Nuestra idiosincrasia
No se trata de ir cuestionando y riñendo a diestro y siniestro por las infracciones que casi a diario se cometen, puesto que a veces comprobamos que alguien ha cometido algún desliz, inclusive los más insignes especialistas han llegado a contagiarse, lo cual quiere decir, digo yo, que la infección es mucho más simple de adquirir de lo que pensamos, aunque haya por ahí alguna almendrita que nos quiera la atención desviar, a no ser que, como afirmaba anteriormente, todo el mundo cometa deslices en algún momento. Desde la constatación y el controvertido ocho-eme, hasta las caceroladas de los llamados extremistas, las fiestas gais en La Nogalera, las peticiones gitanas en Granada, las bárbaras celebraciones de los hinchas de fútbol, las romerías, beatificaciones y fiestas taurinas, por citar solo un ramillete, hasta esa mano que estrecha el rey, sin querer, para coronar esta enumeración cuasi jerárquica . Quien esté libre de pecado etcétera. Sin correcciones políticas, que la situación no está para eufemismos, ni disfemismos. Hay que poner los puntos y las comas en su lugar. Un servidor se marchó a Sicilia pasando por el aeropuerto de Milán cuando la pandemia se coló en el norte de Italia, siendo confinados, a finales de febrero, varios pueblos de Lombardía. Así que también tenemos que empezar por nosotros mismos para saber en qué se ha fallado, aunque el gobierno o aquel desgobierno no advirtiera de la que se nos venía encima.
Por otro lado, no solo hay que apelar a la responsabilidad individual, sino también a la grupal, de hecho las jaranas de los universitarios en Granada la han liado parda: Veni, vidi, vici. ¡Mamma mia! , se han cubierto de gloria. ¿Quiénes son los verdaderos responsables? ¿Los educadores y maestros que han atendido a estos mostrencos?, ¿los padres y madres que han consentido a estos civilizados estudiantes?, ¿o quizás ellos mismos, puesto que ya son mayores de edad como para saber y conocer el peligro al que, en parte, han conducido a la ciudad de Granada? Lo más correcto será no cebarse en los posibles responsables, pero al menos sí que merecen un buen rapapolvos, incluidas las mismas autoridades que casi han permitido los eventos. Y cómo no, de Norte a Sur, Este y Oeste, los hosteleros y propietarios de bares y restaurantes que, por aquella retrógrada idea de que “el cliente siempre lleva la razón”, habrán permitido más de una licencia cívica (o incívica) que iría, a la postre, en su propio detrimento. Como el niño que se atiborra de dulces y golosinas porque sabe que después se los van a suprimir o lo van a castigar, aunque se pase toda la noche con dolor de tripa o tenga que vomitarlas.
Yo siempre seguiré insistiendo en el valor de la Educación, que integra y aúna el civismo, la responsabilidad individual y colectiva, el conocimientos y el respeto de las normas o las leyes y otros valores como el hecho de hablar en un tono apropiado, pedir disculpas, dar las gracias, pedir las cosas por favor, saludar y dar los buenos días y etcétera. En cambio, muchos españoles se jactan de su propia idiosincrasia y de su (total) ausencia de decoro y buenas maneras. Como el que justifica sus vulgares modales argumentando “yo soy así” o hablo a gritos porque es “mi tono de voz”. Muchos estamos hartos de escuchar esos argumentos tan zafios. Muchos nos sentimos orgullosos de ser españoles, pero no sé si en algún momento alguno se avergüenza, sobre todo cuando se observa el rigor, el civismo y la actitud de muchas naciones ante la pandemia, sobre todo en la manera que tienen de sentirse unidos y el prurito que les predispone a prosperar. Estoy pensando en Japón, Corea del Sur, Taiwán o Singapur. No se trata, en definitiva, de confrontar un estilo de vida frente a otro, ya que muchos queremos seguir disfrutando del temperamento latino y mediterráneo, sino de aprehender – en su sentido etimológico- lo que las culturas orientales pudieran ofrecernos, no tanto la disciplina y el rigor que se les presupone, sino sus maneras aparentemente indolentes. El hecho de que no se prodiguen en arrumacos o contactos públicos no significa que adolezcan de afectos. El hecho de que no griten para hablar no implica que no necesiten comunicarse. Por último, bajo el hecho de que veneren a sus mayores supone que las normas las cumplen a rajatabla porque también en los genes llevan estampados el rigor y la disciplina, antes aludidos.
No debemos, por tanto, obcecarnos en repetir nuestros propios errores y fortificarnos bajo nuestra burda idiosincrasia porque vemos que no nos sirve, sino observar a los que avanzan y tomarlos como ejemplo, aunque ello conlleve ir cambiando nuestro obsoleto estilo de vida, puesto que parece que es letal, al menos en estos tiempos convulsos.





Comentarios
Publicar un comentario