Los cantos rodados










LOS CANTOS RODADOS

por Carmen Hernández Montalbán.

Esto ya huele a trilogía o quizás a tetralogía en plan Pío Baroja, como se dice ahora. Tras la magnífica Memorias de la Cautiva, merecedora del Premio Alféizar de Novela 2019, y que tan bien coordina el editor Antonio Torres, CHM vuelve a sorprendernos con otra novela histórica. Siguiendo  con su estilo narrativo “suave como la seda”, la autora nos introduce en los lejanos años de la invasión napoleónica; ha avanzado bastantes décadas para sumergirnos en nuestro pasado, que es, a su vez, nuestro presente.

Cuando asistí a la presentación oficial de esta novela breve el pasado 16 de diciembre, CHM nos regaló el oído con un excelente guitarrista, Juan Miguel Giménez, y fue acompañada por el historiador Santiago Pérez, quien nos ilustró y nos contextualizó la historia que se narra. A todo esto se le unió un vídeo ilustrativo, donde aparecía un descendiente de uno de los protagonistas de esta historia verídica y extraordinariamente documentada. Todo un trabajazo que solo Carmen podía hacer. Hilvanar literatura e historia siempre me ha parecido algo digno de encomio. A las lagunas propias de la propia documentación se le ha unido la intuición y la creación que una magnífica poetisa/poeta y una narradora es capaz de crear.

Como docente, articulista y narrador, disfruto sobremanera con el pincel preciso de sus palabras. Sin caer en la redundancia o el barroquismo improductivo, CHM nos va dibujando el paisaje que asolaba Guadix y comarca durante aquellas décadas iniciales del siglo XIX. La historia también se aprende (o se re-aprende) con este género, cuyo origen, como tal, nos retrotrae precisamente al Romanticismo, aunque obviamente existieron creaciones en todas las épocas ubicadas en siglos anteriores. Tras el parón del franquismo al respecto, creo que la novela histórica renació, incluso con ferocidad, en los años 80. Casi todos los premios literarios necesitaban otorgar trofeos a todo tipo de novelas históricas. Desde entonces, en cualquier librería que se precie nos encontramos sus correspondientes estantes y anaqueles repletos de títulos históricos emblemáticos. Ahora, la novela negra es la que campa a sus anchas por doquier.

Empero, lo que más me ha subyugado (literariamente hablando) ha sido la relación entre Pipa y el militar francés Jean Calmel. Esa relación prohibida, contaminada, e incluso contra natura es lo más valioso de la novela, bajo mi punto de vista. No debemos descartar, al respecto, la bosquejada relación secreta y homoerótica entre Pepe e Hippolyte. Las grandes historias de amor, las más valiosas y aplaudidas, siempre han sido las prohibidas. Las que pudieran generar amenazas, bien por diferencias sociales, familiares, raciales o religiosas. Romeo y Julieta, qué duda cabe, sería el referente por excelencia de estos “insanos” afectos. No necesariamente nuestra autora ha de tener en mente lo que al crítico más prosaico – un servidor- le pueda sugerir, puesto que la invasión francesa ya había dejado su impronta en la Sevilla de aquella época. Pero algo quedaría: estoy evocando a esa Carmen de Bizet y su turbio amorío con el militar ¿navarro?, no recuerdo ahora: don José. La de Próspero Mérimée también era una novela corta, por cierto. Igualmente me ha venido a la memoria una lectura del pasado, Pepita Jiménez de Juan Valera, otro amor vedado narrado con suma delicadeza.

El resto de los personajes guadijeños, aunque relevantes, son caracteres adosados a este dúo amoroso, que bien pudiera interpretarse como uno de los primeros vestigios del Síndrome de Estocolmo, esto es, el enamoramiento empedernido del secuestrado hacia su secuestrador: como la lectura nos sugiera un significado unívoco y destruya la perspectiva y el debate estamos perdidos en la lánguida mediocridad. Pues bien, ¿qué imagen podrían tener los accitanos de aquella época ante esta relación tan peculiar? Como los albufereños de Blasco Ibáñez que quemaron la barraca debido a sus asilvestrados instintos y prejuicios. Estas son las reacciones universales. No me gusta destripar: ahora se dice spoiler. Comprobaremos igualmente que, desde el otro lado, el ser humano participa de semejantes prejuicios. Aquí hablábamos con desdén de los afrancesados; pero nadie nos ha contado si existe el término españolizado en sentido inverso. No quisiera creer que aquí somos tan especiales.

La estructura del relato ha sido igualmente meditada, ya que se inicia in media res. Para los profanos en la materia de la crítica literaria, este término lingüístico se usa para referirse a las narraciones que comienzan anticipando un momento crucial de la narración. Es un recurso muy utilizado para atrapar al lector o espectador. Ustedes lo habrán visto en múltiples series, por ejemplo: “8/6/4 years/months earlier, before…” Laurens, 1879/ Guadix 1810

 

En definitiva, Los cantos rodados es otra perla que nos regala Carmen Hernández que se sumerge en las aguas heladas de la invasión napoleónica de la comarca de Guadix y que recorre parte de nuestra península hasta llegar a Francia. Hubiera dado para un novelón a lo Dickens, pero ella lo ha condesado en un frasco de pura y aromática esencia. En ella he encontrado el aliento de Galdós y sus Episodios, Valera, las novelas bizantinas, el bandolerismo, Vicente Blasco o las historias de los lorquianos y shakespearianos amores prohibidos. Como decía Santiago Pérez en su presentación, CHM es una genial activista cultural. Ya me la imagino escribiendo un libreto para una ópera como hizo Bizet con la narración breve de Próspero. Carmen es una todo terreno, una humanista como la copa de un pino y esta novela breve merece ser leída, ya que aprendemos de su historia y nos deleitamos con su estilo.

José Luis Raya

 












Nuestra Cautiva

  Memorias de la cautiva es un libro que se lee en un suspiro y se bebe en un instante. Hay que saborear, eso sí, el sabor añejo de su cuidado y esmerado lenguaje, que se zambulle no sólo en sus rancios y sabios vocablos sino también en sencillas estructuras sintácticas azorinianas que nos reconcilian con la literatura clara, directa y bien hecha.
Sin destripar su argumento, ni aludir a la sinopsis, que está plasmada en la contraportada, la historia se estampa a través de una singular estructura en la que el manuscrito cobra fuerza y se constituye como un texto dentro del texto. Metaliteratura. Esta técnica narrativa la encontramos en Don Quijote de la Mancha o en La Celestina sin ir más lejos. Así pues, nos sumergimos en toda una cohorte de sabores, colores y olores clásicos que nos remontan a nuestros Siglos de Oro, no en vano cada capítulo viene introducido con valiosas citas clásicas: Quevedo, Góngora, Lope, Garcilaso, Sor Juana Inés de la Cruz, por citar los más conocidos. La historia, por lo tanto, rezuma clasicismo, historia e inventiva por los cuatro costados.
Al leer la prosa poética de Memorias de la cautiva no puede uno por menos que evocar a Gabriel Miró, entre otros muchos, y su elegante El humo dormido. Sin embargo, podríamos adosarla a la Crónica de José Asenjo, magnífica y exquisita prosa donde las hubiere, y completar una suerte de tetralogía de Guadix. Podríamos citar algunos fragmentos, pero he abierto el libro  al azar y puedo ilustrarlo con estas simples y magníficas líneas.
“La ciudad se despereza con el ajetreo de los carros cargados de aperos de labranza. El vaho de los bueyes atados a las yuntas se mezcla con el del estiércol recién sacado de las cuadras.”
Como estas líneas, encontramos párrafos, fragmentos, capítulos que nos hipnotizan y nos invitan a la ensoñación de aquella época, tal y como hacía José Asenjo, aunque la suya fuese mucho más reciente.
La prosa de Carmen Hernández es ágil, las oraciones se van hilvanando con maestría, coronadas por aquí y acullá con vocablos de la época y estructuras que bien pueden recordar a nuestros clásicos, antes citados, no obstante el logro estilístico es encomiable, pues es accesible a todo tipo de lectores.
Es por ello por lo que esta novela debería ser lectura obligada, o si acaso optativa, en todos los institutos de la provincia de Granada, no tanto por su evidente contenido como por su prosa exquisita que puede servir de antesala para leer a nuestros clásicos. Hasta el prólogo, magistral, no tiene desperdicio alguno, escrito por Jorge Rafael Marruecos, toda una lección de estilo  que bien podría sacarle los colores al mismísimo Juan Manuel de Prada.
Podría recomendar, para una próxima edición, una suerte de glosario con los vocablos que un lector joven pudiera desconocer y un cuadro sinóptico con los personajes que van apareciendo y su relación-he de confesar que en algún momento he llegado a despistarme-, asimismo añadiría un mapa de la ciudad, y de aquella época, por donde deambula y se mueve este ramillete de insignes y nobles personajes, también podría servir como una actividad extraescolar para que el alumnado pueda conocer en profundidad la época, la familia, las costumbres, la forma de vida y las clases sociales que rodearon a nuestro simpar y desconocido dramaturgo.
He de felicitar a Carmen Hernández por esta obra encomiable, por su excelente documentación y por su maestría para relatar y transmitirnos imágenes, sensaciones y amor por la literatura.

*He estado buscando mis apreciadas y preciadas ediciones de Mira de Amescua, que en su momento leí con asombro, “El esclavo del demonio” o “La adúltera virtuosa”, por ejemplo, para ilustrar esta humilde reseña, tal y como hago con mis artículos y reflexiones, pero no las he encontrado, pueden estar ocultas en algún arcón de Guadix o en algún desvencijado anaquel de algunas de las viviendas que he ido habitando: Metáfora de este olvidado e inigualable dramaturgo y escritor accitano. Aunque ya fueron parcialmente editadas por la Universidad de Granada y dirigidas por Agustín de la Granja, desde aquí lanzo una propuesta al Ayuntamiento de Guadix para que se implique en la promoción y edición de sus obras completas, prolíficas e imprescindibles para nuestras letras.

José Luis Raya




Comentarios

Entradas populares