Una luz inesperada
Una luz inesperada
(Reseña de
José Luis Raya)
Volver a leer a Antonio Figueroa Sabio es un placer que solo entenderán aquellos que prefieren a los clásicos. A veces, harto de películas insulsas y anodinas, me pongo algo de Willian Wyler o de Max Ophüls, por ejemplo. Harto de tanto pachanguerío en la música actual, retorno a menudo a los clásicos, como Puccini o Haendel. Cansado de esas flojísimas novelas encumbradas por dudosos premios literarios, vuelvo a releer a Dostoievski o Flaubert. Pues bien, esto me sucede cuando, después de leer algunos poemarios actuales, cimbreados por dos o tres versos ocurrentes, me topo con estos sonetos y estas métricas trabajadas, concienzudas e hilvanadas por diferentes y ricos recursos literarios. Leer a AFS es congraciarse con la Poesía con mayúscula.
Como una potente sinfonía, el autor inicia su nuevo libro con un soneto turbador, donde refleja, como en los anteriores, su finísima sensibilidad becqueriana. En el siguiente recurre a los temas clásicos como el Carpe diem, donde va manifestando sus sensaciones, sus impresiones (poesía impresionista) con el deleite que ofrece la buena métrica. Ya no se hacen poemas como estos.
Es también poeta del amor, del amor
desasosegante y placentero, porque vive inmerso en la felicidad que produce ese
estado turbador, pero también temeroso de la aciaga sombra que siempre lo
acecha. Otras veces, me recuerda a esos poetas barrocos conceptistas que se
dirigen a una idea o una actitud tan nefanda como la estulticia.
El vate granadino prosigue su senda de inquebrantable
inquietud: y nos regala, pobremente, el
borroso negativo de un recuerdo.
Nos indicaba Antonio Machado que había que ser muy cuidadoso en no caer en el ripio cuando se compongan poesías con métrica y rima, esto es, la rima facilona y absurda. Hay poemas de corte clásico que caminan al filo de la navaja por este motivo. El poeta ha de disponer de un amplísimo repertorio de palabras que contengan una determinada rima para escoger de ese campo semántico la más apropiada. Este es el principal escollo, casi temerario, de los vates que trabajan con este tipo de poesía. AFG va progresando en cada libro porque sus rimas son cada vez más apropiadas y sabias, como su apellido. La poesía actual, que se mueve libremente en este sentido, sin ataduras, por donde le da la real gana, se libra de este obstáculo, a veces recio y sólido como un búnker de acero. De ahí mi admiración por estos poetas, que navegan por las aguas procelosas de la poesía primigenia. Ello sin desmerecer esos poemas de dos o tres versos, sin medida ni rima, por mucha hondura que transmitan. No se encuentran en la misma liga. No me comparen, por favor. Si a esa “hondura”, simbólica o filosófica, la enmarcamos en particulares estrofas de tres versos con rima -/a/a; -/b/b…, el poema se convierte en algo sublime: “se borraron mis huellas: ¡no pude regresar!”.
El poeta granadino se implica con la actualidad, como con el poema referido al Covid, no solo nos transmite sus inquietudes, sus miedos, sus fobias y sus cuestiones más trascendentales. Todo ello aderezado con sus particulares reflexiones e imágenes que te invitan a tu propia reflexión.
AFS sigue prosigue obsequiándonos con el rey de los poemas estróficos, el soneto, y con la rima de arte menor, o sea, con versos de hasta ocho sílabas como el referido “a la duda”: este tipo de poesía solía ser de corte popular, como ya lo aprendimos del incomparable Góngora: para mí, el poeta más grande de todos los tiempos. No en vano, fue el que le dio nombre a la conocida Generación del 27, como todos sabemos. Murió en 1627. “Prefiero amar la duda”, nos dice, “y asumir el tormento estoico como un buda”, concluye. Estos versos me huelen a ese barroquismo popular, que se ha ido perdiendo en nuestra poesía.
Lo bueno de tener al poeta vivo, en frente, es que le puedo solicitar amablemente que resuelva mis dudas, por ejemplo a quién se refiere el soneto “Tontería”. Cuando leo a los clásicos, solo me queda la opción de hacer una sesión de ouija (o güija mejor) y preguntarles sobre alguna interesante cuestión.
Prosigo su lectura con deleite y voy redescubriendo a un autor comprometido con la verdad o con su verdad, es pues coherente y consecuente, cosa que se agradece en estos tiempos.
En ocasiones me llega un ligero aroma a poesía decimonónica, cuajada de romanticismo tenebroso: “¡Quién me diría que aquella infausta sombra, cuyo afán en tiniebla me sumía…”
Compartimos etapas similares en “Ingreso en el internado”. A un servidor lo enviaron a Cheste. En aquel tiempo, acceder hasta allí en autobús se convertía en una odisea. Casi 24 horas en llegar. ¡Entonces sí que era grande España! Este hermoso poema configurado en cuartetos está dedicado a su madre. Me identifico plenamente con lo que nos expresa: “¡cicatriz que aún conserva mi pasado!” Por muy laxa que sea esa experiencia, siempre deja una herida que, quizá, con el tiempo se vaya cerrando. En mi caso llegó en convertirse en una dulce herida. “Aquella soledad fue la primera/ evidencia brutal del desamparo”. Esto es como el amor de Lope de Vega, quien lo probó lo sabe.
“Esta vida”, desarrollada en básicamente en redondillas y cuartetas, nos retrotrae al sendero sentencioso y moralista de la poesía barroca, que recoge igualmente Machado. Aquí aprendemos que “el tiempo es agua en mano” y que ¡solamente por dentro nace la primavera!, una suerte del tópico Carpe diem, filtrado por el talentoso ministerio de AFS. Incluso se atreve con el soneto con estrambote, ese que, si mal no recuerdo, gustaba tanto a Cervantes, pero no hace falta que especifiques dónde está, mi querido Antonio. No obstante, se gradece esta deferencia dirigida al lector profano. “Agotaré mis días/ croando con las ranas”, concluye otros de sus poemas en arte menor. Su paso por la vida no espera que sea sublime, ni altanero, ni pretencioso.
Su afición por la pintura, y el sutil y el complejo universo de los colores, lo constatamos en “Paleta de colores”: ¡Con todos los colores se pinta la alegría!”
Una película, a veces, remonta el vuelo con una sola escena, incluso solo por eso la convierte en obra maestra. Una composición musical puede ser sublime por solo tres o cuatro acordes. Hasta una comida nos puede saber exquisita por una especia añadida. Pues bien, el magnífico libro anterior me embelesó especialmente por el verso “Remaré hasta el dolor con alegría”, cuyo título daba entrada a otra reseña. Ahora podría decir lo mismo con “¡rescaté la lucidez de mi locura!”, que cierra y concluye el magnífico “Al sujeto que supuse fenecido”.
La intertextualidad real o aludida, se manifiesta en “me lo dijo Baroja”, donde se realiza una reflexión a partir de una aseveración de Las inquietudes de Shanti Andía.
Un poeta o escritor reflexivo debe ser amante de la duda en todo momento. En La duda me persigue nos dice “¡Mi duda es una jungla permanente/ de dudas que batallan en mi mente!” Esta es la principal herramienta del conocimiento: la duda. La duda cartesiana. Así nos dice al final de otros de sus poemas: “¡mis versos sangran luchando por un gramo de verdad”! Y claro, a la verdad solo se llega por la tortuosa senda de la duda.
Hallamos otro deleite gongorino en la enumeración del verso “polvo, lodo, brizna, viento”. Para el poeta, la búsqueda de la verdad, de su verdad particular se realiza a través de la desolación. Del dolor y la soledad el vate granadino extrae lo positivo, una enseñanza: el resplandor de la verdad. “Entre la desolación la verdad se abre camino”. Magníficos hipérbaton y prosopopeya.
“Yo he de hacerte, mi Dios, cual tú me hiciste, y para darte el alma que me diste en mí te he de crear”. Estos sublimes y sugerentes versos de Machado me han venido a la cabeza cuando he leído, al respecto, “¡Qué bonito sería si Dios me hablara!”. Ambos, ávidos de verdad y de justicia, intentan apoyarse en ese ser incorpóreo, omnisciente e irónicamente omnipotente.
Perder es ganar y perder ganar… con este otro barroco retruécano antitético nos hace reflexionar nuevamente, ¿en qué sentido?, en el sentido, por ejemplo, que de los errores se aprende y que cuando caemos aprendemos a subir. Son las ideas complementarias del Barroco y de la misma sabiduría. Donde hay tinieblas, hubo luz, y este ha de ser nuestro retorno.
Me has hecho sonreír con esa alusión al entrañable mono Amedio de uno de los últimos poemas, dedicado a Carmencita. Como vemos, el poeta no solo navega por lo trascendente, sino que baja, cual virtuoso vate barroco, a las menudencias de nuestra infancia. Cuando iniciaba la lectura del poema Alcohol y soledad, a mi mente han llegado las imágenes ingrávidas de la obra maestra de Blake Edwards Días de vino y rosas, pero eso es cosa mía. Y no me he equivocado en esta imagen: “En tu borrachera, preso, ansiaré mi libertad”.
Concluye el libro con un virtuoso y esperanzador “que me ofrenda ¡una luz inesperada!” La salida que siempre encontraremos al final del túnel. El final que da título al libro y que lo engloba como el Alfa y la Omega.
¡Enhorabuena!


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