Reseñas literarias

 


La paciente silenciosa



by mí mismo

 

No recordaba que había sido editada por Alfaguara cuando vi la novela en edición de bolsillo en los estantes de Carrefour. Ya sabemos que en los supermercados  se venden principalmente los súper ventas, por lo que me desconcertó un poco que la prestigiosa editorial le hiciera un hueco en su selecta lista, ya que, efectivamente, se trata de un thriller, pero no añade nada nuevo al género. Tampoco literariamente. Es una historia que te va atrapando por momentos, pero que a veces se queda hirviendo a fuego lento sin avanzar, con otra historia paralela que finalmente se une y se complementa. Ese es el gran mérito de esta breve narración. Muchas veces necesitamos leer algo que sencillamente nos entretenga. En ese sentido es perfecta. El final es imprevisible, quizás sea lo mejor. La capacidad con que uno o una se sorprenda dependerá del bagaje literario o cinéfilo a lo Hitchcock o a lo Christie o a lo Di Palma de que dispongamos. Había un lector en las RRSS que decía que le iba a estallar la cabeza por la sorpresa que se llevó al final. Evidentemente, el joven en cuestión habrá leído y visto poco. Sin embargo, sentí cierta añoranza por esos desenlaces que te impactan y te dejan boquiabierto. Nuestra admiración será inversamente proporcional a nuestra propia falta de elocuencia en todos los frentes. La juventud es un divino tesoro, entre otras cosas porque la capacidad por sorprenderse está casi intacta. Por otra parte, me repele un poco esos listillos que están intentando adivinar quién es el asesino cuando lo tienes al lado viendo una peli de suspense. Yo casi nunca acierto porque me voy por mis propios derroteros: lo más inverosímil, mi final particular, el que nadie creería. Me gusta realmente lo imposible. Lo posible es terriblemente aburrido.

Theo Faber está obsesionado por investigar psiquiátricamente el escabroso crimen que cometió Alicia: asesinó supuestamente a su propio marido, al que tanto amaba. Desde entonces está en silencio. Theo intenta por todos los medios que ella empiece a hablar para comenzar con la terapia, algo que se dilata demasiado bajo mi punto de vista. Por otra parte,  Theo descubre, cree o supone que su esposa le es infiel. Parece que tiene pruebas irrefutables. Bueno, puede ser digno de encomio el hecho de que ambas tramas se superpongan. Era realmente lo esperable y lo lógico.

Las novelas de temática psiquiátrica me enganchan porque el cerebro humano es un universo tan desconocido como el galáctico y, en ese sentido, todo vale o todo podría valer; pero los cuerdos nos empeñamos en “darle cuerda” a la locura.

A bote pronto a mi cabeza me vienen dos de mis preferidas en este sentido: mi admirada El piscoanalista de Katzenbach y la archiconocida Los renglones torcidos de Dios entre otras muchas.

Anda, date un caprichito y léela, está en edición de bolsillo y es muy baratita. Deja el móvil a un lado que tiene un veneno peligrosísimo. Y no veas tantas series que piensan por ti. Y si quieres verdaderamente un impacto brutal, te recomiendo que leas El docente indecente, pero claro, quién va a leer una novela de un ser tan simple y absurdo como un servidor.

¡Felices fiestas!

 


La rebelión de los buenos

de Roberto Santiago

por José  Luis Raya

 

A veces, los lectores necesitamos escabullirnos y dejarnos llevar por alguna historia o trama que realmente te atrape, siempre y cuando se halle bajo el paraguas de un mínimo cortejo literario, esto es, calidad literaria y deleite. Precisamente lo que persigo como autor de un tiempo a esta parte, es decir, la lectura debería ser un compendio de información, reflexión y, sobre todo, entretenimiento. Si esto último lo soslayamos para convertir nuestro oficio en deleitoso onanismo particular, iremos arrojando hordas de lectores hacia el precipicio de las RRSS, las plataformas digitales, videojuegos y demás inventos demoníacos. Hemos de transmitir la idea o el concepto de que la lectura es un acto tan placentero o más que la satisfacción que te puede transmitir tu serie favorita, esa que recomiendas a todo el mundo como un pelma. Como si los demás tuvieran tus mismos gustos. Hemos de reivindicar ese momento único en el que estás aprendiendo a estar solo, aunque te rodeen docenas de cuerpos inermes en el metro o la playa. La lectura es una plegaria en soledad. Y es la mejor manera de aprender a estar solo.

La rebelión de los buenos ha cumplido ampliamente mis expectativas. Todo lo que te atrape hasta la médula ha de contener cierto perfil de best-seller, es decir, delimitación maniquea, configuración estructural arquetípica dejando el final de cada capítulo sin concluir, sino abriendo una cierta expectativa para el siguiente, vocabulario asequible – no como el de admirado JM de Prada, que me hace a veces enrojecer-, personajes definidos, si bien he de admitir que muchos de ellos son de una lograda carga psicológica. A menudo, esto libros sobrepasan las quinientas páginas y por ello es difícil mantener la tensión o cierto nivel de intriga a lo largo de estos tochos; sin embargo, cuando te atrapan te da igual que tengan quinientas, mil o dos mil, incluso agradeces la cantidad numérica. Yo diría que el género es de intriga judicial o thriller judicial en la línea de los grandes como Grisham o Graham Moore.

La rebelión de los buenos combina también con lo anterior los fraudes y las súper estafas de las empresas farmacéuticas. Todos sabemos la estratosférica cantidad de millones de euros o dólares que mueven alrededor del planeta. ¿Quién no ha ido a una farmacia a comprar un simple paracetamol y te meten por las narices el más caro? ¿Quién no ha pensado alguna vez que muchos medicamentos te curan, ciertamente, pero tienes que depender de ellos hasta que la muerte os separe? ¿Quién no ha oído por aquí o allá que han retirado ciertas medicinas del mercado? ¿Quién no ha escuchado entre bastidores que este o aquel medicamento ha acelerado la muerte de este o aquel enfermo? Pues bien, de esto último trata esta novela: Fátima Montero es una mujer muy poderosa, propietaria de uno de los imperios farmacéuticos más importantes del mundo. El otro protagonista es Jeremías Abi trabaja como abogado en un modesto bufete. Ella lo elige para que lleve el caso de su divorcio. Su marido mantiene una relación con una menor. Luego vienen los giros y las sorpresas. El asunto se va enturbiando hasta que el proceso judicial se centra en los fraudes y negligencias de esta rica empresaria. La parte final, densa y contundente, se centra básicamente en el proceso judicial que se ha ido amasando a lo largo de la novela. El lector sabe perfectamente que ella, su marido y todo su imperio farmacéutico son responsables de las muertes prematuras de determinados enfermos; por ello, cuando ya nos hemos involucrado, padecemos cuando se vislumbra que la susodicha se puede ir de rositas y se cometa nuevamente una tremenda injusticia.

Hasta que vamos suspirando poco a poco aliviados. ¿He hecho spoiler? Pues, a lo mejor no ocurre así.

Roberto Santiago es el autor de la archiconocida saga de Los futbolísimos, que con tanto gusto regalaba a mis sobrinos: desconocía que este escritor pudiera ser tan versátil. La novela fue merecedora del Premio Frenando Lara 2023. Este libro está en la línea de lo que yo persigo como autor: información, reflexión y entretenimiento.

Muy recomendable. 



La poética de Mariano Fernández Cornejo

 

Siempre me ha llamado la atención aquellos artistas que se desenvuelven magistralmente en diferentes corrientes creativas, ya sea en la danza, la narrativa, la canción, la escultura o la poesía. Como aquellos humanistas del Renacimiento, que parecían seres de otro mundo para inmortalizarse a través de obras irrepetibles. No es necesario mencionarlos. Ya forman parte de nuestro imaginario histórico y artístico. Esta es la segunda vez que un pintor y poeta me propone que prologue algún poemario. En ese buceo crítico, como si de un psicoanalista se tratase, indago en cualquier tipo de conexiones que pudiera hallar entre lo expresado en un óleo o acuarela o lo que se plasma en un papel, con o sin rima. Han pasado ya unos cuantos años desde que presenté a Mariano Fernández en la Biblioteca Salvador Gil. En aquel entonces mi propósito era el mismo básicamente, amén de intentar desglosar la forma y el contenido de sus anteriores poesías. Lo impresionista, lo abstracto, lo surrealista, lo expresionista y ese balbuceo cubista estoy seguro que se localiza igualmente en la argamasa de sus versos.

Entre sus anteriores poemas cargados de lirismo, intimismo y abstracta reflexión, donde la poesía del yo profundiza en sus más recónditos pensamientos hasta desmenuzarlos, existe una continuidad formal y conceptual con sus versos pasados en los que el poeta, al modo impresionista, se desangra mostrando sus anhelos, sus miedos o inquietudes, todo ello aderezado por un controlado y comedido uso de la imagen poética: No cierro las puertas al horizonte/para habitar las playas de recuerdos, pido andar por donde no pase el tiempo. Es de esas citas poéticas que representan un cuajado rosal para aspirarlas y comentarlas (en clase) con sumo cuidado, ya que ante estos versos es muy fácil pincharse si no interpretas correctamente.

El nihilismo como significación parece que también se cuelga de los versos que MFC va hilvanando sabiamente para bosquejar ese paisaje gris, nebuloso e impresionista que su pesimismo inherente recita sin pudor: Un aliento que enmudece el pasado/ el que silencia el gris de la negrura/con un saqueo que nos pertenece. A poco que husmees entre sus versículos, hallarás las huellas de los grandes del 27. Adivino restos de tempestades/invisible para un tiempo olvidado. Indudablemente el desamor o las ansias de amar o ser amado se escabullen entres sus letras.

Se dice que un autor ha alcanzado su madurez cuando se insinúa su estilo personal entre sus líneas o versos. Podemos apreciarlo mejor en los prosistas; sin embargo, a no ser que finalicemos y nos adentremos en una nueva etapa poética, la impronta de un escritor o poeta se rastrea a medida que vas leyendo o descifrando sus códigos.

Después de la grata sorpresa que me produjo Tránsito, voy desgajando las entrañas de sus versos e intentando perforar su Muro. La parte sensorial juanramoniana de su primer poemario deja paso a lo conceptual, y aquellas pinceladas de los novísimos o de la poesía de la experiencia o nueva sentimentalidad se condensan en una suerte de puro arrebato cósmico, donde el concepto se muestra con su plena nervadura. En todos los casos el vate permanece A solas con este instante.

Nunca olvidaré el momento en que MFC se emociona con su propia declamación de los versos dedicados a Alan, el niño sirio ahogado en las costas de Grecia. Esa mañana su lectura fue hundiéndose en su propio mar acongojado. Mariano no pudo concluir. Esos sollozos fueron tan poéticos o más que la propia poesía: silencio y lágrimas confundidos en el mismo instante. Entonces comprendí absolutamente que MFC no solo es un gran artista sino también una gran persona.

Una gran nube azul se estanca en mi muro. Existe un hilo conductor con el vocablo “muro”. En cada poema se cita una vez, por lo que podemos rastrear como una diacronía alguna posible variante en su acepción. Salvo alguna excepción puntual como… en cada verso refleja esa aspiración o esa frustración que impide que cuele algún ápice de felicidad.

El soneto es, sin duda, el rey de las construcciones métricas. Ha disfrutado de momentos gloriosos a lo largo de la historia, como en el Renacimiento y el Barroco, más adelante en pleno siglo XX la poesía arraigada de los garcilasistas lo rescató del olvido. MFC lo controla desde la más perfecta modernidad, desentendiéndose de la métrica clásica y optando por rimas más libres siempre al servicio de ese muro sólido, casi siempre hermético. Una lectura atenta nos permitirá atravesarlo o sortearlo.

 

Convierte tu muro en un peldaño, nos decía Rilke. El muro de MFC, como concepto fonético se inmiscuye en cada verso, igual que ese violín que mantiene su presencia en una melodía, como concepto semántico va hilvanando con desasosiego el universo del vate, desolado y turbio en ocasiones como su alma, que se intuye perdida en un maremágnum de sensaciones inefables como su propio muro personal, ese que lo separa del mundo y a la vez lo integra. Ese muro que, aparentemente, es imperturbable e impenetrable. Solo aparentemente. En realidad es una capa protectora del lacerante nihilismo que liba la vida. Esto me recuerda a la introspección y a la poesía reflexiva de Jorge Guillén en Clamor.




Kafka en la orilla

 

                                                 

Leer y viajar es un placer para los sentidos que no debemos soslayar. Si ello se realiza al alimón, el elixir resultante es un licor ávido de deleite y conocimientos que producen un peligroso ensanchamiento de la mente, algo que pocas cosas en la vida te lo pueden ofrecer.

Desde hace tiempo tengo por costumbre echar en el equipaje algún libro que mantenga una estrecha relación con el país o la zona que visito, esto es, no tanto la típica guía de viajes como una novela o un poemario de algún escritor arraigado a esa tierra, mimetizado con el paisaje, la tradición, el pasado y el futuro de ese pueblo, sus creencias y sus gentes. Así pues, al autor lo tenía clarísimo: Haruki Murakami. Y la novela también, puesto que ya la había iniciado antes de planificar el viaje. Espero que le concedan de una vez por todas ese Nobel que se le resiste y no suceda como con otro de mis fetiches: Javier Marías.

En un tugurio de Tokyo, una noche de cervezas, un oriundo me preguntó en un deficiente inglés el motivo de mi viaje al país del sol naciente. La respuesta fue simple y demoledora a la vez, y ello dibujó una amplia sonrisa en el rostro de mi interlocutor difícil de olvidar, tan resplandeciente como el sol naciente. El mundo -le dije- se divide en dos partes: una es Japón y la otra el resto del mundo. De la misma manera, la Literatura la podría dividir en dos grandes bloques: Murakami y todos los demás. He de admitir que esto, tomado de manera literal, podría resultar ciertamente exagerado. Pero voy a argumentar el porqué.

En primer lugar, he de señalar que este autor ocupa un lugar destacado entre mis escritores de cabecera. Lo descubrí tarde, cuando hace años muchísimas librerías lucían en sus vitrinas gruesas columnas de su novela 1Q84, de claras reminiscencias orwellianas. Hay que anotar que la letra Q y el número 9 en japonés fonéticamente son gemelos. Entonces no pude parar y me bebí de un trago la trilogía conforme iba apareciendo. Después fui descubriendo sus obras anteriores y posteriores, empezando por Tokio Blues.

Kafka en la orilla es una de las que tenía pendiente y ya estoy salivando por la última que acaba de llegar a España: La ciudad y sus muros inciertos. Hay que destacar los títulos tan extraños que podemos hallar en su obra. Y es que su obra es realmente extraña, es decir, su contenido, la trama o la fábula que nos narra. Algunos la/lo tildan de realismo mágico, nada tiene que ver con el hispanoamericano a cuya cabeza se encuentra, como sabemos, Gabo.

Kafka en la orilla (del mar) toma el título de una pieza musical. Hay que puntualizar que Murakami es un excelente y pulcro melómano. A su vez hace alusión al protagonista de la historia: Kafka Tamura. Y obviamente al autor checo. El entramado narrativo se conecta a su vez con la tragedia clásica y el mito de Edipo. El tinglado armado, a priori, puede resultar complejo, pero si te dejas llevar por el magnetismo de las imágenes que crea y recrea, y permites que todo fluya sin pasarlo por el tirano tamiz de la razón, descubrirás que todo es más sencillo de lo que parece. Solo por el absorbente episodio inicial, en el que un grupo de escolares pierde el conocimiento en medio del bosque durante una excursión, debido supuestamente a una extraña fuerza procedente de otro universo, merece la pena empezar a leerlo. Todo ello narrado a fuego lento, como a mí me gusta,  intercalando supuestos testimonios sobre ese extraño incidente que determinará el devenir de la historia. El único niño que tardó tiempo en despertar de aquel desvanecimiento, y que hubo de ser ingresado, desarrollará unas facultades especiales, entre ellas el hecho de poder comunicarse con los gatos. Este crío, Nakata, puede confundirse con Kafka, son como un desdoblamiento espacio-temporal. Otro de los pasajes más intensos es la estancia del protagonista en una aislada cabaña junto al descubrimiento de los sombríos bosques japoneses, su espiritualidad y su hechizo. Estas imágenes las iba recordando y absorbiendo yo mismo conforme paseaba por la mágica y umbrosa naturaleza que rodea los templos de Kioto: nunca han estado tan estrechamente unidas la vida y la literatura. ¡Qué experiencia tan inefable e intensa!

La estructura narrativa del libro puede resultar tópica, se trata de esos argumentos o contenidos que fluctúan y se reencuentran. Los personajes te atrapan y no te sueltan. El lenguaje utilizado es tan asequible como el de un best seller, al menos no he de mirar de reojo el diccionario como sucede cuando leo a otro de mis autores fetiches: JM de Prada.

Kafka Tamura huye del hogar paterno a la edad de quince años, sin embargo, como Edipo, parece que se está metiendo él solito en la boca del lobo. El lobo negro del destino. Por otra parte, hay que esperar de Murakami que reinvente el mito, lo mismo que reinventa lo real y lo imaginado. Sencillamente no hay línea divisoria en ese mundo que concibe Murakami. Lo real puede ser imaginado y viceversa. Aparentemente, nos podemos encontrar frente a una novela de fantasía, como ese engendro de Johnnie Walker, que va vestido lo mismo que el icono de la botella de whisky y que pretende construir una flauta con el alma de los gatos que va matando. Esta excentricidad ni siquiera hay que “perdonársela” al gran Murakami, como haría el lector más ortodoxo, sino que tienes que integrarla y entenderla en ese universo particular y diferente que nos sugiere Murakami, igual que Japón, al que no puedes mirarlo con los mismos ojos que a tu país.

Otra de las imágenes sonoras que siguen repicando en mi cabeza es el tintineo de aquella dichosa campanita procedente de un pozo en La muerte del comendador. Se trata de una puerta abierta a otra dimensión. Una vez que nos situamos precisamente en la otra dimensión, dudamos si la real es la real. El genio de Murakami queda patente.

El autor fue galardonado con el Premio Princesa de Asturias 2023. Es tímido y esquivo. No concede entrevistas y huye de la prensa. De hecho, no pronunció ningún discurso. Huye de los homenajes y dudo que acuda a recoger el Nobel cuando se lo concedan. Vive en una casa aislada, lejos de Kyoto. Se rodea de perros y gatos. Se levanta antes del amanecer y corre como un poseso para ir configurando en su cabecita loca ese universo ajeno a lo mundano.

En efecto, Murakami y todos los demás, como Japón.

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