiente bibliotecaria, providencialmente
les desvelará los secretos del poder profético de Nostradamus con que desentrañar
su futuro y el de sus hijos y poder cambiarlo. Los protagonistas de la
historia, Pepe y Carmen, pero también nosotros, los lectores españoles que a
través del relato de las vidas de aquellos vamos a poder contemplar como en un
espejo nuestra propia historia reciente, iremos descubriendo en los
acontecimientos más conocidos de nuestro tiempo, como la creación del Euro o el
atentado contra las Torres Gemelas, el posible cumplimiento de las profecías de
Nostradamus, así como, los augurios de un próximo Final de Mundo. La ironía de
la trama urdida por José Luis Raya radica en que Pepe y Carmen quieren conocer
su futuro a través de las profecías de Nostradamus y nosotros, los lectores, somos ya, como
Nostradamus, los conocedores de parte de ese futuro de Pepe y Carmen porque ha
sido parte de nuestra reciente historia, que reviviremos con los protagonistas
del relato. Por eso, decíamos al principio, la propia novela se convierte en clarividente
espejo que refleja la conciencia histórica de un sujeto colectivo que somos
nosotros, y por eso, sugestionados por el poder revelador de los espejos, poco
a poco, vamos a ir identificándonos como lectores con la vida del protagonista,
Pepe, que en principio se nos presenta simplemente como un débil marido incapaz
de decirle a su mujer que quiere separarse de ella porque nunca la ha amado y
que para vencer esa debilidad lleva tantos años como casado ensayando ante los
espejos que encuentra las palabras que debe decirle a su insoportable mujer.
El hecho de
que la historia narrada pretenda ser espejo reflectante de una conciencia
colectiva hasta el extremo de que el propio hecho literario que llamamos
“novela” sea objetivado como “espejo”; es decir, que el autor parezca haber querido
una novelaespejo, manifestando así un
posible interés metaliterario por reflexionar acerca del propio sentido actual
de la novela como forma literaria, nos lleva a detenernos en algunas consideraciones
de carácter estético y de filosofía del arte. Así, por su trama, parecería que
nos hayamos ante una “novela histórica”, cosa que no puede ser, aunque sólo sea
porque ya se encarga Pepe de hacernos conocedores del hartazgo del autor por
dicho tipo de novela, cuando en su viaje al futuro se sorprenderá de que
todavía allí dure la moda de la novela histórica. Pero además, podría dudarse
de si en realidad nos hallamos ante un relato novelesco. Al respecto, señalaré
la extrañeza que me ha producido la lectura de esta curiosa obra y de la que al
principio de este prólogo ya quise dar cuenta; a saber, la posibilidad de que
esta novela fuese leída en realidad como un vasto cuento; casi como una especie
de rapsodia de cuentos construida en
torno a unas fabulaciones de alto poder simbólico que el protagonista narra, en
unos casos, o vive, tanto en su surrealista existencia, como en sus momentos de
enajenación fantasmagórica o alucinada. Por otra parte, una larga tradición
española de humor negro y de irónico sarcasmo, más acentuada en la narración
cinematográfica que en la literaria, resulta claramente reconocible en el
relato de José Luis Raya. La burla y la mordacidad, no exenta de escatología,
con que despacha el autor las disparatadas y agitadas actuaciones de sus
personajes a lo largo de la obra nos trae al recuerdo situaciones del cine de
Buñuel o Berlanga y, más propiamente, de Almodóvar, con cuya estética
posmoderna sintonizaría el incontenible torrente narrativo y el deliberado
recurso metapoiético a la combinación
de géneros y a la utilización de referencias a iconos reconocibles de la propia
historia de la cultura de masas de que se sirve José Luis Raya. Así, y baste
como ejemplo, cuando en su alucinado viaje al futuro a través del espejo, Pepe
ve, en una pantalla portátil de televisión que lleva una señora en un autobús,
una secuencia de la película de Win Wenders “París, Texas”, que sabemos ya
desde muy al principio que es una de las películas favoritas de Pepe, este,
desde ese futuro en que se haya tiene la idea de que “el siglo XXI apenas producía arte, se
alimenta de los genios y fetiches del siglo anterior”, lo cual constituiría
toda una proclama estética de la posmodernidad, asentada en la creencia de la
muerte del arte y de que la única y honesta manera de seguir creando, donde ya
todo ha sido creado por los artistas del pasado, se hallaría en el recurso a la
utilización de la propia historia del arte como material para la creación
poética.
En fin, estimado lector de El Espejo
de Nostradamus, le invito a atravesar el espejo y a penetrar en esta original
novela, seguro de que cuando llegue al final de sus páginas podrá experimentar
la liberadora sensación de que allá donde uno creía estar acercándose al
precipicio de la Historia, en realidad, allí mismo, en el paralizante y helador
limite de la vulgar y estridente condición humana, cabe todavía toparse con el
principio de la esperanza.
Juan Jesús Ojeda
Abolafia

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