Virgen del Carmen (Pregón)
A posteriori, he descubierto que ha sido un emotivo homenaje que le he hecho a mis padres, religiosos, practicantes y consecuentes. Siempre os llevaré en mi corazón, que es donde reside la añoranza y también la fe.
Pregón Virgen
del Carmen
Guadix, 15 de julio 2024
Parroquia de Santiago
En primer lugar, he de
agradecer este momento a la Junta Directiva de la Hermandad Ntra. Sra. del
Carmen y a su Párroco consiliario Don Pedro Aranda. También he de mencionar a Doña
Ana Morillas Tuvilla por su gentileza al proponérmelo, ella es miembro
destacado de la Junta de Gobierno de la Hermandad. Evidentemente, extiendo mi
gratitud a todos los amigos y familiares que han asistido y han sacado tiempo al tiempo, y evidentemente
a todos los vecinos y vecinas de este fabuloso municipio y al Sr. Alcalde Don
Jesús Lorente.
Me sentía realmente
inquieto por saber cómo iba a enfocar este pregón. Ni yo mismo lo sabía. Como
siempre, ante la incertidumbre, hay que dejarse guiar por el corazón. El
corazón se puede equivocar pero nunca te traiciona. La Fe es también aliada del
corazón. Es imposible entenderla sin la colaboración de este y el abrazo mutuo
de ambos. También pretendo que sea reflexivo, informativo y entretenido. No
hay nada más aburrido que un discurso aburrido.
Cuando era un niño, la Fe
la tenía mucho más clara y limpia que ahora. Muchos de nosotros atravesamos
altibajos a lo largo de nuestra vida, que son, paradójicamente, lógicos. Pues bien, en aquella lejana época me
preguntaba ¿por qué hay tantas
vírgenes?. Lo que se conoce como advocaciones. La ingenuidad de un niño era evidente: la Virgen
de las Angustias, los Dolores, la Inmaculada, la Asunción, la Humildad, la Esperanza o la Virgen del Carmen. Solo en
España hay unas doscientas consagraciones a la Virgen María. En las clases del
Catecismo nadie me explicó esta duda y yo no me atrevía a preguntar.
Recuerdo también aquella
célebre leyenda en la que San Agustín, paseando por la orilla del mar, le
preguntó a un niño, que estaba jugando en la playa, por lo que estaba haciendo.
Este le contestó que intentaba introducir toda el agua del mar en el hoyo que
había cavado con sus manitas. El santo y filósofo le respondió que eso era
imposible. El niño le contestó que lo verdaderamente imposible era hallar
respuesta al misterio de la Santísima Trinidad y al misterio de Dios, justo lo
que San Agustín iba pensando mientras caminaba por la playa solitaria. Cuando
escuché esta bellísima historia concluí que habría que añadirle a tal misterio el
de la multiplicación de las vírgenes en diversas imágenes. En mi mente
agitada llegué a pensar que se trataba de una suerte de politeísmo y por lo
tanto un sacrilegio. Cuando fui creciendo, por fin me di cuenta de que se
trataba simple y llanamente de múltiples aspectos de la devoción mariana. El
amor a la Virgen María era tan inmenso e inabarcable que adoptaba diferentes
“vestidos” (entre comillas) alrededor del mundo, donde la fe católica se ha ido
consolidando. Por otro lado, en aquel tiempo, iban de un sitio para otro los
Testigos de Jehová captando seguidores. Mi madre me decía que ellos no creían
en la Virgen. Y yo pensaba que al menos en una de ellas deberían de creer:
¡Había muchísimas!
Durante mis recientes
años de docencia, enseñaba Historia de la
Literatura. Me detenía especialmente en los inicios de la Alta Edad Media,
cuando la religión cristiana parecía caer en un pozo sin fondo debido a las
diferentes herejías que pululaban por doquier: paulicianos, bomilos, husitas o los
cátaros -esta última os sonará mucho más, quizás por su proximidad con el sur
de Francia-. Así pues, a partir del siglo IV se potenció el culto a la Virgen
María, no adoración sino veneración. Los feligreses rezaban a la Virgen como
mediadora hacia Jesucristo. Además, una madre siempre nos resulta más cercana.
Y yo seguía de pequeño con el mismo misterio: pero si madre no hay más que
una. El Concilio de Éfeso en el 431 resultó determinante para este
objetivo. Su culto se va ampliando hasta generar órdenes inspiradas en ella,
santuarios y lugares de peregrinación. También sabemos que hay representaciones
de la Virgen, anteriores al culto, halladas en unas catacumbas romanas y en
Nazaret. Y, por si no lo sabíais, se la menciona en el Corán unas treinta y
tantas veces.
Antes de subir a los
cielos, hay dos debates acerca de su óbito, uno que fue en Jerusalén y otro en
Éfeso. Me quedo con este porque me parece mucho más entrañable, ya que pasó sus
últimos días con San Juan en una casa cerca del Egeo. Cuando visité Turquía, me
hice una foto ante esta edificación reconstruida con piedra maciza, pensaba
principalmente en mi madre, que era una fiel devota de la Virgen. Pensar en mi
madre muchas veces me devuelve la fe dormida que sigue ahí latente. Podríamos
decir que a la Fe también se llega por añoranza. Recuerdo cuando era niño que
mi madre me llevaba a la parroquia de San Diego para rezarle a la Virgen de las
Angustias a través de aquellos ventanales angostos y sagrados. La iglesia se
encontraba cerrada a esas horas. Al fondo, emergía la imagen de la Virgen
mientras la brisa nocturna del verano acariciaba mi rostro. Nunca olvidaré con
cuanta piedad se santiguaba. Y al mirar hacia arriba, aún se mantiene la imagen
incólume de un cielo oscuro cuajado de estrellas. Mientras rememoraba todo
esto no he podido evitar emocionarme y que mis ojos se humedecieran. Hay
momentos de la infancia que son indelebles y permanecen intactos hasta el fin
de nuestros días. Y… aquellos domingos de invierno, cuando la luz mustia de
la tarde agonizaba y las nubes se teñían de tonos grises y azules, mis padres
nos llevaban de la mano a Carmen, Mari, Merces y Alfredo a la Iglesia
Nuestra Señora de Fátima. Se conocía como “la iglesia de las cuevas”.
Íbamos todos los domingos, aunque las inclemencias del tiempo fueran adversas.
Me recuerdo a mí mismo como un garbancito que iba lloriqueando porque dejaba a
medias los dibujos animados de la tele recién estrenada. Dentro de la iglesia
me serenaba y respiraba paz. Aún veo a mis padres jóvenes, sanos y guapos,
mirando al frente, inmersos en los susurros y el bisbiseo de las oraciones.
En las clases de Literatura
me detenía en Gonzalo de Berceo y en Los
Milagros de Nuestra Señora. La devoción a la Virgen ya se había
consolidado. Aún no se apreciaban las diferentes veneraciones. Todos los
milagros iban destinados a la difusión de la Virgen en una sociedad ávida de
referentes cristianos y, sobre todo, deseosa de salvación y redención en un
mundo desolado y sentenciado por las epidemias y las pestes. La imagen de la
Virgen fue esencial en una Europa que se iba pudriendo lentamente.
¿Cuándo surge la imagen
que a nosotros nos compete? La advocación surge en el Monte Carmelo, al norte de Israel,
en la ciudad de Haifa, donde Elías confió en Yavé para derrotar a Baal, un dios
fenicio. Allí precisamente se construyó una iglesia dedicada a Nuestra Señora
del Monte Carmelo. La primera. De ahí surgieron las conocidas órdenes de las
carmelitas. Pero yo me pregunto a continuación qué ocurrió para que esta
advocación originada en un monte llegara a convertirse en patrona de los
marineros. Cuenta la leyenda que el 16 de julio se le apareció la Virgen a San
Simón Stock, superior de la orden, a quien entregó sus hábitos y el
escapulario. Es el precioso escapulario marrón de la Virgen del Carmen con el
Niño Jesús que apreciaba en los cabeceros de los dormitorios de tías, abuelas o
vecinas. Recuerdo esos cuartos alumbrados por aquellas enfermizas bombillas
que se encendían al darle un pellizco a unos interruptores de porcelana. Y en
el cabecero, un crucifijo o la imagen del Sagrado Corazón. La añoranza otra
vez. Uno de los designios de dicho escapulario es el de la protección
maternal y el de preservar la Fe.
En la Edad Media se relacionaba a la Virgen María con una
“estrella del mar”,
en latín “stella maris”. Los marineros confiaban en las estrellas para ser
guiados hacia el puerto. Simbología a su vez en que la Virgen los conduce
sorteando las dificultades de las aguas y de la vida (el mar es la vida y la
muerte) para que lleguen a buen puerto, esto es, Cristo y la Salvación. Todo
esto se halla impregnado de unas preciosísimas metáforas, no tanto religiosas como
literarias. Serían innumerables las
diferentes advocaciones de la Virgen representadas con estrellas. Entre ellas
podríamos destacar a la Milagrosa, a la
que rezó Colón antes de partir a América y que tuve la ocasión de apreciar hace
unas semanas en La Rábida; también, María Auxiliadora; la Inmaculada; la
conocidísima y venerada Virgen de Guadalupe; la Virgen del Rocío; la del Pilar
y un largo etcétera. Las doce estrellas en estas y otras imágenes simbolizan
las doce columnas en las que se sustenta la Iglesia, los doce apóstoles y las
doce tribus de Israel.
El culto mariano, por
consiguiente, se extiende por todo el litoral. En el siglo XVIII el almirante
Antonio Barceló le dio el impulso definitivo celebrando la festividad entre la
marinería que él dirigía. San Telmo, el antiguo patrón, fue sustituido por la
Virgen del Carmen. Por sinécdoque o metonimia, fue seguida a su vez por los
pescadores.
Por otra parte, la Virgen
le entregó a San Simón dicho escapulario para que salvara su alma en el momento
de morir. Es por lo que en ciertos lugares se celebra el culto a la Virgen del
Carmen en el mes de noviembre, relacionada con la noche de los difuntos, o sea,
el rosario de las ánimas. Incluso, la Virgen descendería al Purgatorio para
rescatar a los que allí se hallaran. Encontramos en esta imagen su hermosa
piedad. Muchos recordaremos esa estampa de la Virgen del Carmen con el niño en
brazos y, a sus pies, observamos una serie de ángeles rescatando a los pecadores
de las llamas que auguraban el infierno. Cuando en mi niñez observaba esta
ilustración, me preguntaba qué hacía la Virgen ayudando a los pecadores.
Efectivamente, incluso los más abyectos merecen una segunda oportunidad. No
podemos saber lo que una persona ha podido pasar en su vida para terminar en la
antesala del infierno. Hay que ser misericordiosos. Yo siempre he dado dos o
más oportunidades e incluso he puesto varias veces la otra mejilla, pero cuando
han traspasado un límite ha salido el demonio que llevo dentro. Todos llevamos
uno y, el que diga que no, se engaña. Hay que socorrer a las almas del Purgatorio,
pero creo que no debemos socorrerlas hasta el infinito: la única misericordia
infinita no nos corresponde a nosotros. A mi mente acude la imagen del Señor
enfurecido echando a los mercaderes del templo. Él también se enfadaba. Tenía
su lado humano. Esto es algo que de pequeño no comprendía tampoco. Observaba
asombrado las imágenes de nuestro libro de texto y no entendía la ira con que
Jesús echaba a esos señores del templo: “¡Pero vosotros la estáis convirtiendo
en una cueva de ladrones!” Decía. Esto puede encerrar controvertidas
interpretaciones.
Merece la pena detenerse
en alguna de las localidades costeras de nuestro litoral andaluz donde se
celebra la Salve Marinera de la Virgen del Carmen, que procede de una zarzuela
precisamente: Torremolinos, Ceuta, Rincón de la Victoria, Chiclana, Barbate o
Motril. También en otras zonas de Murcia, Asturias, Cataluña o Galicia; es
especialmente hermosa la de Vigo. La que yo he presenciado en alguna ocasión ha
sido en La Carihuela. El momento es mágico. Sin duda, puede ponerte la piel de
gallina si eres mínimamente sensible. Estéticamente es una pasada como suele
decirse. Una suerte de coreografía procedente de otro mundo.
Entonces ¿por qué se
celebra también en zonas del interior como Guadix? Sencillamente, la devoción
se extendió por toda España, también por América. Benalúa de Guadix ha sido
pionera en las zonas de nuestro entorno. Y ahora nos encontramos aquí en esta
emblemática parroquia de Santiago, muy arraigada en nuestra familia, ya que mi
padre fue hermano del Nazareno. Volvemos a la añoranza y a la nostalgia para
mantener nuestra FE.
Mi padre conducía el carro del Nazareno el
Jueves Santo. El instante que ha quedado grabado en mi memoria es la de alguien
que levanta los faldones del trono y veo a mi padre que me saluda con la mano.
Lo recuerdo feliz, inmerso en ese diminuto mundo bajo el Cristo, repleto de
maderas, goznes y manivelas ensamblando el esqueleto que permitía avanzar a la
imagen. Él iba agarrado a un volante que guiaba al Nazareno. Ahora me parece
una imagen bellísima, casi una metáfora; pero en aquel momento experimenté un
miedo seco al verlo oculto en aquel agujero semejante a una caverna atiborrada
de andamios y tablas.
De mis padres he heredado
esa cultura religiosa refugiada en la imaginería. A mi memoria llega también la
escena en la que una señora traía una hornacina de madera con una virgen, la
Milagrosa, cuando los otoños eran fríos y ásperos. Mi madre encendía una
mariposa sobre un cuenco con aceite. Durante la noche, aquella velita
permanecía encendida proyectando sombras indecisas y temblorosas sobre las paredes
y las bóvedas de la cueva. Sí, yo nací en una casa-cueva. No sé si esto me
hace más accitano precisamente. Yo pensaba, en aquella fe inculcada, que el
Niño Jesús había nacido en un pesebre, por lo que podíamos hacernos muy buenos
amigos. De un pesebre a una cueva no hay mucha diferencia. La ingenuidad de la
infancia y la Fe pueden mover montañas. Y también pueden crear un mundo
mejor si fuésemos absolutamente consecuentes con nuestra doctrina, que podría
reducirse a una sola sentencia: “Ama a
tu prójimo como a ti mismo”. Este mandamiento debería ser el eje vertebral
del mundo, de esta manera no habría guerras, ni violencia, todos nos
respetaríamos y no habría espacio para el resto de los pecados y viviríamos en
una sociedad realmente feliz, justa y equilibrada. Evidentemente, algo hemos hecho mal.
En la
base de la caja de madera de la hornacina había una ranura, a modo de hucha,
donde las vecinas echaban pesetas o perras gordas. Mi hermano Alfredo intentaba
sacarlas para ir al kiosco de la Gardeña y comprar chucherías. Nunca lo logró. Quizás
por ello, enfadados, poníamos a la Virgen mirando a la pared. El rebote de
mi madre era mayúsculo. Cosas de niños. Me quedo también con ese escalofrío y
aquella magia que desprendía la imagen al abrir las puertecitas de madera de la
humilde capilla.
La Gloriosa también tiene
sus estrellas, doce estrellas que representan a los doce apóstoles como he
apuntado anteriormente. Y volvemos a la Stella Maris o Virgen del Carmen porque
todo está relacionado. Son las estrellas las que van hilvanado las
advocaciones como meandros que se unen en el mar, que es el morir, decía Jorge
Manrique, y también es la vida. El mar, la vida y la muerte, las estrellas y la
Virgen del Carmen.
Para concluir, me
gustaría añadir que la etimología de “Carmen” es latina, del verbo “cano”, que
significa cantar. En un momento de la historia el término era referido a un
poema cantado. Recordad los “Carmina Burana” y su intrínseco Carpe Diem. Tampoco resulta casual que
Bizet llamara “Carmen” a su ópera. La protagonista representa la rebeldía y la
pureza del amor. Como sabemos, las lenguas se hallan en contacto permanente. En
hebreo se refería al jardín de Dios y se asociaba a las mujeres llenas de
energía, vitales e idealistas. No olvidemos que por contacto cultural en árabe karm significa parra o emparrado. Por
sinécdoque nuevamente, pasó a nombrarse así
a determinadas casas de Granada: los cármenes del Albaicín por sus
vistosas parras.
“Carmen” ha estado
presente en mi vida: dos primas hermanas -una de ellas falleció prematuramente,
tenía mucha vida por delante y estoy seguro de que habría asistido emocionada
para ver y escuchar a su querido primo-, también tres tías y mi hermana Carmen.
La palabra “Carmen” posee un sonido fuerte, amplio y envolvente. Y también
eterno.
Muchas gracias de nuevo a
la Hermandad, a su párroco y a todos vosotros por vuestra presencia.
QUISIERA FINALIZAR con las
jaculatorias de los marineros: ¡SALVE, ESTRELLA DE LOS MARES! Decían al dar la
orden de salida de sus naves.
¡VIVA LA VIRGEN DEL
CARMEN! y ¡Viva Guadix!
Muchas
gracias por vuestra atención.
José Luis
Raya Pérez


Muy bonito, muy ilustrativo y muy entrañable; por momentos, tus vivencias de infancia me han recordado a las mías, aunque éstas eran con la advocación mariana de María Auxiliadora.
ResponderEliminarYo fui estudiante salesiano y allí, esa era su principal advocación. Además, la hornacina que llegaba a mi casa, contenía un preciosa imagen de María Auxiliadora. Dibujándola, siendo yo un zagal de 8 o 9 años, me dí cuenta de que no era mal dibujante. Curiosamente, mi estancia en un colegio salesiano llevado por malvados curas me hicieron abandonar mi fe. Y curiosamente también, el mejor maestro que he tenido en toda mi vida fue un seglar del colegio salesiano, don Antonio "el Maire". Buenísimos y malos recuerdos que perfilan una personalidad.
Un abrazo y enhorabuena.
PD.- ya tengo "El docente indecente", a ver si me lo dedicas.