LA CRÍTICA
LA
CRÍTICA
POR JOSÉ LUIS RAYA
PÉREZ
Que una (indiscutible) obra
maestra en cine, literatura, teatro, música patine en su momento y después se
rescate como lo que es y no fue, forma parte de la crítica avezada o del
público que, poco a poco, se va instruyendo en los parámetros de lo que debe cruzar
el umbral de la eternidad o caer en el la charca del lamentable y merecido
olvido. No debemos confundir entre lo que te gusta o no y su indiscutible
calidad, innovación o transgresión (quizá). Se puede entender que Cidadano Kane o 2001: una odisea del espacio pueda aburrir a cierto sector (quizá
poco instruido o sencillamente porque les resulta aburridas) y se debe respetar
– lo de sobre gustos los colores aunque ya sabemos que sí que hay mucho escrito
por otra parte- pero no es entendible que se califiquen de malas películas, si
bien, en su momento la crítica, supuestamente docta y bien preparada se cebara
con auténticas películas de culto como La
noche del cazador de Charles Laughton por citar algún patinazo de la
crítica y nombrar alguna obra que todo el mundo conoce o ha visto en alguna
ocasión. Efectivamente nos encontramos con centenares de obras, miles, no sólo
cinematográficas que fueron denostadas en su momento….
Otro tema es el evidente y
notorio “patinazo” de grandes cineastas que también tienen derecho a
equivocarse, quizá por desidia, agotamiento, compromisos, problemas
particulares o financieros. Como las últimas de Amenábar, Regresión; Almodóvar, Los
amantes pasajeros; o la ultimísima
de Scorsese Silencio por citar solo
unos ejemplos. Sin embargo, los grandes genios del cine, literatura o música
siempre dejan atisbos de su genialidad, pequeñas pinceladas que nos recuerdan
sus grandes y merecedoras obras maestras. Ocurre lo mismo cuando un apagado CR7
o un Messi – se recurre a veces a las comparaciones futbolísticas para llegar a
más gente o porque son fáciles de entender- durante un soporífero partido
tienen destellos de su genialidad en una juga aislada y (probablemente) marcan
si haber merecido la victoria. Efectivamente, en ocasiones, lamentables
películas remontan por un final apoteósico o por una escena que brilla por sí sola ante tanto
despropósito fílmico. El último Sorsese naufragaba sin rumbo en un tedioso y
mediocre “Silencio”, realizada con desgana y sin alma – se la podrían haber
cedido e M.G. – No obstante, me quedé
sentado y pegado a la pantalla porque me estaba informando (más o menos) de un
episodio que desconocía al respecto: la evangelización y sacrificio de
cristianos en el lejano Japón del siglo XVII, que yo sepa no hay nada hecho al
respecto. Por lo demás no hay nada que destacar. Decía Cayo Plinio que no hay
libro malo del que no se pueda aprender algo.
La crítica punitiva murió en el
siglo XIX con Juan Valera (sí, el de Pepita Jiménez y Juanita la Larga), o al
menos eso leí no sé muy bien dónde. Esto quiere decir que, probablemente, por la herencia lejana de Quevedo o Góngora
(que se despellejaban vivos y disparaban contra sus incontrovertidas obras
maestras) el español está impregnado de esa pátina, que Cadalso ya vislumbró en
sus “Cartas marruecas” o también Mariano José de Larra, de incontrolable
ataque contra todo lo creado y no
necesariamente por la envidia que solían y suelen (¿este verbo no era
defectivo?) efluviar -espíritu gongorino-
sino por el placer mismo de atacar, mitad innato/mitad ibérico, a esos
artistas que no acaban de despuntar, no por falta de valía, sino por lo
anteriormente expuesto, y luego, una vez muertos y enterrados, cual plañideras
quevedescas, los ensalzamos cual Tooles (no tules), y aquella felonía del
pasado se reconvierte en brillantez y audacia formal.
Esto es, al dejar a un lado la
barroca punción, me divertí muchísimo en
una, en la otra disfruté con su enredado guion y en la otra, sin fingimientos,
me lamenté del devenir de sus personajes y de ese luctuoso episodio luso en el
país del sol naciente que aguijoneó mi ignorancia supina.
Ridley Scott, Altman, Mike
Nichols, Tim Burton, Shyamalan (que nunca sabes por dónde te puede salir),
Brian de Palma o el mismísimo Spielberg, entre otros muchos, pueden presumir de
algún lamentable patinazo, pero cuando uno revisa esos pequeños/grandes
descalabros comprobamos entre líneas sus destellos de genialidad. ¿Acaso
Cervantes seguiría siendo considerado el
principal escritor en lengua castellana de no haber escrito “El Quijote”? ¿Por
qué se considera la ópera “Bastian y Bastiana” como obra menor de Mozart (o
insignificante para muchos) y no se detienen a pensar que la compuso con sólo
doce años antes de sentenciar? Los desastres de G. Mahler son incomparables con el estruendo que se armó aquel fatídico 29 de mayo de 1913 en París con La consagración de la primavera de Stravinsky: un auténtico motín que terminó en insultos, peleas y el descuartizamiento de todo el teatro con sus butacas incluidas. Hoy se considera una obra maestra que inauguró la música clásica del siglo XX y que tanta influencia ha tenido en todos los compositores posteriores. Borges
calificó “Cien años de soledad” como algo parecido a un bodrio y que nunca
había pasado de las primeras páginas; luego reculó en aquella famosa entrevista
de 1976 (ya histórica) de la 2 de TVE: “Uno de nuestros grandes libros”.
He visto y he leído por allá y
acullá que la única manera de realizar una crítica efectiva cien por cien sería
partir de las matemáticas y prescindir de la valoración de todo elemento
ornamental o estético, pues esto sólo responde a un convenio, que incluso va
cambiando con los tiempos y las modas. Mi admirado Roal Dahl ironiza al
respecto en su relato “El gran gramatizador automático”: al menos las reglas
gramaticales (y no le falta razón) están fijadas, nos cuenta, por principios
matemáticos – del cual se hizo una interesante tertulia dialógica en la Biblioteca
Salvador Gil del IES Santa Bárbara-. Los escritores de todo el mundo terminan
vendiéndose a esa máquina y concluye con la distópica imagen de que se acabaría
con cualquier sospecha de creatividad humana.
Por otra parte, cuando usted vaya
al cine y se acomode en su butaca, inicie una novela, un poema o escuche un
nuevo CD en su equipo de música debe, ante todo, limpiarse hasta la última mota
de preocupación, obsesión, prejuicio o inquietud, pues precisamente por ello
uno se pierde la esencia de una (presunta) obra maestra y usted la relega al
sótano de lo inservible.
Esos prejuicios que nos hacen
equivocarnos para bien o para mal, o esa falta de recursos críticos: fuentes,
influencias, estructuras formales, campos
semánticos/fílmico/musicales/retóricos… que nos condicionan o nos manipulan
para otorgar un veredicto demasiado generoso o claramente veleidoso, pacato o
deformado.
Nos encontramos, a veces, con el
tajante juicio “es una mierda” que cierra cualquier puerta a la crítica sagaz y
fructífera. Esto mismo ha sido el resumen de gente (más bien desinformada o
cargada de prejuicios y carente de todo tipo de recursos, que concluye con la
consabida frase “para gustos los colores” y se queda tan pancha) que insulta al
genio y a la más avanzada creatividad. O es un mojón. En muchas obras han caído
estos excrementos: “En busca del tiempo perdido”, “La montaña mágica”, “Guerra
y paz”, o “El Quijote”. También lo he
oído al hablar de “Mulholland Drive”, “Muerte entre las flores”, “El
maquinista”, “El vampiro de Düsseldorf”, “El séptimo sello”, “Viridiana” y así
podría rellenar folios y folios de obras zaheridas, incluso, en su momento, por
curtidos críticos y quiero subrayar en su momento.
Y apostillar: afortunadamente.
Recuerdo desde la facultad a Eric
Bentley que escribía en uno de sus afilados ensayos, La vida del drama, que “la impresión que nos causa una obra es
directamente proporcional a nuestra propia falta de elocuencia”. Sin embargo, en estos tiempos,
pareciere que está virando, e incluso llegan a jactarse de su atildada tosquedad.





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